OPINIÓN: La Patria, el deporte y la política
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Nunca antes el deporte ha mostrado su perfil político de manera tan clara y directa. Lo ha hecho, paradójicamente, negándolo. Todo el esfuerzo por despolitizarlo, ha redundado en su contrario; la toma apasionada “de partido”, la juramentación ante la bandera y la Patria horas antes de marchar hacia algún evento importante, y la entrega absoluta en el terreno de juego, ha involucionado en algunos, hasta la alegre “deserción” en los minutos previos a la competencia, el abandono de la responsabilidad adquirida con los suyos y con sus compañeros de equipo, justificado como acto “natural”, que busca el crecimiento personal (económico o deportivo). En los agradecimientos la Revolución ha sido sustituida por Dios (nada en contra, si no se omite a la Revolución, como mismo un enfermo salvado no puede omitir al médico).
Hay que diferenciar las actitudes: no es lo mismo el que se marcha a probar suerte en otras culturas, o simplemente quien se atiene a la cultura del tener, elección personal, intransferible, triste, pero de cierta manera respetable si no vende el honor de su equipo, que el que traiciona su compromiso en un evento para el que ha sido elevado al rango de país. Sí, el equipo puede ser la Patria en determinadas circunstancias, y el atleta adquiere un compromiso innegociable. ¿O es que el enfrentamiento deportivo entre países como Gran Bretaña y Argentina no arrastra connotaciones políticas y reivindicativas? ¿Se acuerdan de la “Mano de Dios” de Maradona en una semifinal mundialista frente a los británicos, después de la guerra de las Malvinas?, ¿alguien ignora el significado de reafirmación nacional que adquieren las victorias deportivas del pueblo puertorriqueño?, ¿por qué las victorias y las derrotas cubanas ante equipos norteamericanos se festejan y se sufren de manera especial?, ¿es o no una decisión política del COI la exclusión de Rusia y de Palestina de los venideros Juegos Olímpicos, y la aceptación de Israel, cuyo gobierno y ejército cometen genocidio contra el pueblo palestino?
Ninguna profesión es aséptica. Pero el deporte es competencia, escenario de pasiones y compromisos, de alegrías y tristezas colectivas. La camiseta nacional es un símbolo que nadie osa despreciar. Una de las primeras cosas que “la cultura del tener” se propuso destruir (y lo hizo con rabia acumulada) fue el sentimiento de orgullo nacional que despertaba en los cubanos su movimiento deportivo amateur. Quería demostrar que sus triunfos eran falsos, ya que no se medían ante profesionales, ¡y no pudieron!: los peloteros cubanos jugaron de tú a tú con los Orioles, perdieron uno por la mínima y ganaron el otro. Algunos de aquellos jugadores saltaron a Grandes Ligas y brillaron allí. Contra todo pronóstico interesado, incluso de nuestros cronistas, se alzaron después con el subcampeonato del primer Clásico Mundial. La medalla de oro, por cierto, no la recibió ningún equipo de Grandes Ligas. Llovieron las explicaciones: que la MLB no se había tomado en serio la competencia, que los peloteros no estaban en su mejor forma, bla, bla, bla. Hasta hoy, la única serie y el único equipo nacional en el mundo que no ficha jugadores extranjeros, son las de Cuba. Por eso para que el deporte en Cuba disminuyera su calidad, tuvieron que llevarse y se llevan cada año a muchos de los mejores deportistas y entrenadores.
No juzgo a nadie, pero tampoco admito que se diga que el descalabro de la pelota cubana es el resultado de sus errores y sus carencias técnicas, que los hubo y las hay, de lo uno y de lo otro, y no se mencione el robo de talentos (formados por el béisbol amateur) y el bloqueo (aunque la palabra disguste a algunos), tanto para el mantenimiento de los estadios y las competencias de base, como para las aspiraciones individualistas de deportistas y entrenadores. Cuba, a pesar de todo, sigue siendo una fábrica de peloteros amateurs que después, al emigrar de las más diversas maneras, brillan en Grandes Ligas. No obstante, un narrador cubano se permite afirmar durante un partido trasmitido por televisión, que el jonrón decisivo del joven talento santiaguero Harold Vázquez, que deja al campo a los Industriales, será el momento más importante de su vida, incluso si alguna vez gana la Serie Mundial. ¿Sabe él de sus intenciones de abandonar su carrera en Cuba, o lo está instando a hacerlo? Si Alcides Sagarra, Eugenio George o Ronaldo Veitía hubieran aceptado de manera “muy profesional” vivir y representar a otros países de manera permanente, sin duda que la calidad técnica del deporte cubano no habría sido la que fue.
No eran profesionales ni Sotomayor, cuyo record mundial sigue vigente después de más de tres décadas, ni Juantorena, ni Stevenson, catalogado como el mejor boxeador amateur del mundo en el siglo XX, ni las “morenas del Caribe”, el mejor equipo femenino de voleibol de ese siglo, ni lo es Mijain López, cuatro, ojalá que cinco veces campeón olímpico. “Vive la pasión” es una frase que consagró el deporte revolucionario, y en especial, la pelota; no intenten usurparla para hablar del fútbol europeo, aunque genere pasiones, porque la pasión a la que alude la frase, no es solo la de la fanaticada, es la que los deportistas derrochaban: Juantorena corría “con el corazón en la mano”, como Ana Fidelia, apenas unos meses después de un grave accidente hogareño y de haber sido operada repetidas veces. “Ya no se vive el espectáculo”, me dijo con tristeza Germán Mesa, al que no conozco personalmente, en una conversación casual mientras esperábamos en una cola, cuando le recordé sus antológicas jugadas de doble play con Padilla, —“¡no, no, por ahí no se batea!”, afirmaba un apasionado narrador ante cada conexión “equivocada” por el espacio que defendía Germán—, ni los guantazos de Javier Méndez, ni los robos de home protagonizados por Víctor Mesa, ni sus atrapadas encaramado en la cerca, para evitar el jonrón. Y aunque probablemente estaba mal, no recibían ni un centavo más por sus proezas. Pero nuestros narradores tasan hoy a cada pelotero que aparece en los Clásicos como bueno o mejor, si jugó o juega en Grandes Ligas; al narrar, algunos callan o disminuyen sus errores y magnifican sus aciertos. Los primeros derrotados de cada juego son, a veces, los narradores. Hoy Cuba rescata, con mucho sacrificio, sus Juegos Escolares, de donde salieron y saldrán los talentos del futuro; los depredadores del mercado (constructores de ideología) se los disputarán a la Patria.
La discusión en torno a Wilfredo León y su juego profesional representando los colores de otro país contra el equipo cubano es de fondo, y es importante. No se trata de un atleta que compite por otro país en los Juegos Olímpicos, y busca, naturalmente, la medalla de oro. Cuando se alega que León es un profesional, es decir, que ese es su trabajo, ¿se dice que debe ser imparcial, apolítico, carente de compromisos y sentimientos ajenos a su desempeño en el terreno de juego?, ¿qué concepción aséptica respalda tal afirmación? ¿Fue profesional Ortega cuando rechazó enarbolar, junto a la española, por la que competía, la bandera del país donde nació y se formó? No estaba obligado León a jugar contra su país de origen, si ya el de adopción había clasificado, como mismo no jugó contra Serbia, país de origen del manager de su equipo. En uno y otro caso, no hay actitudes asépticas, mucho menos profesionales: hay la intención de expresar un sentimiento o un posicionamiento, posiblemente político, opuestos al país de donde se procede. Sus actos, de carácter simbólico, se alinean con aquellos que insultaron y agredieron a los peloteros cubanos de Grandes Ligas (y a sus familiares, presentes en el estadio miamense) que decidieron formar parte del equipo nacional de su país, durante el último Clásico, como hacen todos los profesionales del mundo. No podrán ni uno ni otro deshacerse fácilmente de su origen, nadie lo hará por decreto, pero ambos demostraron hasta donde el patriotismo no es un sentimiento abstracto.
Recuerdo que en los 90 del siglo pasado algunos teóricos intentaron establecer el concepto de “nacionalismo suave”, o “poroso”, opuesto al radical que Cuba supuestamente defendía. Un “nacionalismo” que priorizaba el bienestar personal frente al colectivo y defendía, ¡a fines del siglo XX!, una independencia recortada, como los autonomistas del XIX, si ello implicaba mejoras materiales. Ante todo, habría que decir que Cuba nunca ha sido “nacionalista” en un sentido estrecho, que Martí prefirió el término de Patria al de Nación y que, para colmo, la definió como “aquella porción de Humanidad que vemos más cerca, y en que nos tocó nacer”. Pero en el deporte, también se escenifica una intensa guerra cultural, que pretende desvalorizar los logros de su práctica en Revolución, para someterlo al mercado. Así también nos colonizan.
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Germán Leyens
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