CRÓNICAS BIEN CORTAS: La seño Celia
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Le debo una crónica a la seño Celia. ¿Por qué? Por cosas simples: recibir a los niños en el Cuerpo de Guardia del Marfán con una sonrisa, tomarles las manitos y conversar con ellos hasta que la enfermera averigua todo lo necesario y el pequeño deja de temblar con ese antiguo miedo al médico.
Cuando llegamos, todo parecía tan fácil porque ella, linda, de punta en blanco, jaranera y dulce, lo tenía todo bajo control: siéntense por aquí, entran después de aquella niñita.
Lo mejor que te puede pasar es encontrarla, con sus 48 años de trabajo a cuestas, como si no le pesaran. 48 años, todos en el mismo hospital pediátrico, excepto los cuatro que pasó de misión en Angola.
Como si no le pesaran las guardias en terapia intensiva, su especialidad; ni todos los sacrificios, carencias y dificultades que caben en los últimos casi 60 años de una isla cruelmente bloqueada; ni el salario que, a pesar de los aumentos, no alcanza.
Ella se jubiló como enfermera intensivista y se reincorporó como clasificadora:
«Aquí salvo vidas igual y les doy paso a las nuevas generaciones», me dice, y agradece que quiera escribir sobre ella.
¡Qué cosas se le ocurren a Celia! Las gracias son para ella, por esa virtud que todo lo puede: la vocación.
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