Latencias terribles que resurgen
especiales
¡Despierten! ¡Permanezcan alertas! Ese consejo de los sabios antiguos parece hoy más vivo que nunca, entre las maravillas tecnológicas que tanto asombro causan y tantas expectativas de mejoramiento crean en todos los órdenes, menos en la psiquis y la conducta de buena parte de la humanidad, a la que nos recuerdan oscuros, odiosos momentos de la historia.
La bandera picada de los pueblos indígenas, la vejación pública de una mujer de ese origen. El disparo a mansalva a multitudes que reclaman el regreso del orden institucional. La manipulación de la Biblia para apoyar lo insostenible. La ignorancia, el fanatismo religioso explotado en función de intereses económicos personales o de élites. Las manifestaciones de machismo como elemento preponderante enfrentado a la civilidad de los originarios.
La creación de matrices de información impúdicamente falsas, pero aceptadas por un sector nada despreciable de las redes (a)sociales. La replicación de esas mentiras, en tantas formas y a través de tantos canales, que las convierten en razonada realidad para los dormidos. Aun siendo la más absurda de las acusaciones.
La ignorante mezcla de matices y contextos, sin análisis específico, que admiten y propagan los replicadores, sin particularizar situaciones. Lo disímil y rico lo quieren convertir en plano y monocromático para fácil digestión de sí mismos y de los distraídos de los selfies y los memes.
El odio como lente (o lentejuela cabaretera) para ver conspiraciones izquierdistas en cada revuelta genuinamente popular contra el neoliberalismo. El odio contra lo diferente, que puede ir desde las tonalidades de la piel hasta las preferencias sexuales.
El uso de un lenguaje soez y manipulador para reafirmar las falsedades que propagan, en realidad una expresión de raquitismo, de brechas anchísimas en la construcción que desean vender a los incautos. Ese decir ácido en las redes (excelente nombre) filtra la carencia de argumentos sólidos con los cuales sostener lo que plantean o «informan».
Las horrendas consecuencias de dos guerras mundiales y los conflictos regionales se han olvidado. O peor aún, se les justifica. Las matanzas son tan frecuentes, que han dejado de ser breaking news para colocarse junto a una columna sobre moda.
El miedo, el terrible pavor a la pérdida de sus privilegios, de sus vidas paralelas e «incontaminadas», que padecen esos sectores minoritarios que medran con el trabajo de las mayorías. Dios, Jesús y todo el santoral tienen que estar de su parte. ¿O es que no oyen las oraciones?
Las dulces salidas de compras esperan por el fin de semana. Es un desahogo, un desfogue imprescindible a presiones de todo tipo, aunque se asumen como felices y libres opciones, y prueba de calidad de vida. Y si no pueden comprar, tocan, revuelven el objeto y sueñan. Siempre queda el Viernes Negro para pasarles por arriba a otros seres humanos, en busca de rebajas.
¡Despierten! ¡Permanezcan alertas! Se ha repetido a través de la historia humana, por personajes que conocen esencialmente lo que dicen. Esas latencias también afloran, por supuesto, y con más fuerza y eficacia cada vez. Porque este es un mundo de infinitos matices que acaban por combinarse en su tendencia al equilibrio y a lo justo.
Ernesto González (Colón, Matanzas, 1954) ha publicado poemas, cuentos y artículos en el área de Chicago, donde enseñó español en la Universidad East-West y en la Academia Cultural Exchange. Fue asesor de la prueba de eficiencia de español de la editorial Riverside Publishing y traductor del periódico Hoy del Chicago Tribune. Sus obras han salido bajo los sellos Cuban Artists Around the World y Booksurge. Están disponibles en amazon.com. Su novela “Bajo las olas – Tras las huellas brumosas de Marguerite Yourcenar” ha sido recientemente publicada por Ediciones Extramuros, La Habana.
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