Teófilo Stevenson, ¿por qué el más grande?

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Teófilo Stevenson, ¿por qué el más grande?
Fecha de publicación: 
7 Junio 2013
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Es frecuente escuchar en el mundo que Teófilo Stevenson fue el mejor boxeador amateur de todos los tiempos y símbolo en esta Isla donde el deporte es orgullo popular.
   

Argumentos sobran: tricampeón olímpico y mundial, seleccionado entre los 10 mejores atletas olímpicos del planeta en el siglo XX, su inclusión en el Salón Internacional de la Fama de Nueva York, premiado con las Copas Val Barker (pugilista más destacado en Munich-72), la Rusell (más completo en Reno-86) y la Fair Play (a la caballerosidad deportiva, otorgada por la Unesco).

   
Sin embargo, ninguno de esos méritos lo envaneció.  El gran campeón, fallecido el 11 de junio de 2012 en La Habana, a los 60 años de edad, siguió siendo un humilde hombre de pueblo, que disfrutaba mucho regresar a su natal  Delicias, provincia oriental de Las Tunas, para departir con sus viejos amigos.

   
Su viuda. Fraymari Arias Meléndez, cuenta que cuando sus amistades llegaban a su casa en el reparto Náutico, en la capital cubana, él preparaba la caldosa, cogía un candado y cerraba por dentro la puerta de salida para que nadie se fuera.

   
Lo recuerdo siempre -dice-, con sus inseparables maracas, eran su medio más cercano para identificarse con la música.

   
Para muchos, Pirolo, como le decían desde pequeño, de no haber sido boxeador se hubiera inclinado por la música. Ello lo avala el hecho de tener amplias relaciones con reconocidas agrupaciones. Prefirió ser feliz así, con la cultura popular y su gente y no con los millones de dólares que le ofrecieron los mercaderes del deporte.

   
Si notaba que sus contrarios en el ring no exhibían mucha destreza, los sobrellevaba, pero si alguno malinterpretaba su gesto, soltaba la derecha para terminar antes del tercer asalto. De ahí que cuando le levantaban el brazo en señal de victoria, toda Cuba lo disfrutaba.

   
En cierta ocasión, le dijo a un periodista de la AIN que en Estados Unidos tenía dos grandes amigos: Duane Bobbick (la esperanza blanca), era uno de ellos, a quien venció en Munich-72. "Su nobleza hizo que mantuviera comunicación permanente con él",  significó en esa ocasión.

   
El otro, era Mohamed Alí, con quien casi llega a pactar la llamada pelea del siglo XX. Cuando éste visitó La Habana  en 1996, ambos se encontraron -ya alejados del ring-, hicieron algunos alardes de fintas para recordar sus buenos tiempos en el pugilismo, y después sobrevino el abrazo. "Era -expresó Stevenson- sencillo y también muy noble".

   
Cuando regresó de Reno-86, con su tercer título mundial, en Delicias le enseñó al reportero las huellas de sangre que aún mantenían los guantes de su último combate con el norteamericano Alex García. Y sin alarde ni vítores, los miró con detenimiento y los echó a un lado.

   
Al año del ataque cardiaco que le privó de su vida, campeones olímpicos y mundiales coinciden en destacar que Teófilo era grande como atleta y persona.

 

  
Para Jorge Hernández, ex boxeador, "a Stevenson es imposible igualarlo, era completo, insuperable, muy difícil que surja otro como él".

   
Su compañero de equipo y coterráneo Omar Santiesteban, significó: "Antes de los Panamericanos de San Juan, Puerto Rico, en 1979, quería que yo bajara a los 48 kilos, porque en los 51 estaba Jorgito Hernández. Impidió que me comiera un pedazo de pan que llevaba en la mano, me puse bravo, pero después comprendí sus deseos de ayudarme.

   
"Incluso, otra vez,  en la Copa Química de Harlem -amplía Santiesteban- también afrontaba dificultades con el peso, le dije que me rebajara un poco el cabello, pero me afeitó toda la cabeza para asegurar que no tuviera problemas en la balanza".

    
A Teófilo -explica Rolando Garbey- lo enseñamos a danzar sobre el ring con el ritmo de la orquesta dirigida por Pepín Vaillant para que coordinara los movimientos; él tenía oído para la música y eso lo ayudó mucho a superar deficiencias técnicas en sus inicios".

   
Generoso Carcasés, uno de sus entrenadores en Santiago de Cuba, avala: "Lo vi desarrollarse y crecer en el cuadrilátero hasta convertirse en la estrella que fue, pero me impresionaba de él su humanismo. Ayudaba a todo el mundo. Fue un gran hombre".

 
"Su vida la vinculaba al pueblo y aborrecía lo protocolar", testifica José Gómez. 

   
Estos hombres, acostumbrados a dar nocaut fulminantes y a imponer su fuerza en el ring, ahora, con posturas de respeto y las voces entrecortadas cuando evocan pasajes de la vida del rey del pugilismo, bajan la guardia e inclinan su frente para reverenciar al excepcional atleta y extraordinaria persona que fue y es Teófilo Stevenson Lawrence.

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