Lo que el 2022 se llevó… otro año estéril en la política de Estados Unidos hacia Cuba
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El viento, que nos recuerda a cierto clásico cinematográfico, también se llevó la oportunidad para que el presidente estadounidense Joe Biden, hubiera aprovechado el 2022 y marcara atrevidas diferencias en la política de Estados Unidos hacia Cuba. Y decimos «atrevidas», porque lo hecho en estos doce meses no pasa de tímidas acciones, sin trasgredir la posición impuesta por los políticos cubanoamericanos asentados en Florida. El viento se llevó el 2022 y todas sus promesas electorales respecto a nuestro país. Sobre los elementos que caracterizaron la proyección de la Casa Blanca hacia La Habana, hablaremos hoy.
El año que pronto extinguirá, ratifica aquella tendencia ya consolidada de que la política estadounidense hacia Cuba se forma en Washington, pero se escribe en Miami. Ningún presidente en los últimos 64 años ha sido capaz de alterar significativamente ese canon, ni siquiera los que han ejercido con control sólido del Senado y el Congreso, con elevados índices de aprobación a su gestión, o con el carisma para romper con normas añejas. No han sido capaces de ponerle una coma a su Constitución desde 1787, ¡qué vamos a esperar para con Cuba! Por tanto, la culpa no es solo de Miami: jamás el poder ejecutivo estadounidense ha estado interesado en normalizar su relación con este archipiélago del Caribe, y mucho menos lo hará un mandatario débil y de transición como Biden.
Pero, ¿qué ha hecho Biden respecto a Cuba? Nada relevante. Todo muy superficial. Basta recordar que siendo vicepresidente de Barack Obama, ambos países mantenían una relación mucho más distendida que la actual. De hecho, Biden solo ha tomado acciones para desmontar algunas medidas de Trump, siempre de modo muy ligero. El respeto que ha mostrado el presidente demócrata a la política hacia Cuba impuesta por su antecesor republicano, ha molestado incluso a funcionarios del entorno cercano a Obama. Pero entremos en materia.
Este 2022, las relaciones de Estados Unidos hacia Cuba continuaron caracterizadas por problemas y la politización de la realidad socioeconómica de nuestro país, donde mucho incide un bloqueo que desde Washington insisten en minimizar, pero que utilizan cada vez con mayor rigor para perseguir la actividad económica, financiera y empresarial de esta isla.
El informe presentado por Cuba a inicios de noviembre ante la Asamblea General de la ONU, para condenar y exigir el cese del bloqueo, y que fue apoyado por la casi totalidad de la comunidad internacional, contiene sobrados ejemplos de cómo ese instrumento unilateral y genocida se intensificó este año, ensañándose incluso con áreas y sectores sensibles como la salud pública y la educación, la infancia y la tercera edad, y el derecho a la calidad de vida (transporte, comunicación, energía, alimentación, etc) de todo un pueblo. El bloqueo sigue transversalizando negativamente la vida de todo cubano, y al humanismo de la comunidad internacional que lo condena año tras año.
Por si fuera poco, la subversión, jimagua del bloqueo que ejerce de imán de «tontos útiles», también sigue el alza. En las conclusiones del X periodo ordinario de sesiones de la Asamblea Nacional, el presidente cubano Miguel Díaz-Canel Bermúdez señaló que a lo largo del año 2022, el gobierno de Estados Unidos fue tolerante con quienes desde su territorio orientan, financian y entrenan a individuos para que cometan actos violentos en nuestro territorio. Ejemplos de ello sobraron, en acciones contra objetivos económicos e instituciones del estado, estimuladas abiertamente desde redes sociales y pagadas por Miami, en cuyo trasfondo persiste la intención de repetir escenarios como el del 11J de 2021. Otro diseño de subversión continúa siendo financiar a presuntos «líderes populares» que sospechosamente, poco les duran en Cuba, y una vez negociada visa y residencia en donde sea, caen en el olvido. Y todo ello con fondos provenientes de los tributos del ciudadano estadounidense.
En materia diplomática, tampoco Biden manifestó voluntad de cambios. Uno de los mayores escándalos estuvo en la decisión de Estados Unidos de no invitar a Cuba, entre otros países, a la IX Cumbre de las Américas que tuvo lugar en Los Ángeles, en el mes de junio. Segregar a Cuba no impidió que esta fuera protagonista del evento, pues varios mandatarios renunciaron a participar y otros condenaron, en sus intervenciones, la desacertada política exterior de Washington hacia la región. Como resultado, fue la cumbre de menor presencia de jefes de Estado o de Gobierno entre las nueve ediciones celebradas; mayor polémica encierra el hecho de que ya Cuba había participado en las dos cumbres previas, incluso, siendo presidentes Obama y Donald Trump. ¿A qué respondió la estrategia política de Biden de excluir a Cuba de esa Cumbre, sin que hubiera en su panorama interno algún objetivo que lo justificara? Es una pregunta que nunca tendrá respuesta porque pensar que esa medida hubiera mejorado sus opciones de triunfar en Florida en las elecciones de término medio, no encaja en ninguna lógica de análisis político, tal como se evidenció el mes pasado cuando los republicanos arrasaron en ese estado. Por cierto, esas elecciones dejaron en evidencia que la atención de los demócratas hacia el estado más sureño de la nación, y en consecuencia, cualquier cambio sustantivo en su relación con Cuba, no será prioridad mientras logren garantizar en otros estados de la región, similar cantidad de votos electorales que controlados en Florida.
Pero volviendo al plano de la diplomacia. No se trató solo de la Cumbre de las Américas el único evento del cual Cuba fue excluida por indicaciones de Estados Unidos. Ya desde diciembre del 2021 el subsecretario de Estado, Antony Blinken, nos marginó de la Cumbre por la Democracia, ¡vaya contradicción! ¿Qué puede ser menos democrático que impedir la participación de todos, ¿no? Y en abril de este año hizo lo mismo con una Cumbre Ministerial sobre Migración que convocó Panamá. Mucho más contradictorio es este caso, teniendo en cuenta que Washington denunció una crisis migratoria en Cuba, curiosamente, alentada por el incumplimiento de acuerdos bilaterales en tal materia y por la obstaculización para lograr un flujo legal, seguro y ordenada. No ha sido hasta finales de año que Estados Unidios decidió retomar los intercambios migratorios con la isla, aun cuando mantiene no pocos factores que estimulan las salidas irregulares desde Cuba, ya sea por vía marítima o por terceras fronteras. El costo de esta política se expresó mes tras mes en vidas humanas, víctimas de la doble moral con que la Casa Blanca privilegia al migrante de nuestra nación.
Un último ejemplo de la incoherencia de la política estadounidense ha sido la inclusión de Cuba en listas espurias elaboradas por criterio unilateral del imperio, sin contar con ningún respaldo o reconocimiento de organismos o instituciones internacionales que sustenten tales decisiones. A lo largo del año el Departamento de Estado nos mantuvo en un listado de países patrocinadores del terrorismo (presuntamente por el conflicto en Colombia, aun cuando La Habana participa de forma decisoria en un proceso de paz, cuyas partes reconocen su protagonismo en la solución del problema); y emitió alertas a sus ciudadanos sobre supuestos riesgos de viajar a Cuba. El colmo es que ese país, cuyo presidente ha tenido que firmar leyes para proteger el matrimonio homosexual e interracial, y que no pudo defender el derecho de las mujeres al aborto, se asuma con capacidad moral de incluir a Cuba en una lista de países que no respetan la libertad religiosa, justo cuando —sintomáticamente, ojo— el pasado fin de semana se llenó más El Rincón que el concierto por el 50 Aniversario de la Nueva Trova.
Pero siendo justos, este año Estados Unidos pretendió introducir un lavado de imagen a modo de maquillarse en benevolencia y voluntad de entendimientos. Lo que pasa es que mucho le cuesta ser oveja a quien siempre ha sido lobo; solo así se entiende que la respuesta de Washington al llamado internacional de Cuba por ayuda para controlar el incendio en la Base de Super Tanqueros de Matanzas, se limitara a una “asesoría técnica”, tardía por demás; o que tras el paso del huracán Ian por el occidente del país, en vez de levantar el bloqueo para ayudar en la recuperación, entendieran que para ello bastaba con una donación de 2 millones de dólares. Y ambas acciones no dejan de marcar señales de aparente disposición a colaborar con Cuba, pero son acciones minúsculas ante el potencial impacto que hubiera tenido en cada caso, colaborar como lo hicieron México y Venezuela, o desmontar el dichoso bloqueo.
En ridículos similares quedó el vecino del norte cuando, luego de pasar años insistiendo en que Cuba limita el derecho de sus ciudadanos al acceso a Internet, recientemente el Departamento de Justicia recomendó a la Casa Blanca impedir el acceso de este archipiélago a cables submarinos que nos rodean. Si acaso, de lo único que puede presumir Biden de haber avanzado en el último año, es en haber revocado algunas prohibiciones de Trump, como los vuelos regulares directos y el envío de paqueterías y remesas. Aun así, el nivel permitido dista de lo alcanzado en tiempos de Obama, y el turismo estadounidense sigue teniendo en Cuba un paraíso vedado.
También fue otro año en el que Estados Unidos perdió oportunidades favorables de estrechar relaciones en áreas estratégicas para ambas partes, por ejemplo, de desarrollo científico-médico. No bastó que prestigiosas instituciones académicas de esa nación reconocieran en varias ocasiones la industria biofarmaceútica cubana, o que lo hicieran organismos internacionales con autoridad y reconocimiento para ello, para que el gobierno yanqui cediera en su política de marginar una potencial colaboración.
En tales condiciones, podemos resumir que el 2022 fue otro año para el olvido en la política de Estados Unidos hacia Cuba. Con vistas al 2023, nada en el panorama interno de ese país, apunta a un cambio significativo que permita a Biden dejar un legado en esa materia. Al contrario, al ser un año previo a elecciones presidenciales, es de esperar que la atención de la Casa Blanca esté en temas domésticos, donde Cuba no constituye prioridad. Por demás, el impacto que tienen los votos electorales de Florida, seguirá condicionando la política hacia La Habana, según el color partidista que predomine en ese estado, cada vez más republicano.
Entonces, haciendo un balance del año 2022, hay poco que destacar en positivo de la política de Estados Unidos hacia Cuba, y mucho que exigirle a Biden de sus promesas electorales y del compromiso hacia su propio partido. Los vientos de una política beligerante y enquistada en el fracaso de 64 años, barrió con lo que pudo ser y jamás se concretó. Lo más grave es que probablemente, en doce meses, estemos escribiendo notas similares sobre el mismo tema: no esperen vientos diferentes.
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Carlos de New York City
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