Una temporada para los jóvenes
especiales
El Ballet Nacional de Cuba concluyó este domingo su temporada de dos semanas en el Gran Teatro de La Habana. El programa concierto incluyó algunas de las puestas más significativas del repertorio histórico de la compañía: Dionaea, Muñecos, Majísimo… Sumadas a la obra de dos jóvenes coreógrafos: Danzón, de Eduardo Blanco, y el estreno de Ígneos, de Laura Domingo.
Si se tiene en cuenta que buena parte de la compañía esta de gira por España, han sido funciones ambiciosas, pues las obras han sido interpretadas por jóvenes figuras, bailarines que apenas comienzan su vida profesional.
Es notable la entrega y las ganas de bailar de estos muchachos, incluso sus potencialidades, pero también es evidente que les falta mucho entrenamiento en el trabajo de grupo. En la obra de Domingo, por ejemplo, no pudieron ofrecer la homogeneidad en el baile que la coreografía demandaba.
Ígneos es una obra de ritmo trepidante, que crea un entramado fogoso a partir de la consecución de evoluciones y la alternancia de solistas y grupos. Su estructura tiene mucho que ver con la de la música que la sostiene: el Scherzo de la Novena Sinfonía de Bethooven.
Se marcan los énfasis, se distinguen tempos, se ejecutan secuencias en canon: los bailarines, individualmente, cumplen con lo pautado, derrochan energía… Pero al cuerpo de baile le falta uniformidad.
En otra obra del programa, Majísimo, parte de los intérpretes no está todavía a la alturas de las exigencias técnicas de la coreografía. Debemos asumir, entonces, que esta ha sido una temporada de fogueo para que jóvenes bailarines asuman roles de cierta complejidad.
Mejor resueltos estuvieron Danzón y Dionaea, en la que los intérpretes lucieron más cómodos. Plausible el desempeño de la bailarina principal Verónica Corveas en esta última coreografía: ofreció una interpretación muy madura del rol principal.
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Eduardo Smith
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