Otra manera de mirar China

 «Como un poderoso dragón, la Gran Muralla serpentea a lo largo de las montañas chinas protegiendo los arados, las aldeas, los templos familiares y los verdes surcos de arroz». Así comienza uno de los cuentos que mi niña de tres años prefiere escuchar antes de quedarse dormida, la historia de «su amiga» Mulán, una valiente y linda muchacha china que transgrede y honra al mismo tiempo la tradición de su familia y de su pueblo.

Ligeramente occidentalizado por la «magia» de Disney, le llega el milenario acervo del gigante asiático a mi niña y de cualquier modo lo celebro, valgan la belleza y los valores humanos de esa cultura  singular, cuyo homenaje a la sabiduría ancestral, a la familia y a la naturaleza, cuya apuesta por el equilibrio, la armonía y la laboriosidad, la conservan y la desarrollan al mismo tiempo.

Una China lejana en el espacio geográfico, pero lo suficientemente sólida y trascendente como para esparcirse, mezclarse incluso, sin diluirse nunca, en el «ajiaco» étnico que somos los cubanos, el cual también está aderezado con apio y salsa de soja, nos circunda, se nos acerca de muchos modos: el repetido «made in china» en artículos comerciales, el supuestamente chino y tan socorrido arroz frito, las clases de historia antigua, las artes marciales, la televisión que transmite un creciente número de programas relacionados con aquella cultura, las noticias de actualidad económica, los amigos que viajan cada vez más por intercambios laborales, las Yutong… hasta ciertos cuentos infantiles…

Sin embargo, otra hermosa y espiritual manera de mirar China está por estos días a nuestro alcance en La Habana; se trata de la oportunidad de conocer una China antigua, sensible, colorida, grandilocuente y mística, dialogar con ella en el lenguaje más universal, el que comunica tiempos y espacios: el arte.

La muestra «Pintura tradicional china», que hasta el mes de enero puede visitarse en el Edificio de Arte Universal del Museo Nacional de Bellas Artes de Cuba, reúne trece piezas datadas entre los siglos XVI y XIX, las cuales forman parte de los fondos de esa institución.

Desarrolladas sobre seda y papel, las pinturas justifican desde los materiales y las variadas técnicas hasta las imágenes mismas los calificativos de interesante y sui géneris que han acompañado a la muestra desde su apertura. Asistimos a un recorrido por cinco temáticas fundamentales, recurrentes de hecho en la creación plástica del país y la época representados, los cuales coexisten en una unidad que avala la coherencia del conjunto.

Vida imperial, retratos, paisajes, aves y flores e imágenes religiosas son los grupos temáticos en los que se organizó «Pintura tradicional china». Cada uno reúne piezas de indudable valor artístico y una delicadeza y elegancia tal vez inherente a algunos de los soportes típicos del arte tradicional chino.

De acuerdo a las temáticas representadas, la muestra adquiere la virtud de abarcar una importante gama de aspectos de la visualidad de la China tradicional: expresan lo que ocurría en la vida de la corte e ilustran las adornadas escenas imperiales chinas, la espectacular naturaleza y la apariencia de su gente con el realismo propio de este arte.

Agregan entonces en alguna medida valores históricos, testimoniales, sociales, religiosos… al mero placer estético que experimentará el público dispuesto a desentrañar los signos de un lenguaje distante a través del más universal de los códigos: el arte.

La exhibición tiene la primicia en cuanto a mostrar de forma transitoria o permanente un conjunto exclusivamente de pintura china en el más importante museo de arte cubano, sin embargo, no será la última, según las palabras al catálogo de Moraima Clavijo, directora de esa institución: «La pintura china ha salido de nuestros depósitos; esta exposición es solo un punto de partida. La belleza de sus paisajes, su religiosidad diferente y la mirada fija en los antepasados, son un pequeño ejemplo de su profundo significado y de su hermoso colorido».