La Habana de los tanques azules

La Habana de los tanques azules
Fecha de publicación: 
8 Noviembre 2019
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Por estos días, cuando cada vez falta menos para el aniversario 500 de La Habana, es usual que se escuche hablar de los grandes y conocidos espacios, los sitios icónicos de la ciudad.

Pero no son pocos los habaneros de esa otra Habana anónima —la que no sale en fotos ni postales— que se asoman a la puerta o la ventana cada mañana, también por estos días, y descubren una luminaria nueva en su calle, que al parquecito le nacieron bancos nuevos, o encuentran fachadas con colores.

Y es que esta Habana al borde de su medio milenio en verdad es sentida por todos los que la habitan, la disfrutan y la sufren, no ocasionalmente, no desde una ventanilla de auto que no deja al sol penetrar ni al aire acondicionado escaparse. Hablo de los habaneros que, sin siquiera proponérselo, van remodelando cada día esta ciudad suya; estampándole el chasquear de las chancletas andando sobre aceras y asfaltos; componiéndole sinfonías con el vocerío del aviso de que llegó el pollo o de corre, que Fulanito se está fajando; agitándola desde sus noches, sensuales o sórdidas, de rojo y filo, de piel y ritmo, tedio o pasión, y calor, mucho calor.

Esta, la Ciudad de las Columnas, de Carpentier, es hoy también la ciudad de los tanques azules. Ningún talentoso artista los fundió, no acompañaron a La Habana en sus sofocos de villa ni en sus ambiguos contoneos de seudorrepública; ninguna añeja pátina los marca. Pero son también indicio y testigos de tiempos recientes y heroicos.

Del mismo modo que los arqueólogos de este presente han indagado entre ruinas, escombros y añosos sumideros, ayudando a reconstruir cotidianidades pasadas a partir de fragmentos de vajilla o un trozo de abanico, quizás los arqueólogos del porvenir se detendrán pensativos frente a un pedazo de tanque azul, cotejándolo con fotos de la época en que se ven azoteas de la capital pespunteadas por esos «misteriosos» envases.

A lo mejor no sabrán deducir con tan pocas pruebas que esos tanques azules fueron también un símbolo, de la resistencia, de la creatividad, de un día a día en que se pasaba trabajo, pero la gente andaba de todas formas limpia y recién bañada.

Son las mismas gentes que hoy comentan con orgullo desde sus balcones, o en familia frente al televisor, sobre esta o aquella restauración, tal o más cual cambio en la ciudad que les mejora la vida.

También son las mismas que, sin alharacas ni brindis ni luces de artificio, se levantarán este 16 de noviembre y, como todos los días, saborearán tranquilamente su buchito de café. Pero ese sábado todas las rutinas se les volverán diferentes: La Habana suya, la del Capitolio y también la de los tanques azules, estará de cumpleaños.

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