En Chávez: las esencias para la victoria de una Revolución Verdadera
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El presidente de Venezuela Nicolás Maduro (c) saluda a sus seguidores este jueves, en Caracas (Venezuela). EFE/ Miguel Gutiérrez
A pocas semanas de una nueva jornada electoral decisiva para el proyecto emprendido por la Revolución Bolivariana de Venezuela, si me preguntaran hacia donde los venezolanos debían mirar una y otra vez para reencontrarse, retomar fuerzas y seguir luchando a pesar de todas las amenazas, tropiezos y obstáculos sufridos y por venir, diría - sin dudas - que habría que volver hoy y siempre al pensamiento, la acción, el ejemplo, la fuerza y el amor heredados de Hugo Chávez.
Resulta más que simbólico que se decida la vida de la nación el propio día en que se celebra su nacimiento y se me antoja pensar que es un llamado a mirarse por dentro, porque las Revoluciones son, según sus propias palabras, “un eterno revisar”.
Con el “huracán Chávez” – como le llamarían algunos- Venezuela emprendió un camino, una batalla que iba más allá de la crisis económica que vivían; se trata de enfrentar una crisis moral y ética cuya causa él mismo definía como “la falta de sensibilidad social de sus dirigentes” y en ese escenario era vital entender la democracia no solo como igualdad política, sino también y antes que nada, como igualdad social, económica y cultural, todas en igual nivel de importancia.
Consideraba, además, que esto debía transcurrir en libertad y ahí estaban resumidos los objetivos de la Revolución Bolivariana que lideró, convirtiéndose en el “presidente de los pobres”, con un amor por el pueblo que no temía demostrar. “Amo al pueblo”, repetía.
Y ese afán por construir, renovarse, revisarse, Chávez estudió y convocaba a los que le rodeaban a sacar todas las lecciones posibles de los fracasos de otras revoluciones que, aun afirmando que se proponían la búsqueda de objetivos muy nobles, los traicionaron, e incluso, cuando los alcanzaron, lo hicieron liquidando la democracia y la libertad.
“Se requiere creatividad para hacer una revolución”, señalaba, con convicción absoluta de que una de las peores crisis de su tiempo – que es el nuestro - es la crisis de las ideas y había que luchar porque la gente viviera de una manera plenamente humana, con dignidad, con decoro, porque la felicidad debía ser objetivo supremo de la política.
Así también volvía a Bolívar: “El objetivo no es solo el vivir mejor, sino el vivir bien. Nuestro proyecto consiste sencillamente en establecer el sistema de gobierno más perfecto cumpliendo con lo que el Libertador definió en su discurso de Angostura como aquel que produce la mayor suma de felicidad posible, la mayor suma de seguridad social y la mayor suma de estabilidad política”.
La transformación de la democracia representativa hacia una democracia participativa más directa, estuvo también entre sus prioridades, para lograr más intervención del pueblo en todos los niveles de decisión y combatir en todos los escenarios la violación de los derechos humanos. Por eso la Constitución Bolivariana dio el gran paso de establecer el derecho a la objeción de conciencia, a la prohibición explicita de las desapariciones practicadas antaño por las fuerzas del orden, creó estructuras como la Defensoría del Pueblo, estableció la paridad entre mujeres y hombres, reconoció los derechos de los indígenas y pueblos originarios y puso en marcha el poder moral encargado de combatir la corrupción y los abusos, por solo mencionar algunos de sus hitos.
Ese fue el Chávez al que – como cuenta el colega Ignacio Ramonet en su libro “Mi primera vida” - se le acercaron los grandes empresarios, con grandes fortunas para proponerle toda suerte de regalos y como no lo pudieron comprar, decidieron derrocarlo con todo tipo de campaña, conspiraciones, amenazas, sabotajes, intentos de golpes de estado y asesinatos.
No podían perdonarle que Venezuela se alejara del modelo neoliberal y se resistiera a la globalización, construyendo un Estado más horizontal donde el trabajo, y no el capital, fuese el verdadero productor de las riquezas y el ser humano lo principal; en otras palabras, poner la economía al servicio del pueblo, de un pueblo que merecía lo mejor porque ya demasiado había sufrido.
Para el líder bolivariano, había que buscar un punto de equilibrio entre el mercado, el Estado y la sociedad; hacer que converjan la “mano invisible” del mercado y la “mano visible” del Estado en un espacio económico en el interior del cual el mercado existe tanto como es posible y el Estado tanto como fuese necesario.
Todo esto porque – según sus propios análisis - el imperialismo había impuesto a Venezuela hacía más de un siglo, en el marco de la división internacional del trabajo una tarea única: producir petróleo, por el cual le pagaban una miseria y la nación sureña tenía que importar todo lo demás para cubrir sus necesidades básicas. Aclaraba: “El objetivo es la independencia económica y la soberanía alimentaria, en el marco de la protección del medio ambiente y de los imperativos ecológicos”. Claro, la propiedad privada y las inversiones extranjeras estarían garantizadas, pero en los límites del interés superior del Estado, el cual velaría por conservar bajo su control aquellos sectores estratégicos cuya venta significase la cesión de una parte de la soberanía nacional.
Por demás, no se consideraba un nacionalista, sino un patriota que reconocía como imperativo la integración sudamericana, anunciada y deseada por Simón Bolívar y soñada por todos los revolucionarios latinoamericanos hasta entonces y también en nuestros días. De ahí su lucha por liberarse de la dependencia de las relaciones verticales Norte – Sur y que abogara por establecer “conexiones horizontales” con África, Asia y el mundo árabe musulmán. Y lo logró: puso a Venezuela de pie, la transformó, la recolocó en el mapa continental y mundial, la sacó de la pobreza y la marginalidad en que vivía, devolviéndole a los más humildes su dignidad, restaurando el orgullo patrio y dándole a cada uno de sus hijos e hijas la misión de convertirla en un “país potencia”.
Fue Chávez quien definió y demostró la necesidad, más bien la urgencia, de un socialismo más democrático, construido con la voluntad y la inteligencia colectiva de todos los ciudadanos del país; por eso el chavismo desde entonces ha tenido entre sus prioridades hacer partícipe al pueblo de las decisiones más importantes, porque solo el pueblo sostendría la Revolución y su necesaria renovación, superación. A eso se suma su visión extraordinaria de la importancia de la unión cívico militar (unión pueblo – fuerzas armadas) y la enorme cantidad de políticas sociales impulsadas, dando a Venezuela en corto tiempo, el mayor salto histórico en habitantes de la región que salieran de la pobreza extrema.
Su obra es cátedra y escudo, es la de un ser humano extraordinario que nunca perdió la conciencia de sus raíces ni dejó de pensar por sí mismo hasta en las peores circunstancias. Fue tan original, como valiente, enérgico, decidido, rompió muros y tabúes, refundó su nación con su verbo encendido y la vida de un continente que lo erigió como un líder, como un patriota, pero más que todo, como un luchador por las causas justas del mundo.
En este breve recorrido por su trascendencia están también las claves para entender la fuerza que ha mantenido a una Revolución verdadera, como la liderada, por su propia visión, por Nicolás Maduro. Y los pueblos son sabios. Estoy segura que el 28 de julio volverán a demostrarlo en las urnas.
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Carlos de New York City
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