Choferes de almendrones: ¿Welcome al club de lo mal hecho?

Choferes de almendrones: ¿Welcome al club de lo mal hecho?
Fecha de publicación: 
17 Septiembre 2013
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Nadie dude que nos encontramos en la era del almendrón, miles de autos con porte señorial de la década de los 40 y 50 del pasado siglo, pero con corazón y rugir (hablamos de motor caja y diferencial) de modernos Izusu, Mitsubishi, Toyota o Hiunday, un enjambre de “bólidos” sobre ruedas que desandan los “baleados” circuitos citadinos, a la usanza de Toretto, Brian, Fernando Alonso, Juan Manuel Fangio o Sebastián Vettel. Y lo peor es que no se trata de una escena de Rápido y Furioso, mucho menos de una fase de Fórmula Uno, ni del popular videojuego Need For Speed.

Es cierto, los almendrones sacan del atolladero a miles de personas diariamente, pero el proceder de la mayoría de sus conductores dista de aquellos choferes de la década de los 60, los miembros de la Asociación Nacional de Choferes de Alquiler Revolucionario (ANCHAR), quienes ponían sus Chevrolet y Lincoln sedán a disposición de los pasajeros sin una ruta predeterminada y no en una línea fija, sin otro margen de variabilidad que no fuera elevar sobremanera el monto de la tarifa:

“Eran todos choferes muy educados, elegantemente vestidos con sus camisas blancas de mangas largas relucientes, corbatas, y lo más importante, en caso de tener una estación de radio puesta, la escuchaban a un volumen moderado”, aseveró mi colega Marta Rojas.

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Los tiempos cambian, el proceder de las personas también, pero las buenas maneras trascienden tiempos, forman parte del genoma, de patrones heredados, de una formación acertada.

Así, en este somero viaje por la cultura taxística, recalamos en el Período Especial (entiéndase 1991-1992), etapa convulsa, de inventos, como la fusión de carrocerías de ladas para abrirle paso a las llamadas limosinas, novedad del socialismo nuestro para transportar más pasajeros e intentar ahorrar combustible en ciertos y determinados trayectos.

Que no cierre el club

Pero la velocidad se deriva en muchas ocasiones de esa batalla campal por recaudar, por escamotear el pasaje a otro vehículo, a la cual se suma el smog, la música o ruido, en ocasiones no sé discernir entre ambos, y… las maneras de los conductores.

Esas, amigos míos, son apenas algunas pinceladas de un fenómeno mucho más profundo. Y no se trata de lanzar una bomba ni destapar una caja de Pandora, pero detrás de la cultura del almendrón subyacen otras realidades más preocupantes que el reggaetón estridente, el monóxido de carbono expedido a la atmósfera o los modales turbios. Los dejo con algunas interrogantes que de seguro todos, en más de una ocasión, nos hemos hecho, y que serán el centro de otras investigaciones para que en el futuro, en ese incesante combate por transformar nuestra sociedad para bien, no nos den la bienvenida, al menos en esa casta, al club de lo mal hecho:

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¿Se avienen correctamente los choferes a la política crediticia? ¿Son fieles sus declaraciones de ingresos y tributos?

¿Algún convenio previo con instituciones legales rige las tarifas de precio en cada una de las rutas?

¿Todos los vehículos pasaron debidamente la inspección estatal automotor (somatón) y técnicamente están aptos para circular?

¿A qué mecanismos acuden algunos para evadir multas, esquivar o camuflajear violaciones del tránsito y transitar con cierta dosis de inmunidad?

Los dejo con la reflexión, para que en definitiva, si de obrar mal se trata, que sí cierre el club.

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