Cuéntame de Brasil

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Cuéntame de Brasil
Fecha de publicación: 
24 Julio 2013
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Las producciones de México, Brasil y Argentina logran sentar a una cantidad notable de personas frente a un televisor como si el aparato fuera una mezquita en hora de peregrinaje. En Cuba, las telenovelas más populares han sido las brasileñas, si bien las coreanas han gozado de una recepción extrañamente positiva.

 

Parecieran no importar los finales predecibles, los lacrimógenos amores con los derroteros de siempre, los arquetípicos personajes cual giño a Platón y la consabida estructura aristotélica. La gente, en especial los latinoamericanos, siguen cayendo en las redes de los discursos reiterativos de las telenovelas como si cada una fuera lo más novedoso del mundo.

 

Sin embargo, más allá de lograr el FINAL inesperado, el interés de los guionistas y realizadores en general parece desplazarse hacia el tratamiento de los temas candentes de la sociedad. Claro que esta preocupación siempre ha estado presente, pero ahora ocupa el primer plano.

 

Digamos que ya el racismo, por ejemplo, no es el pretexto para la “imposibilidad de un amor”. El racismo, por sí solo, entra en la trama sin necesidad de ser un elemento de relleno a la historia principal, pues forma parte de la problemática que la telenovela representa como estrategia para lograr éxito y credibilidad. Ahora las historias de los personajes se montan sobre las problemáticas sociales, y no al revés.

 

Sambita brasileira a ritmo universal

 

Si algo caracteriza a las telenovelas brasileñas es precisamente su apego a las problemáticas sociales, no solo presentes en ese país, sino a escala global.

 

Ni lágrimas en exceso y amores imposibles entre hermanos que al final no son hermanos –como las de Televisa-, ni misterio e identidades ocultas –trama característica de la productora argentina Telefé-. El monopolio de comunicación brasileño O Globo parece haber encontrado el equilibrio entre lo propio y lo universal, y utilizar la agenda pública para representar una parte de la realidad tan creíble y aparentemente completa que parece la realidad del Brasil en su totalidad más abrumadora. Logra de una manera efectiva vender el “Brazilian way of life”, lleno de playas, ejercicios y estilo de vida sano donde las favelas suelen ser tan solo una lejana mención.

 

Historias y situaciones tan bien armadas inoculan eficazmente en los televidentes no solo el deseo de alcanzar el modo de vida de los personajes –incluso de los “menos favorecidos económicamente”-, sino la convicción de poder conseguirlo en algún momento. Es el cuento de hadas disfrazado con los códigos de las circunstancias más cercanas al receptor.

 

La vida de clase media alta no es la vida de todos los brasileños, Leblon no es todo Río de Janeiro y las imágenes glamurosas y publicitarias no son todo Brasil. Son el pedacito del gigante del sur que nos trae O Globo, ciertamente refrescante pero que no se debe confundir con todo el escenario de ese país.

 

“Buscando alcanzar un público bastante amplio, la TV-Globo produce novelas para los diferentes segmentos socioculturales, pero privilegiando el uso de tres elementos capaces de hacer viable la identificación y la participación del conjunto de los telespectadores: un lenguaje coloquial (…), una selección de personajes de clase media –con los cuales el contingente mayoritario de audiencia se identifica, ya sea porque se ve reflejado, o bien porque constituye un modelo socioeconómico deseable- y, finalmente, la presencia del mito de la movilidad social –catalizador de los anhelos y aspiraciones de una población predominantemente joven, esperanzada en gozar de los bienes que ya disfrutan los personajes del folletín electrónico- (…) La trama central de las novelas está siempre construida en torno al ascenso social del héroe o de la heroína”, explica el investigador José Marques de Melo en el artículo Las telenovelas en Brasil. De la nacionalización del género a la exportación para el mercado internacional.

 

La expectativa de lo que puede brindar el sistema, ayuda ciertamente a la conservación del mismo. Además, las telenovelas se han convertido en una parte esencial de la mercadotecnia de las ciudades, de los bienes exportables de un país –como parte del posicionamiento de su industria cultural- y de la imagen de la nación tanto hacia el exterior como hacia el interior de la misma.

 

Corazón insensato, pero certero

 

Insensato Corazón es una telenovela sumamente interesante, no por la trama –la misma de siempre- sino por la acertada representación de los conflictos contemporáneos.

 

Uno de los aspectos que más llamó la atención, al menos en Cuba, fue André Gurgel (Lázaro Ramos): el galán negro. Es válida la subversión de esos paradigmas que de una manera u otra han sesgado la elección y caracterización de este tipo de personaje. Funciona como un incentivo sutil al debate sobre el racismo, sin acudir necesariamente a las historias trilladas de siempre, que en algunas telenovelas pueden tomar incluso el camino mortuorio de la prédica.

 

Sobre la misma cuerda perspicaz introducen el tema del condón, se logra naturalizar su uso. Más que verlo desde el punto de vista del “deber ser”, en Insensato Corazón se incorpora como una práctica natural, agregada a la cotidianeidad de las propias relaciones sexuales.

 

Una cuestión muy bien representadas es la homosexualidad. Y esta vez el guión sí apuesta por un tratamiento más directo: personajes opuestos y a favor. Encontramos así a la madre de Eduardo (Rodrigo Andrade), Sueli Brito Aboim (Louise Cardoso), que aparentemente apoya a los gays, y sin embargo, cuando su hijo le cuenta sobre sus preferencias sexuales le cuesta aprobarla, aunque más tarde alega que es por protegerlo de la crueldad y las burlas de los homófobos.

 

Por otro lado, el diseño de los personajes es uno de los méritos más notables de esta producción. Nadie es “malo” porque sí, ni por la simple necesidad de la presencia de antagonistas y protagonistas en el esquema de narración culturalmente hegemónico. La actitud de cada uno es resultado de una combinación bien pensada de personalidad y circunstancias.

 

Un ejemplo claro es Leo (Gabriel Braga Nunes), personificación de la avaricia y en gran medida resultado de la disfuncionalidad de la familia conformada por Wanda (Natália do Valle) y Raúl Brandão (Antônio Fagundes).

 

Si bien diferente a Leo, el personaje de Natalie Lamour (Deborah Secco), una mezcla particular entre inocencia y lujuria, también resulta ser a la larga, una víctima ciega de sus ansias de fama.

 

En Insensato Corazón hay tres grupos de personajes: los de la élite (Vitória Drummond, Marina Drumond, Bibi Castellani, Paula Cortez…), los aspirantes a pertenecer a esa élite (Eunice Machado, Natalie Lamour, Leo Brandão…) y aquellos que –a pesar de no ser aspirantes fervientes- entran de todas formas a la élite por una u otra razón (Pedro Brandão, Douglas Batista…)

 

El factor común termina siendo “la crema y nata de la sociedad carioca”, frase clásica del personaje de Eunice (Deborah Evelyn), preocupada en extremo por las apariencias y con la hipocresía como medio para escalar la pirámide social.

 

Se trata de una telenovela elitista, que no es copia fiel de la realidad, porque hasta los menos favorecidos viven bien. No es una sátira, es una especie de deseo realizable, donde las expectativas de una parte de la sociedad –no solo la brasileña- se mezclan con patrones estéticos pues, si nos fijamos bien, cada escena parece un desfile de modas.

 

Banquero corrupto, las redes sociales, el negocio de la prensa, el periodista, los blogs, el diseño, el marketing y la vida de ensueño (¿Qué mujer no quisiera ser Bibi Castelani, Marina Drumond o Carol Miranda?)… ¿Acaso le falta algo a Insensato Corazón? Tal vez la sensatez de lo real, pero eso no es precisamente lo que se espera de las novelas. El público “quiere” ver gente linda y elegante… O Globo los complace.

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