Iraq: El terror corriente

Iraq: El terror corriente
Fecha de publicación: 
7 Junio 2013
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Lejos actualmente de los titulares informativos internacionales por su cotidianidad, la suma del número de víctimas de los atentados terroristas en Iraq, suicidas o no, es tan elevada como la de cualquier conflagración bélica en gran escala.
                                                                                                        

Frases llevadas a la música o el celuloide como “La vida no vale nada”, o “Solo hace falta estar vivo”, o “Vivir y morir en Bagdad”, son hechas realidad en cualquier parte del territorio iraquí, incluso después que finalizó formalmente -solo formalmente- la presencia de la bota ocupante norteamericana.

Generalmente, siempre se invoca la protección a civiles inocentes como antecedente a cada invasión, pero todo es una farsa, como el anuncio de la posterior retirada en Iraq, donde dejó a más de 58 000 soldados con ultramodernos armamentos en 94 bases bien apertrechadas.

                                                                                                         
Fuentes de Naciones Unidas indicaron que la agresión yanki costó la vida a un millón 300 000 personas, y admitieron “la desprotección de la población civil iraquí” y que “el Pentágono no piensa muchas veces en esto”.

Iraq fue en el 2003 la principal víctima de la “guerra contra el terrorismo”, iniciada a manera de ensayo contra Afganistán, luego de los atentados del 11 de septiembre del 2001 a las Torres Gemelas neoyorquinas y el Pentágono en Washington.

La táctica de atacar a Iraq desde el aire y no bajar a tierra hasta que la presencia humana nativa quedara al parecer inerme, recuerda una clásica característica de las más recientes invasiones norteamericanas a países desprovistos de una tecnología militar de respuesta.

                                                                                     
Fieles aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) han “santificado tal tipo de agresión, estando dispuestos a repetir la actuación genocida que EE.UU. realizó en territorio iraquí, toda una muestra del verdadero horror que conllevó esa aventura de rapiña y hegemonía.

La aceptación de la flagrante violación de los Convenios de Ginebra llegó muy tarde, tras las comprobadas torturas y asesinatos a sangre fría de prisioneros, sean opositores o simple civiles desarmados.

No vamos a invocar documentos de Wikileads al respecto, donde ya muchos casos de estos se conocen, sino que figuras como Edward Chaplin y Peter Ricketts, ex jefes del Departamento de Oriente Medio en el Ministerio de Relaciones Exteriores británico, expresaron consternación por la falta de seriedad con que el anterior gobierno de George W. Bush asumió el tema.

El actual mandatario, Barack Obama, pagó electoralmente en anteriores elecciones legislativas incumplimientos de retirada de tropas, en parte por hacer todo lo contrario, manejado por los hilos del Complejo Militar Industrial.

Además del ya mencionado número de víctimas fatales, el exterminio desatado en Iraq, consciente, desplazó a tres millones de iraquíes y causó el 60% de desempleo, en tanto el 50% de la población no tiene acceso a agua potable, el 80% vive sin alcantarillado, el 70% carece de los servicios de salud, un número similar permanece sin educación y el 53% tiene que vivir en refugios improvisados.

Mientras, sigue el arribo de mercenarios -ya son cerca de 80 000- contratados por las corporaciones privadas de la guerra, y unos 2 400 funcionarios del Departamento de Estado se instalan en el búnker de la Zona Verde bagdadí, donde se encuentran las instalaciones de la embajada norteamericana para la coadministración del país.

Se dice que Estados Unidos no ganó el capítulo iraquí, porque no pudo hacerse con todas las riquezas que ambicionaba, principalmente energéticas, pero si logró que su intervención generara matanzas interétnicas, y solo le preocupa que algún elemento gobernante local no le garantice el afianzamiento de su control de las riquezas mineras y petroleras de Asia Central.

También se afirma que el exceso de atentados puede crear una desestabilización que impida a las transnacionales una mejor explotación, pero ello no le importa, porque ya ha cumplido formalmente con la “retirada” prometida por Obama  -que esta vez le ayudó en la reelección presidencial-, y la penetración de la inteligencia estadounidense facilita una desestabilización que impide la armonía entre sunnitas, en el poder, chiítas y kurdos, y una paz estable con Irán y Siria, los principales enemigos de Estados Unidos e Israel en la zona.

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