Genocidio infantil: No solo Israel

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Genocidio infantil: No solo Israel
Fecha de publicación: 
12 Noviembre 2023
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Algunos canadienses han colocado zapatos de niños en recuerdo de las víctimas de estos internados. Foto tomada de BBC

Cuando pensamos sobre la muerte de niños en circunstancias extremas, en plenitud de la vida, pensamos enseguida en Israel, lo que está haciendo en estos momentos con la población palestina, con toda la impunidad que le otorga el imperialismo, sin que nadie ose intervenir y, si acaso, expresar su condena verbalmente.

Así, de los casi más de 10 000 palestinos asesinados hasta el momento en esta su más reciente agresión a la Franja de Gaza, unos 4 000 son niños, parodiando a las mafias que matan a los pequeños para que no puedan vengar a sus padres.

Y mientras este genocidio continúa, quizás se piense que Israel sea lo más deleznable en este tipo de capítulo, pero no es así, tiene competidores.

Hace poco, en este portal, comentamos el exterminio de los aborígenes en Australia, incluidos niños recién nacidos, y como de un millón de los habitantes originarios apenas quedan unos 4 000, a quienes, para colmo, la mayoritaria población racista le ha negado el derecho de ser reconocidos constitucionalmente y no hace nada para evitar su exterminio total.

Pero tampoco Israel y Australia son las únicas naciones con tan mala fama en lo que respecta al tratamiento de los infantes de las etnias que tanto desprecian. 

Independientemente de los abusos que sufren los pequeños en muchas de nuestras naciones, Canadá sigue descollando con la principal agenda infantil en ese sentido, con delitos cometidos hace años sin que se haya hecho justicia.

NO SE PUEDEN SILENCIAR

Tales crímenes vienen desde la época del coloniaje y en tiempos más recientes, fracasando los intentos para seguir silenciándolos.

Los dos últimos primeros ministros, el conservador Stephen Harper y el liberal Justin Trudeau, han multiplicado durante años, en nombre del gobierno canadiense, sus peticiones de perdón y su arrepentimiento por los crímenes cometidos en las llamadas escuelas residenciales, pero no se ha castigado a sus responsables.

Este oscuro hecho, subrayo, ocurrió en el “civilizado” Canadá, a lo largo de un siglo, y tuvo como víctimas a las personas más indefensas: los niños y las niñas. 

En el siglo XIX, el gobierno canadiense implementó una orden para borrar la cultura de las poblaciones indígenas. Así, más de 150 000 niños pertenecientes a las llamadas Primeras Naciones, inuit y mestizos fueron arrancados por la fuerza a sus familias e internados en esas escuelas residenciales.

Estaban dirigidas por iglesias cristianas (mayormente por la católica, aunque también había escuelas protestantes) y su objetivo era la asimilación cultural. En el proceso para que aquellos niños olvidaran sus raíces autóctonas, sus costumbres, su idioma, se usó una violencia que aún hoy atormenta al país. Estos niños robados no sólo sufrieron torturas y abusos sexuales: muchos de ellos murieron a consecuencia de la malnutrición, el hambre, las enfermedades o los malos tratos. 

El Centro Nacional para la Verdad y la Reconciliación documentó, hasta el 2021, la muerte de 4 118 niños y niñas en esas escuelas. La cifra real sigue siendo desconocida. Hay quienes, como el senador Murray Sinclair, que pertenece a la nación anishinaabe y presidió la comisión encargada de la investigación, creen que la cifra puede ser cinco y hasta 10 veces superior.

EL PAPA PIDE PERDÓN

El papa Francisco, en el 2022, tras su “viaje penitencial” al país, habló directamente de “genocidio”. Como es lógico, aquella fue una visita polémica y accidentada, llena de manifestaciones de protesta de representantes de las Primeras Naciones. El Papa comenzó y acabó todos sus discursos en suelo canadiense expresando su dolor y su vergüenza y pidiendo perdón “por el deplorable comportamiento de esos miembros de la Iglesia Católica”, pero ninguno de sus integrantes ni miembros del gobierno que permitió el crimen recibieron castigo alguno.

Con estas escuelas el gobierno quería quebrar la resistencia indígena y la iglesia pretendía adoctrinar a todos los niños que pudiera. Fue una alianza perfecta. Las escuelas residenciales se convirtieron en una “máquina de asimilación”, explica la periodista Connie Walker en el podcast Stolen: Surviving St. Michael’s: “Separaban a los niños de cuatro años de sus familias y comunidades para solucionar el problema indio. Para eliminar nuestra cultura, nuestra lengua, nuestra misma identidad”.

Walker pertenece a la nación okanese y ganó el premio Pulitzer al mejor reportaje sonoro por este trabajo. En él investiga la infancia de su padre en la escuela de St. Michael, pero la experiencia de su progenitor se hace extensible a miles de personas que pasaron por el mismo infierno: “Generaciones y generaciones de niños y niñas fueron forzadas a ir a estas escuelas. Había 20 de ellas sólo en [la provincia de] Saskatchewan. La de St. Michael, en Duck Lake, (…) fue una de las últimas en cerrar, en 1996. Fue por aquel entonces cuando la verdad sobre las escuelas residenciales comenzó a salir a la luz: los excesos, la negligencia, los abusos que ocurrieron entre aquellas paredes”.

Se llegó a utilizar a esos niños como cobayas para experimentos médicos. Tras la Segunda Guerra Mundial, el gobierno puso en marcha un programa científico para estudiar los efectos del hambre en el cuerpo humano. Miles de alumnos fueron privados de la mitad de la leche, de vitaminas y minerales, para llevarlos al límite de la extenuación y observar los cambios producidos en sus cuerpos. También los utilizaron para ensayar nuevas vacunas, antibióticos y suplementos dietéticos. Todo ello, por supuesto, sin su consentimiento ni el de sus padres.

Además, añadidos a los abusos psicológicos y sexuales, los malos tratos a los que fueron sometidos alcanzaron un grado de sevicia demencial. Un ejemplo: en la residencia de St. Anne, en Fort Albany (Ontario), contaban con una silla eléctrica casera para castigar con descargas a las niñas rebeldes.

HERIDA ABIERTA

Pero la gran herida que sigue abierta en Canadá es la de los niños desaparecidos. Unos 1 600 murieron sin ser identificados y otros cientos simplemente se desvanecieron sin dejar rastro. 

En el 2021, una búsqueda con radar descubrió lo que parecen ser los restos humanos de 215 alumnos en los alrededores de la escuela residencial de Kamloops (Columbia Británica). Hay más de 160 fosas similares ya confirmadas y se cree que hay otras 2 500 repartidas por todo el país.

 

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