EE.UU.: Salud que no cuenta
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Es muy difícil que en este ambiente de noticias y hechos relacionados con la calidad y veracidad de la comunicación en Estados Unidos –que no abunda- se desconozca a Michael Moore, un documentalista norteamericano odiado por el establishment por sus denuncias sobre lo mal hecho en todas sus dimensiones, que tiene negado el acceso a muchas empresas y hasta gobiernos, como el de W. Bush, lo han tratado de encausar por decir la verdad.
En medio del barraje de noticias falsas que confunden a millones de estadounidenses, el quehacer documentalista de Moore sigue teniendo actualidad, como en estos días en que vuelven a ser tema de discusión sus acusaciones sobre la escandalosa e impune acción de la industria farmacéutica norteamericana contra la salud de la población.
Entre tanta denuncia documentada recuerdo Sicko, que mantiene su actualidad luego de 17 años, en el que en un ambiente mezcla de seriedad y jocosidad denuncia a un sistema en que la salud es controlada totalmente por el capital privado.
En la estigmatización de Moore tiene que ver los 20 minutos de un documental de dos horas donde logra llegar con tres víctimas que sufren secuelas de los atentados del 11 de septiembre hasta la base naval que tiene EE.UU. en el territorio cubano ilegalmente ocupado de Guantánamo, que los rechaza. Entonces, viene a Cuba.
Aquí son atendidos y sanados gratuitamente, como se hace con toda la población cubana, pese a las dificultades que vive la Isla por el criminal bloqueo de más de seis décadas del Imperio.
Así ha ocurrido con el tratamiento exquisito a los enfermos de la pandemia del COVID-19, tema que surge a la luz cuando el semanario nada progresista Newsweek arremete contra el elitismo de la comunidad científica y le pide que asuma su responsabilidad por las consecuencias mortales de engañar al público sobre el COVID-19.
EQUIVOCACIONES CUESTAN VIDAS
“Me equivoqué”, escribió Kevin Bass, M.S., estudiante de 7º año en un doctorado en medicina en una facultad de medicina de Texas. “En la comunidad científica nos equivocamos. Y costó vidas”.
Como muchos estudiantes de medicina e investigadores, Bass dijo que al principio creyó en la información difundida por las autoridades de salud pública. Abogó por los confinamientos, las vacunas y las dosis de refuerzo.
Pero ahora está claro que los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades, la Organización Mundial de la Salud y la Administración de Alimentos y Medicamentos de EE.UU. “exageraron repetidamente la evidencia y engañaron al público” sobre una amplia gama de temas, incluyendo la inmunidad natural, la necesidad del cierre de escuelas, la eficacia de las mascarillas y la seguridad y eficacia de las vacunas dijo Bass.
El mayor error de todos, argumentó, lo cometió una comunidad científica que se alineó en torno a estas instituciones sin preocuparse por las necesidades de la población en general.
“Creamos unas medidas políticas basada en nuestras preferencias y luego las justificamos con datos”, escribió Bass. “Y luego definimos a quienes se oponían a nuestros esfuerzos como mal informados, ignorantes, egoístas y malvados”, acotó.
Este enfoque abandonó los principios de la ciencia y creó una mentalidad de “nosotros contra ellos” en la sanidad pública que fracturó a la sociedad y exacerbó las disparidades sanitarias y económicas existentes.
La respuesta emocional y el partidismo arraigado de la comunidad científica la llevaron a minimizar los inconvenientes de las intervenciones impuestas sistemáticamente.
DINERO, $IEMPRE DINERO
A su vez, el ganador del premio Nobel Richard J. Roberts denunció la forma que operan las grandes farmacéuticas dentro del sistema capitalista, anteponiendo los beneficios económicos a la salud y deteniendo el avance científico en la cura de enfermedades, porque curar no es tan rentable como la cronicidad.
Roberts reiteró que los fármacos que curan no son rentables y por eso no son desarrollados por las farmacéuticas que, en cambio, sí lo hacen con medicamentos codificadores que sean consumidos de forma serializada.
Esto hace que algunos fármacos que podrían curar del todo una enfermedad no sean investigados, porque la industria de la salud se rige por los mismos valores y principios que el mercado capitalista, los cuales llegan a parecerse mucho a los de la mafia.
Y es que la investigación en la salud humana no puede depender tan sólo de su rentabilidad económica. Lo que es bueno para los dividendos de las empresas no siempre es bueno para las personas. La industria farmacéutica quiere servir a los mercados de capital.
Es que no es cualquier otra industria: se está hablando de la salud y las vidas de los norteamericanos y las de sus hijos. Si sólo piensan en los beneficios, dejan de preocuparse por servir a los seres humanos.
He comprobado como en algunos casos los investigadores dependientes de fondos privados hubieran descubierto medicinas muy eficaces que hubieran acabado por completo con una enfermedad.
Porque las farmacéuticas a menudo no están tan interesadas en curarle a usted como en sacarle dinero, así que esa investigación, de repente, es desviada hacia el descubrimiento de medicinas que no curan del todo, sino que crucifican la enfermedad y le hacen experimentar una mejoría que desaparece cuando deja de tomar el medicamento.
CRUCIFICANDO DOLENCIAS
Es habitual que las farmacéuticas estén interesadas en líneas de investigación no para curar, sino sólo para crucificar dolencias con medicamentos codificadores mucho más rentables que los que curan del todo y de una vez para siempre. Y no tiene más que seguir el análisis financiero de la industria farmacológica.
Por eso la salud no puede ser un mercado más ni puede entenderse tan sólo como un medio para ganar dinero.
Por ejemplo, se han dejado de investigar antibióticos porque son demasiado efectivos y curaban del todo. Como no se han desarrollado nuevos antibióticos, los microorganismos infecciosos se han vuelto resistentes y hoy la tuberculosis, que ya había sido derrotada, está resurgiendo y ha matado el año pasado a un millón de personas en Estados Unidos.
Y todo esto sin hablar del triste capítulo que es el Tercer Mundo, porque los medicamentos que combatirían algunas enfermedades no serían rentables.
Por eso, no se deben hacer ilusiones en el sistema capitalista, dado que los políticos son meros empleados de los grandes capitales, que invierten lo necesario para que salgan elegidos sus chicos, y si no salen, compran a los que son elegidos.
Al capital sólo le interesa multiplicarse. Casi todos los políticos dependen descaradamente de esas multinacionales farmacéuticas que financian sus campañas.
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