Diálogo con Duani Ramos: «Moncada me ha dado una historia, el resto va por mí»

Diálogo con Duani Ramos: «Moncada me ha dado una historia, el resto va por mí»
Fecha de publicación: 
26 Noviembre 2019
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No pude ver a Duani Ramos en «Sonando en Cuba», un evento donde obtuvo el Premio de la Popularidad que otorgan los televidentes. No obstante, en cuanto escuché su primera grabación con Moncada, me percaté de que se trataba de un talento joven cuya trayectoria valía la pena seguir. Lo conocí más tarde durante uno de los conciertos del grupo en el Bule-Bar 66 y me pareció un muchacho serio, reflexivo, de sonrisa fácil e indudable carisma. «Se pone metas altas y las cumple, ha vencido varios obstáculos y sigue…», me comentó un amigo entre tragos y saladitos. Entonces, no lo pensé más. Me presenté y le solicité una entrevista, un oficio que empecé a desarrollar cuando era un novato en la revista Opina, hace ya unos cuantos años.

—Me dices que empezaste a cantar desde tu niñez y adolescencia. ¿Hay algunas influencias familiares o de tu círculo de amigos?

—Sí, desde pequeño me gustaba aprenderme las canciones. Mi mamá toca muy bien el piano y canta y mi papá hace lo mismo de manera, incluso, más afinada. Los dos son militares. Mi tema preferido fue uno que defendió Augusto Enríquez en la versión local del festival de la OTI.

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—Estudiaste inicialmente Enfermería. ¿Qué te aportó?

—Me gradué en el 2009 y llegué a laborar en el policlínico docente Antonio Pulido Humaran, de Arroyo Arena. Como empleado de la salud, bueno, adquirí mucha habilidad a la hora de tratar a las personas. Más que humildad, este oficio me regaló la paciencia. Aprendí a vencer la presión, a reaccionar ante las urgencias, a enfrentarme a los problemas habituales de un Cuerpo de Guardia. Vi gente morir… en fin… me enseñó a ser sensible. Por fortuna, tuve una hija temprano, a los 21 años, llamada Olivia, y ella me dio la fuerza que tenía en ese momento.

—Cuando abandonaste la Enfermería y empezaste a cantar, ¿estabas consciente de tus debilidades y fortalezas? ¿No fuiste, tal vez, algo irresponsable?

—No creo. Tras varios años como enfermero, me tiré a una piscina sin agua: era dejar algo seguro para entrar en la música, era dejar la realidad para entrar en el sueño. Ya había ganado algunos premios en los festivales a nivel de Casas de Cultura. Todo el mundo me decía: «Arriésgate… tú tienes con qué». Fue una tremenda aventura. Empecé cobrando 50 pesos cubanos, pero logré no mucho después de que me evaluaran en las empresas Musicuba y Benny Moré.

«Ya como profesional, empecé en la compañía Okan Dance, que ya no existe, con muchos bailarines, gente especializada en modelaje, intérpretes de música popular. Más adelante, estuve en el Bakuleyé y de ahí pasé a To' Mezclado, donde me fue muy mal; allí viví una historia muy triste que me encantaría contar algún día».

—Los programas como «Sonando en Cuba» suelen funcionar a la manera de escuelas para los jóvenes. ¿Fue así contigo?

—El espacio, en su segunda temporada, me desarrolló como artista y ser humano, me hizo ver cosas de mí desconocidas. Descubrí que yo podía cantar de diferentes formas. Desde el principio, dejé claro que me inclinaba por el bolero mezclado con algo de pop y por las sonoridades más contemporáneas. Siempre me dije: «No soy el mejor, hay que ser autocrítico, pero quiero estar entre los mejores». Aspiré a llegar lejos y lo logré. Estuve peleando hasta casi el final y obtuve el Premio de la Popularidad.

«Mi mentor fue el sonero Mayito Rivera, con quien tuve una relación difícil durante la competencia. No me trató nunca mal y nos llevábamos bien; sin embargo, dejó de confiar en mí dentro de la dinámica del show; me eliminaba, a pesar del apoyo de la gente, y no me apoyó lo suficiente. Al final, creo que se dio cuenta. Hoy somos muy buenos amigos».

—¿Por qué desdeñaste ser solista para entrar en Moncada? ¿Respondías a un sueño adolescente o te faltaron opciones?

—No me inicié en solitario porque no tenía los recursos económicos para lograrlo. Cuando estaba en «Sonando en Cuba», se me acercaron varias compañías y grupos con proyectos interesantes, algunos de ellos internacionales. Los fui borrando de mi libretica, y al final, me quedé con Moncada. Siempre tuve mis metas bien claras: no me interesaba hacerme millonario y estar fuera del país, deseaba un grupo que me diera respeto, la familia, el trabajo en conjunto, el seguimiento. Moncada me regaló un nombre, una bandera y, sobre todo, un sentido de pertenencia. Soy la voz líder y estoy orgulloso.

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—Al llegar a Moncada, te encontraste con un grupo de dinosaurios dueños de criterios ya preestablecidos y de una filosofía bien definida. ¿No ha limitado esto tu carrera?

—Yo admiré durante años esta historia, esta madurez profesional, y ahora me estoy haciendo parte de ella. Está resultando una experiencia muy enriquecedora, de todo se aprende. Estoy tan metido en el personaje, que me lo creo. Yo aporto la juventud, la renovación, los nuevos aires. Jorge Gómez, nuestro director, es un veterano lleno de proyectos que deben salir pronto.

—Siempre se ha dicho que en Moncada hay un concepto global capaz de rebasar cualquier virtuosismo personal.

—Sí, y hemos sudado; la agrupación llevaba tiempo fuera de los medios, sin los reflectores que tuvo durante años. Estamos renovando muchas cosas, con un mayor nivel de flexibilidad que nos permite enriquecernos mutuamente. A esto se suma la llegada de gente nueva en la guitarra y el bajo. Tenemos ahora con nosotros a Carlos Ernesto Varona, un músico que viene de lo clásico.

—¿Qué puedes ofrecerle al grupo, más allá de sus cantantes anteriores: Alberto Faya, Augusto Enríquez y Alexis Morejón?

—Yo me ubico entre lo que hacía Augusto y la movilidad y el ritmo de Alexis; no obstante, me inspiro más en el primero. Depende del día y del repertorio… hay momentos en que me despeloto en el escenario y otras veces me veo más enamorado.

—¿Prefieres interpretar los temas nuevos o las piezas antológicas como Yo te quería, María, de Gerardo Alfonso, y Corazón, corazón, de Ángel Quintero?

—A mí me pasa algo curioso. Se supone que esté apostando por inspiraciones más relacionadas conmigo como Será el amor y Bandas de serenatas; sin embargo, adoro los éxitos antiguos de Moncada al estilo de El pasito de la bibijagua o Chamamé a Cuba… Juan Carlos quiere montar cosas de ahora, pues tenemos una gaveta llena de novedades, y yo siempre me las arreglo para redescubrir las viejas composiciones llenas de sabor de pueblo. Estas, digamos, encienden la mecha en las presentaciones. Además, las propuestas que van apareciendo no se han grabado aún en un disco y la gente no las conoce.

—Moncada está todos los sábados en el Bule-Bar 66 de Artex, ubicado en San Rafael, en la Habana Vieja. El público que concurre a este sitio no es el habitual del grupo. ¿No es esto un problema?

—Moncada siempre anheló tener un espacio fijo donde poder dejar una huella. Artex nos dio la oportunidad de inaugurar el lugar y todos los sábados convocamos a los fieles y a los caminantes y paseantes ocasionales. Algunos llegan y dicen: «¡Ah… Moncada!», el nombre les suena a viejo o a algo político. Y al rato, cambian de opinión. El 95 por ciento de los visitantes goza y se divierte muchísimo. En este local grabamos un disco en vivo con Bis Music para promover el espectáculo. No tiene nada inédito.

—En una entrevista del periódico Vanguardia reconoces que entras algo inseguro en el escenario, ¿no confías en tus aptitudes musicales y en tu carisma?

—Bueno, al principio tuve cierta timidez. Cuando llegué a Moncada, en realidad, no había cantado mucho. Ya ha pasado un tiempo y me siento capaz de enfrentar nuevos retos.

—Ya tuviste una gran experiencia: la gira nacional con Moncada, Buena Fe y Casabe, organizada por la Unión de Jóvenes Comunistas en su aniversario 55. En esos días estrenaste el popular Gallo de pelea.

—En el recorrido tuve que cantar, por primera vez, en conciertos llenos de muchas personas, miles y miles, y me vi obligado a hacer las cosas diferentes en el escenario. Israel Rojas, el director de Buena Fe, me aconsejó mucho, me alentó, y yo enseguida me di cuenta de que no podía decepcionar.

«Me aprendí dieciocho textos para la gira en unos dos meses, más o menos. Muchos de ellos, creados al calor de las luchas sociales y políticas que ha librado el país, lo cual está bien, defendemos lo nuestro. Aquí aparecieron igualmente los dudosos y no se fueron bravos. Fue el renacer de un grupo que no se ha detenido desde su fundación, en 1972».

—¿Y los estudios? Leí que quieres aprender a tocar guitarra.

—Sí, ya tengo una regalada y compré un libro para estudiar. Te aseguro que seré perseverante.

—La conductora Edith Massola te calificó como el Luis Miguel de Cuba…

—(Ríe) Bueno, no tiene razón, aunque por algo lo diría. A mí, entre otros, me gusta la proyección de Leoni Torres; es uno de los artistas con quien me gustaría hacer algo algún día.

—¿Y qué opinas sobre el reguetón y la música popular bailable en Cuba?

—A mí me encanta el reguetón. Nosotros tenemos dos temazos con la base rítmica de este género musical. Claro, se trata de un reguetón inteligente, que trata de alejarse de las malas letras y de la superficialidad. Igualmente, tenemos una pieza del sonero Elito Revé, que Moncada interpreta junto a él y David Blanco. Es una sorpresa para un disco en estudio. Y yo contento: la música de las orquestas populares me resulta muy atractiva.

—¿Te consideras exitoso?

—Aún no, con Moncada tengo solo una primera toma de contacto. Vamos a luchar para que no nos olviden. Quizás haga un disco de baladas solo, pero mi rol principal en el futuro será con Jorge Gómez y su tropa.

—¿Amas solo a la música?

—¡Qué va!, estoy enamorado de una periodista, colega tuya, con quien deseo compartir mi vida y tener más hijos.

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Tras concluir la entrevista y con el cafecito ya en la mesa, Duani Ramos me habló sobre la participación de Moncada en el Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes que tuvo lugar en la ciudad rusa de Sochi. Allí no pudieron hacerse presentes en los grandes escenarios, aunque en la villa pusieron a bailar a jóvenes de disímiles partes del planeta. «Me resultó increíble ver a jóvenes alemanes, franceses, vietnamitas, tratar de comunicarse para hablar un mismo lenguaje de paz y amor», me reveló con cierto rubor en las mejillas. «Salí de allí rico en amigos y lleno de optimismo, ya el resto va por mí».

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