La cultura también entre calderos

La cultura también entre calderos
Fecha de publicación: 
20 Octubre 2011
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Justo ayer el país conmemoró el Día de la Cocina Cubana, y mientras se entregaban diplomas y más de un centenar de chefs, cocineros, dulceros y panaderos de toda la Isla intercambiaban parabienes, un rostro ya ido se asomaba persistente a mi recuerdo: el de Nitza Villapol.

Hoy, Día de la Cultura Cubana, de nuevo vuelve la imagen de esa entrañable mujer, cuyo rostro apenas conocen las más nuevas generaciones, en las que muy pocas emociones movilizará escuchar aquella frase de “Con ustedes una vez más, como siempre, Cocina al minuto, con recetas fáciles y rápidas de hacer”.

Muchos y valiosos han sido los criterios difundidos en las últimas jornadas, destacando la intervención de Fernando Martínez Heredia,  a propósito de la cultura cubana. Pero, lamentablemente, una parte de quienes se han pronunciado y de las celebraciones, giran sobre todo en torno al acontecer artístico literario del país.

Sin embargo, la cocina cubana, con su omnipresencia, a veces angustiosa, en cada hogar de esta Isla, parece estar clamando desde humildes pero abrillantados calderos y junto al aroma del mojito criollo, por ser invitada al convite. Ya le había dado credenciales de honor Cirilo Villaverde, José Martí, Guillén  y también Lezama Lima, entre otras personalidades de la literatura cubana, pero Nitza Villapol Andiarena, aun sin verbo de elegante pluma, le garantizó desde la persistencia un espacio en el imaginario y la cotidianidad popular que trascendía la mera satisfacción de una necesidad básica.

Durante 44 años consecutivos, de 1951 a 1997, mantuvo junto a Margot Bacallao el programa Cocina al minuto, probablemente entre lo de más larga vida en la historia de la televisión cubana. Y entre sazones y también desazones, supo subrayar la importancia de este quehacer como parte de nuestra identidad, del patrimonio cultural de la nación.

Tras la imagen campechana de Nitza, de una común ama de casa con su delantal y un decir sin adornos, alentaba la doctora en Pedagogía y profunda conocedora de la nutrición y la dietética, autora de varios libros que siempre batieron récord de ventas y todavía hoy son reeditados. No por gusto se hizo merecedora de la Distinción por la Cultura Nacional.

Pocos habrán sabido de las tribulaciones de esta cubana cuando, en lo más duro del período especial, le correspondía aparecer ante cámara para enseñar una nueva receta. Pero su inventiva, el tener los pies bien puestos en esta tierra nuestra, y  un particular sentido de la cubanía, de la mano de la dignidad, el respeto y el compromiso, fueron su carta de triunfo en esos lances.

A propósito de tales coyunturas, en una oportunidad había declarado “Sencillamente, invertí los términos. En lugar de preguntarme cuáles ingredientes hacían falta para hacer tal o cual receta, empecé por preguntarme cuáles eran las recetas realizables con los productos disponibles”.

Pero un producto hubo que sí nunca faltó en sus preparados: el convencimiento de que no solo esta enseñando a aderezar este o aquel plato, sino subrayando el sentido de cocina cubana como parte de nuestra cultura nacional, esa que hoy celebramos.

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