Depredadores y presas: Estados Unidos y el antinorteamericanismo

Depredadores y presas: Estados Unidos y el antinorteamericanismo
Fecha de publicación: 
28 Mayo 2024
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En la ecología, la depredación es un tipo de interacción biológica en la que un individuo de determinada especie animal (el depredador), caza a otro (la presa). Es un proceso importante en la dinámica de la selección natural, entendida como base de todo cambio evolutivo, a través del cual los organismos que mejor se adaptan desplazan a los menos adaptados. Se trata de la conocida supervivencia del más apto. Los depredadores son los victimarios, y las presas, las víctimas. Siguiendo esa lógica, en las relaciones internacionales, el poder hegemónico del imperialismo norteamericano establece, manipula, clasificaciones, definiendo estatus y asignando roles. Así, en sentido metafórico, a pesar de que Estados Unidos es el depredador más voraz, ha sido presentado por el mundo mediático cuyos hilos maneja, como objeto de la violencia terrorista desbordada, cual presa del fanatismo, sobre todo musulmán. La imagen de éste, más allá de la realidad que le denota, como exponente islámico radical de repudiables prácticas de global masivo, responde al patrón de depredación antinorteamericano, tal y como se resume a comienzos del presente siglo, con las figuras de Osama Bin Laden y Al-Qaeda, protagonizando la escalada de odio que condujo a los atentados del 11 de septiembre de 2001.

A través del tiempo, tanto en sus expresiones internas como externas, la política estadounidense justifica con frecuencia sus objetivos y direcciones acudiendo a un argumento: la urgencia de enfrentar manifestaciones de antinorteamericanismo, como la mencionada, que atentan contra la integridad material, social o espiritual de la nación, dentro o fuera de sus fronteras.

La reflexión sobre este fenómeno ha ido ganando creciente presencia en la literatura política, periodística y académica sobre todo con posterioridad a dichos atentados, aunque algunos ya habían llamado la atención sobre el tema, medio siglo antes, si bien identificando a otros depredadores. La palabra --antinorteamericanismo-- ha sido utilizada para designar, de forma indiscriminada, reacciones de crítica, antipatía, desprecio, hostilidad, agresividad, hacia el poderoso Vecino del Norte. Así, por ejemplo, los mencionados actos terroristas se calificaron como comportamientos antinorteamericanos. Mucho antes, en el decenio de 1950, durante la represión promovida por el macartismo, las ideas socialistas, comunistas, radicales de izquierda, eran identificadas como expresiones de antinorteamericanismo, con lo cual se criminalizaba la imagen de sus partidarios, se les enjuiciaba y sometía a un proceso de escarnio público a través de las sesiones del Comité de Actividades Antinorteamericanas, creado en 1938, cuya actividad fue sobresaliente en el período de la Guerra Fría, como instrumento del delirio anticomunista. Probablemente al lector la resulten familiares escenas que, mediante películas y documentales, reflejan tales sesiones, saturadas de histeria, encabezadas por el reaccionario senador Joseph McCarthy, del estado de Wisconsin, que promovió una ola de intolerancia contra todo lo que se pudiera considerar una conducta radical, de izquierda, socialista, a la cual se le pondría la etiqueta de antinorteamericana, al amenazar los intereses nacionales, la seguridad o los valores fundacionales de la nación.

Algunos le conciben como una ideología, otros como expresión práctica de un comportamiento reactivo. En ocasiones se le ubica a raíz de los citados atentados terroristas, pero en realidad, su origen radica en los escenarios inmediatos que siguen a las dos guerras mundiales, en los cuales la idea del antinorteamericanismo fue manipulada para bloquear reformas progresistas, tildándolas de contrarias a los supuestos valores estadounidenses. El concepto sería utilizado, asimismo, para estigmatizar cualquier crítica externa a las políticas del gobierno de Estados Unidos. Así, quienes criticaban el accionar imperialista de la Casa Blanca o del Pentágono eran calificados de opositores a la libertad y la democracia. Ahí radica el fundamento del estereotipo o representación tendenciosa, que presenta al “otro” como depredador.

Aunque existen sobradas razones para comprender por qué Estados Unidos (impulsado por sus gobiernos), ha despertado reacciones de odio y revancha, a partir de su política expansionista, genocida, violatoria de los derechos humanos más elementales, algunos análisis sostienen que la supuesta existencia de un sentimiento anti-yanqui en el mundo no es una real amenaza para la sociedad estadounidense, sino más bien un argumento de los sectores más conservadores para justificar su agresiva proyección exterior. En este sentido, a contrapelo de la mayoría de los estudios sobre la problemática, que asumen como real un generalizado sentir antinorteamericano y proponen distintas explicaciones (basadas en envidia, ignorancia, autoritarismo), se considera desde esa perspectiva que el antinorteamericanismo es un fenómeno que opera envenenando la política de Estados Unidos, legitimando el enfrentamiento al “otro.” En rigor, desde una u otra mirada, la consideración de ese país como presa constituye una maniobra ideológica funcional al discurso y a la práctica hegemónica imperialista. El tema es sumamente complejo, requiere un abordaje profundo, y las presentes notas sólo pretenden llamar la atención al respecto, compartiendo algunas reflexiones del autor. No cabe duda de que la barbarie terrorista merece la mayor condena ni de que determinados países imperialistas llevan a cabo a través de la historia determinadas prácticas de terrorismo de Estado, como Estados Unidos e Israel, o cobijan a actores y acciones terroristas, auspiciadas por grupos u organizaciones internacionales.

A partir del enfoque aludido, el antinorteamericanismo se comprende como una construcción teórica que --sin desconocer sus raíces y antecedentes-- adquiere una acentuada y manipulada presencia en el discurso político gubernamental y las formulaciones estratégicas estadounidenses a partir de la aludida crisis de septiembre de 2001, al justificarse la denominada Guerra Global contra el Terrorismo en términos de la lucha y neutralización de acciones antinorteamericanas. Bastaría con retener la acumulación de excesos en una historia que incluyó a nivel interno el exterminio de los pueblos indios originarios y la crueldad que conllevó el régimen de esclavitud y discriminación hacia la población africana sometida, y en el plano exterior, las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki o la despiadada guerra en Vietnam. Sobre esa base, un destacado escritor como Gore Vidal explicaba en una entrevista a raíz de la destrucción de las Torres Gemelas de Nueva York, retomando sus propias palabras, “por qué los norteamericanos llegamos a ser tan odiados”. En su opinión, en parte era justificable el afán de revancha acumulado en el mundo. De cualquier manera, lo que interesa subrayar es que el antinorteamericanismo no se debe entender como un conflicto meramente derivado de la antinomia entre identidad y otredad. Se trata de una operación cognitiva, mediática y política, que presenta con gran capacidad manipuladora las relaciones reales de modo tergiversado, confuso, difuso.

En la base del antinorteamericanismo se entrelazan varios elementos: la xenofobia, el nativismo y la identidad, entre los principales. Una breve ojeada no debe omitir lo que sigue.

En el caso de la xenofobia, como lo sugiere la propia denominación, expresa temor, miedo, a los extranjeros, a la "otredad", a lo "extraño" y diferente. Surge cuando un grupo de personas de origen extranjero, crecientemente visible, que habita en un lugar determinado, es rechazado porque los nacionales desean distanciarse y diferenciarse de ellos, y tratado con sentido discriminatorio.

A través de los años han surgido movimientos xenofóbicos como una respuesta de rechazo al continuo flujo de migrantes en un determinado lugar. Por lo general, los inmigrantes arriban a los sitios que son demandados por diferentes razones, lugares que constituyen los enclaves en los cuales, de forma simultánea o como consecuencia, surgen y florecen los movimientos xenofóbicos. Aun más, la situación se agrava cuando flujos migratorios no esperados arriban en cantidades mayores a las que normalmente se aceptan y los sentimientos tienden a exaltarse, llegando inclusive a adoptar actitudes violentas, como ha ocurrido en diversas etapas de la historia de Estados Unidos.

Aunque la globalización y ciertos procesos de integración, como los de América del Norte, han permitido una creciente homogeneización y/o aceptación de las culturas que traen consigo los inmigrantes, conformándose un ambiente multicultural y, por ende, de cierta disminución del temor de la "otredad", las recurrentes crisis económicas, el desempleo y la vulnerabilidad económica, así como las características y valores inherentes de ciertas etnias --lenguaje, comportamiento, apariencia física, entre otras--, enclavadas en un lugar específico de un país como Estados Unidos, propician en ocasiones actitudes y movimientos antiinmigrantes o xenofóbicos.

En el caso del nativismo, es un lugar común su comprensión como una corriente de pensamiento que pretende conservar la nación predominantemente blanca, de origen europeo y de preferencia protestante. Bajo esta perspectiva, se percibe a los inmigrantes como un grupo potencialmente problemático, social y culturalmente diferente. Representa la oposición más radical a las minorías internas, sobre la base de sus lazos o relaciones extranjeras. La oposición a los extranjeros se funda en un ferviente nacionalismo, es decir, se trata de una visión que les ve como una amenaza para la nación. Se trata de una hiperbolización del ser norteamericano. La medida de todas las cosas, podría decirse, es esa condición, la de haber nacido en Estados Unidos. De manera inconcebible, un presidente --fue el caso de Barack Obama--, tuvo que ceder y presentar --ante las presiones fuertemente nativistas de extrema derecha que se canalizaron tanto en los círculos políticos como en la opinión pública, empeñadas en que su origen natal era africano--, la certificación de nacimiento.
 
El nativismo lleva consigo el rechazo de un amplio sector de la población a la llegada de extranjeros a territorio estadounidense. Los nativistas creen que ciertas influencias originadas en el exterior amenazan la vida interna de la nación. Este tipo de postulados le definen como una intensa oposición a una minoría interna con base en sus conexiones anti-estadounidenses externas. Le acompaña una clara idealización y preferencia por ciertos rasgos supuestamente distintivos de las raíces de la nación estadounidense, como la condición anglosajona, la piel blanca y la religiosidad protestante.
     
En cuanto a la identidad, el término se ha relacionado con el hecho de "pertenecer" o, por el contrario, ser excluido de una colectividad en particular. La identidad contiene, pues, conceptos de inclusión y exclusión: para ser "nosotros" se necesita de unos "otros". Las identidades colectivas están formadas por un determinado grupo que se reconoce a sí mismo con un pasado común, es decir, una memoria colectiva. Esta memoria colectiva va acompañada de nociones, ideas y recuerdos sobre las identidades de otras naciones, por lo que los debates sobre las diferencias culturales caen fácilmente en el nacionalismo y la tramposa afirmación de la superioridad de un grupo sobre otro. Por su parte, la cultura puede ser definida desde diferentes perspectivas, una de las cuales es muy simple: es aquello que es comparable con una "caja de herramientas", en la que distintos símbolos, historias, rituales y formas de ver el mundo ayudan a los individuos a resolver problemas concretos.

En una sociedad en donde existe una gran diversidad de razas, etnias, culturas procedentes de diversas regiones del mundo, como la norteamericana, resulta inevitable la interacción entre éstas. Y es precisamente a través de este intercambio que se establecen las diferenciaciones entre los diferentes grupos que interactúan, y surge la concepción de lo otro, lo diferente, a partir del diferente color de la piel, idioma, tradiciones, todo ello conjugado en un entramado multicultural.

El multiculturalismo, por su parte, se refiere a un amplio rango de formas de interacción en sociedades que contienen una variedad de culturas. Habitualmente, el término se usa en contextos de movilizaciones que utilizan símbolos raciales y étnicos para demandar derechos culturales y sociales, así como el derecho a la representación política. En virtud de que los inmigrantes forman parte de un grupo socioeconómico y de una comunidad cultural en una determinada sociedad, por lo general no son incorporados y/o aceptados totalmente, a menos que el Estado receptor acepte sus diferencias culturales. Así, aunque Estados Unidos se suele presentar como una nación multicultural, la idea no es totalmente consensual. Es rechazada justamente por los conservadores, racistas, xenófobos, nativistas. Los exponentes del nativismo anglosajón consideran que su cultura debe predominar sobre cualquier otra. Para ellos, las cuestiones étnicas siempre han sido percibidas como un problema de asimilación. Desde este punto de vista, podría decirse que existen dos Estados Unidos: el de la imagen extendida e idealizada y el de la cruda realidad. El que se simboliza con la Estatua de la Libertad y el idílico Sueño Americano, y el de la represión de negros y latinos, el de la violencia policial y la impunidad de la supremacía blanca.

En el siglo XXI, la mejor expresión de los llamados de alerta con respecto a la necesidad de enfrentar fenómenos y comportamientos antinorteamericanos, se halla en la racionalidad que aporta Samuel P. Huntington en su lbro Who are We (¿Quiénes somos?), hecha suya por Trump y sus seguidores. donde argumenta las amenazas que la migración desde América Latina –y, sobre todo, la mexicana-- representa para la identidad cultural y la seguridad nacional de Estados Unidos. Es una excelente evidencia de lo profundo y difundido que se halla ese pensamiento conservador, racista, nativista y xenófobo, en el imaginario y la cotidianidad estadounidense, de lo arraigada que está la certeza de que existen y deben ser enfrentadas conductas de “antinorteamericanismo”.

El concepto de “norteamericanismo” se ha convertido, así, en un componente esencial de la cultura norteamericana, que se manifiesta como una ideología compulsiva, en lugar de ser un término simplemente nacionalista. El hecho de que existe lo que se conoce como american way of life, lo confirma. Si se compara, por ejemplo, con la experiencia de Gran Bretaña, salta a la vista que no existe un britain way of life. La expresión resalta la condición excepcional de “ser” norteamericano. En consecuencia, la identidad norteamericana, la presunción del norteamericanismo representa un rasgo esencial de la definición y defensa del interés nacional estadounidense en su conjunto. Cuando en el ejercicio de su política interna y exterior los ideólogos, los tanques pensantes, los medios de comunicación, los funcionarios y documentos oficiales de los gobiernos norteamericanos han echado mano, en una u otra etapa histórica, a la necesidad de enfrentar cualquier expresión de “antinorteamericanismo”, han concientizado que las circunstancias exigen la exaltación de los valores fundamentales de la cultura política, de la identidad nacional, como recurso para superar la real o aparente pérdida de legitimidad interna.  

Los componentes que se ensamblan como piedra angular del “americanismo” incluyen principios, valores, definiciones, que desde el proceso de formación de la nación se expresan en el pensamiento de los llamados Padres Fundadores y en los documentos históricos que simbolizan la independencia y el surgimiento de Estados Unidos, como la Declaración de Independencia y la Constitución de Filadelfia. El rol mesiánico, la vocación expansionista, la convicción de ser un pueblo elegido, una nación imprescindible, el fundamentalismo puritano, la ética protestante, el Destino Manifiesto. Todo eso configura una matriz cultural done se combinan la consagración de la propiedad privada, la armonización entre los intereses individuales y el interés general, el mito sobre la igualdad de oportunidades, la certeza en el papel del mercado y la competencia como reguladores de todas las relaciones sociales. Esa complementación entre liberalismo y conservadurismo, etnocentrismo y nativismo, es la fórmula perversa que le permite a Estados Unidos, siendo el depredador mayor, presentarse como presa.

*Investigador y profesor universitario

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