Caminando por Reina (+ FOTOS)
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La calle Reina, en La Habana, provoca en el viajero sentimientos contradictorios. Quien camine por esta calle ─recorrerla en auto es un alivio, pero no ayuda a conocerla─ sabe de qué hablo. Al entrar en ella, uno se siente inmerso en un torbellino caliente, del que muchas veces se quiere salir rápido. Quizás esa sea la razón por la que todos se apresuran por Reina. La cantidad de personas que transitan por sus portales se antojan a veces como obstáculos que evadir para rebasar el agobiado camino. Reina desemboca en la no menos atribulada Avenida Salvador Allende, también conocida como Carlos III, o en la amplitud de ese complejo de jardines y parterres que conforman el Parque de la Fraternidad.
Hay de todo en esta vía. Edificios de apartamentos, centros de trabajo, casas solariegas, escuelas. También algunas tiendas, una librería de libros viejos y un templo católico. Se extrañan los cines y otros lugares de recreo que antaño existían. Algunos negocios familiares venden comida, dulces, helados. Las personas meriendan y continúan su camino, entran y salen de los establecimientos. Sensualidad por doquier. Mujeres hermosas, de carnes firmes, son observadas por hombres jóvenes de torsos desnudos desde las entradas de los edificios. Una señora observa la vida desde su balcón y los viejos maniquíes se cansan tras los cristales turbios de sus vitrinas. Cuando aparecen los ancianos la travesía se entristece. Bajo el sol, los edificios juegan con la luz y la refractan como espejos. En la noche, las sombras lo ocupan casi todo. La calle Reina –actual Simón Bolívar− respira pueblo, ansiedad, prisa. También necesidad, incomodidad y lucha. Está llena de hollín, del humo que “tosen” los tubos de escape de los automóviles. Algunos amplifican música de moda desde las entradas de los edificios. Los transeúntes pasan esquivándose, y salvando las grietas de los portales. Ciertamente, la avenida se hace estrecha para la cantidad de tráfico que la transita. Uno se pregunta cuánta vibración puede soportar un edificio de 80 años.
Algún nostálgico cuenta que ayer era una fiesta pasear por esta calle, ver las vidrieras, como de sueños, de las tiendas, comer en sus cafeterías o ir al cine. Eran tiempos en los que esta parte de la ciudad tenía el ritmo que podía soportar. Pero la vida cambió. Las crisis económicas, el crecimiento de la población, al aumento del tráfico vehicular ha hecho que muchas zonas de la capital sean incómodas al paso. Y aunque esta calle sea fuerte y amplia, por momentos se nota resentida, como si se quejara.
Por Reina se ve correr, animosa, la vida de La Habana. Es imposible evitar este camino. La calle espera por un plan de restauración y conservación que la habilite. Sus valores salvables saltan por doquier. Para rescatarla de los años y las crisis habrá que tomar decisiones complejas. Ya se ven algunas obras. A los que sólo la vivimos y caminamos, nos queda admirar y cuidar lo que aún permanece, la belleza que nos acompaña y que olvidamos en la prisa diaria.
Basta con mirar hacia arriba, algo difícil en esta vía, y observar los edificios que nos acogen en sus portales, los detalles a nuestro paso. Desde los inmuebles de estructura austera, evidentes huellas de La Habana colonial, pasamos por las sinuosas líneas del Art Nouveau que ondulan en una fachada. También están aquí las geométricas decoraciones del Art Decó, muchas variantes del eclecticismo, el racionalismo, y hasta edificios construidos por micro-brigadas. Caminar por Reina puede ser una clase de arquitectura urbana del siglo XX. Oscuros zaguanes permanecen abiertos y dejan ver elegantes escaleras; profusas rejas que son obras de arte; medios puntos, hoy incompletos, filtran en polvo la luz del sol; barandas de bronce y mármol, zócalos de dibujos caprichosos, pretiles incompletos, molduras en yeso que embellecen los falsos techos. La aguja neogótica del sagrado corazón, esbelta y blanca, marca un punto insoslayable en la línea visual de toda la avenida, y la ubica en la vista plena de la ciudad. La Habana, por encima de las decadencias, sigue siendo una ciudad esplendorosa. Y, en ella, Reina luce aún su poder, aunque en nuestra prisa pasemos de ella.
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marta
XIOMARA BOBADILLA
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