Washington: Niños con chalecos antibalas

Muchos estadounidenses comienzan a prepararse para ver desfilar ante ellos una imagen dantesca: niños camino a la escuela con chalecos antibalas y portando mochilas blindadas.

Tales enseres ya están siendo fabricados por un empresario colombiano, quien lo reveló, entre otras cosas de igual plumaje surrealista, durante una entrevista con la Associated Press (AP).

Se trata de Miguel Caballero, dueño de una compañía que radica en Bogotá donde trabajan unas 250  personas especializadas en confeccionar elementos para proteger vidas con alto riesgo de seguridad.

Durante una entrevista con AP dijo: “tomamos la decisión de fabricar piezas blindadas para niños porque varios clientes, especialmente de Estados Unidos, nos lo pidieron”.

Según Caballero, nunca pensó producir y vender chalecos antibala para niños, pero ahora lo hizo para ayudar a padres de Estados Unidos “que tienen miedo de mandar a sus hijos a la escuela”.

Otro directivo de la entidad, Giovanni Cordero, declaró  a la AP: “Nos han llegado mensajes de todas partes de Estados Unidos”, “nos han pedido cualquier solución”, y nosotros diseñamos prendas blindadas.

Entre ellas las mochilas o maletines con protección balística que, a la vez de cubrir la espalda del niño, podrían servir de escudo a muchachos entre 8 y 16 años de edad.

La primera demanda de estos curiosos productos saldrá en breve desde Bogotá rumbo a un distribuidor en Estados Unidos, pero sin identificarlo “por razones de seguridad”.  

Sucede en el contexto de un país donde las poderosas corporaciones que dominan la fabricación, venta y distribución de armas han impuesto –en la práctica- un poder dentro del poder federal.

Observadores recordaron a mediados de este año que las enormes ganancias obtenidas por los jerarcas del sector explican la disponibilidad de armas en Estados Unidos.

Este fabuloso negocio multimillonario explica en su esencia las razones que impiden tan siquiera establecerle algunas discretas regulaciones en este frente.

A fines del siglo pasado la Asociación Nacional del Rifle arremetió contra el presidente William Clinton cuando este prohibió durante algunos años la venta de fusiles de gran poder en tiendas del país.

Aquella reyerta llegó tan lejos, que Clinton desde el exterior los acusó ante la prensa de emplear grandes cifras de dinero para manipular el voto de integrantes del Congreso.

Según la firma Hoover´s, especializada en investigación de empresas, en el año 2010 la industria dedicada a la fabricación de armas y municiones en Estados Unidos aglutinaba unas 300 firmas con ingresos anuales de unos 6 000 millones de dólares.

En julio pasado representantes suyos viajaron a la ONU, en Nueva York, para oponerse con ahínco a la suscripción de un Tratado sobre el Comercio de Armas (ATT), que fracasó porque Washington le retiró su apoyo.

De esta manera su dogmatismo ultraderechista los arrastró a combatir un proyecto que únicamente se refería a la esfera internacional y no constituía una base para limitar legislaciones internas sobre la materia.

A fines de diciembre la organización Amnistía Internacional (AI) difundió un comunicado en el que acusó a  la Asociación Nacional del Rifle de utilizar mentiras para sabotear el esfuerzo anterior y de prepararse a repetirlo cuando se reanuden las negociaciones en marzo.

Michel Ringuette, directivo de  AI declaró que jefes de la Asociación han emprendido una campaña de anuncios y recaudaciones de fondos para volver a bloquear ese intento con el propósito de apoyar a la industria de armas de Estados Unidos.

No en balde algunos de los más altos portavoces de la Asociación Nacional del Rifle sugieren resolver las tragedias que tienen lugar en sus escuelas armando a sus maestros, militarizándolas.

Entonces se explica mejor porqué la gran nación del Norte afronta la vergonzosa posibilidad de ver a sus muchachos-estudiantes vestidos con chalecos antibalas y portando mochilas blindadas para sobrevivir.