LA BIBLIOTECA: Orlando, de Virginia Woolf
especiales
Desde que apareció publicada en octubre de 1928, Orlando dejó sin saber qué decir a muchos de sus lectores. Más de uno, los menos enterados —que por ahí todavía los hay—, llegan al final sin asimilar muy bien lo que leyeron. No es que la prosa sea enrevesada ni que las metáforas sean oscuras, el quid está en la naturalidad con que la autora, la inmensa Virginia Woolf (1882-1941), alarga la existencia de su protagonista por casi tres siglos.
Después de eso, no debería asombrar —y de todos modos asombra— que ese protagonista comience siendo un caballero de la corte isabelina y termine como una dama en los albores del siglo XX.
El título original incita al juego: Orlando: una biografía. Woolf hizo una deliciosa parodia de las semblanzas tradicionales de grandes personalidades (tan comunes en la Gran Bretaña victoriana) para narrar las peripecias de su propia criatura, en la que confluyen múltiples referentes, sobre todo la que se afirma fue amante de la escritora: Vita Sackville-West.
La gran fantasía que deviene la novela tiene sus pies bien puestos en la tierra: trata de afianzar a la mujer en una tradición eminentemente masculina.
Esta es en definitiva una historia sobre el arte, la literatura y la manera en que el contexto influye en esos ámbitos y en sus creadores. La pródiga imaginación de Woolf va iluminando rescoldos más o menos velados del devenir de una nación.
Orlando, novela y personaje, no dan tregua; se desbocan con la fuerza de una naturaleza que no es masculina ni femenina, porque no entiende de sexos o géneros: la gran poesía de la Humanidad.
Primera página
Él —porque no cabía duda sobre su sexo, aunque la moda de la época contribuyera a disfrazarlo— estaba acometiendo la cabeza de un moro que pendía de las vigas. La cabeza era del color de una vieja pelota de football, y más o menos de la misma forma, salvo por las mejillas hundidas y una hebra o dos de pelo seco y ordinario, como el pelo de un coco. El padre de Orlando, o quizá su abuelo, la había cercenado de los hombros de un vasto infiel que de golpe surgió bajo la luna en los campos bárbaros de África; y ahora se hamacaba suave y perpetuamente en la brisa que soplaba incesante por las buhardillas dela gigantesca morada del caballero que la tronchó.
Los padres de Orlando habían cabalgado por campos de asfódelos, y campos de piedra, y campos regados por extraños ríos, y habían cercenado de muchos hombros, muchas cabezas de muchos colores, y las habían traído para colgarlas de las vigas.
Orlando haría lo mismo, se lo juraba. Pero como sólo tenía dieciséis años, y era demasiado joven para cabalgar por tierras de Francia o por tierras de África, solía escaparse de su madre y de los pavos reales en el jardín, y subir hasta su buhardilla para hender, y arremeter y cortar el aire con su acero.
Orlando está disponible en las bibliotecas públicas de todo el país, y en muchas de ellas puede solicitarse en edición digital.
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