El precio de los carros y el costo del transporte en Cuba
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¡Cómo cuesta el transporte en este país! Y no me refiero a la versión criolla de la cucarachita Martina que circula por estos días entre los cubanos, ojalá estuviera en esa disyuntiva entre un apartamento en Manhattan y un carro en La Habana, que con los 250 mil duros en el bolsillo ya se me ocurrirá qué decidir, pero no puedo permitirme emplear neuronas en tal dilema, mientras espero por la bondad ajena en un semáforo y me pregunto, eso sí me preocupa: ¿me dará o no me dará botella? He ahí la cuestión…
Es cierto, los carros están caros, esa es una verdad de pero grullo, pero no me parece el pollo del arroz con pollo para la mayoría de los cubanos que hacen colas en espera de un transporte público muchas veces demorado, insuficiente y deteriorado.
¿Vendrá o no vendrá el P11 a tiempo? He aquí otra cuestión.
En fin, que si algo debería robarnos el sueño ahora mismo es pensar en las vías, los métodos, las estrategias, para mejorar y hacer más eficaces y solventes los medios de transporte que resuelven el problema concreto de la gran mayoría de nuestros coterráneos. Si alguna crítica y algún aporte demanda con urgencia la sociedad cubana en esta materia, no creo que esté, al menos no en primer orden, relacionado con los precios exuberantes que establece el recientemente abierto mercado de vehículos.
Antes, mucho antes, la catarsis y el esfuerzo colectivo deberían enfocarse en estos aspectos que afectan de forma mucho más inmediata, no me lo podrá negar, la calidad de vida suya y mía y la de otros millones como nosotros que desesperamos en una parada o sufrimos la indolencia de algunos con cuatro ruedas y cero solidaridad.
Y porque me toca muy de cerca hago un alto en este punto. La «botella» es mi medio habitual de transporte para la ruta Matanzas-Habana y viceversa que hago constantemente de mi casa al trabajo, la cual comparto con estudiantes, médicos, un número no insignificante de atrevidos que nos determinamos a acortar distancias mentales y de oportunidades al costo de asumir la distancia geográfica.
¡Ay, si me hubieran tocado aquellos tiempos de los que habla mi madre en que las guaguas de la terminal salían no sé cuántas veces al día y el tren de Hersey era un medio de transporte más o menos seguro! Pero me ha tocado la época de las Transtur, Transgaviota, Transmetro… de 20 pesos, y la «transgenerosidad» de muchos, muchísimos choferes siempre dispuestos a darte un aventón.
Pero también, la de otro montón cuyos valores no les alcanzan, aun al timón de un vehículo estatal, para ayudar al prójimo. Envueltos en la desidia y ausentes de humanismo, miran fijamente para otro lado, o improvisan un cuento, o esparcen cuanto bultico o papelito traigan en todo el asiento trasero y fingiendo compunción, te explican: «voy lleno», o simplemente te dicen redondamente que no, incluso antes de tú hacerles la pregunta.
Estos últimos conforman el grupo de los que «no van para ninguna parte», está el de los que «se quedan ahí mismo» y el de los que «nada ven, nada oyen, nada saben», y así podría implementar muchas más clasificaciones para seccionar en definitiva una sola especie: la de los insensibles, indolentes, egoístas… ¿sigo?
Ese es el costo del transporte en Cuba que realmente me afecta y me preocupa: lo que tenemos que pagar en estrés y hasta desgaste físico por un transporte público muy barato, pero que pide a gritos inversiones, y por vías alternativas subordinadas a las buenas intenciones de otros.
A riesgo de ser condenada a la hoguera de la opinión pública, les digo a los humoristas espontáneos que si la tal cucarachita tuvo tan buena estrella de encontrarse semejante cifra, ojalá se decida por el carro en La Habana y sus consiguientes impuestos, así compartiría su suerte con la mayoría de los cubanos que dependemos del transporte público y, si no es mucho pedir a la querida Martina, que, una vez comprado el Peugeot, no se olvide de cuando era una cucaracha de a pie y dé botella…
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