De víctimas y victimarios
especiales
Este sábado 10 de agosto Vietnam recordó a las decenas de miles de personas víctimas del Agente Naranja y otros defoliantes lanzados por Estados Unidos para envenenar tierras, matar civiles y hacer crear seres con deformidades ostensibles, además de células cancerosas que aún siguen sumando víctimas de una guerra irrazonable que no podía ganar.
Cuatro millones de muertos dejó la agresión de Estados Unidos a Vietnam, cifra similar a la ocasionada en la que sumó a 14 aliados contra Corea, que tampoco pudo ganar, y a otras mayores de sus injustificados bombardeos atómicos contra las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, el 6 y 9 de agosto de 1945 respectivamente, cuyas víctimas acaban de ser recordadas en Japón.
Tampoco debe de olvidarse que meses antes, en marzo, Estados Unidos utilizó por primera vez napalm, escogiendo a Tokio, una capital donde la mayoría de las viviendas estaban hecha de plástico -un material inflamable-, causando la muerte a 130 000 mujeres, niños y ancianos -el mayor número en una sola acción-, porque la población varonil estaba en los frentes de combate.
A esas actividades no asistieron integrantes del Grupo de los 7 países occidentales más desarrollados del mundo, porque no se había invitado a Israel, a causa del genocidio que está realizando contra el pueblo palestino, en sintonía con una declaración del Ministro de Finanzas sionista acerca de que no le importaba que la población de Gaza muriera de hambre y sed.
Precisamente, Naciones Unidas, que no ha podido detener el crimen respaldado por Estados Unidos, dio a conocer que 205 de sus trabajadores humanitarios ya han sido asesinados por Israel y que suman casi 40 000 las víctimas palestinas, las dos terceras partes mujeres y niños, muchos de ellos cazados por francotiradores para que las primeras no procreen y los segundos no crezcan y piensen en vengarse.
INDECENTE SOCIEDAD
Cuando el shock inicial desencadenado por los aún no clarificados ataques del 11 de septiembre del 2001 contra las Torres Gemelas neoyorquinas y la sede del Pentágono, en Washington, muchos norteamericanos se preguntaron por qué odiaban tanto a Estados Unidos.
Para no tener que decir la verdad sobre lo abusivo del imperialismo norteamericano, políticos y expertos tarifados se apresuraron a decir a excretar una mentira que los medios ayudaron a aceptar como verdad: “Por nuestra libertad”.
Algo muy cínico cuando ello sirvió a agresiones venideras contra naciones más pequeñas, pero que antes, en 1999, tenía su pretexto en la llamada Guerra de Kosovo.
No es sorprendente en la medida en que un propósito fundamental de aquel bombardeo desenfrenado de 78 días de Estados Unidos y sus aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte era sentar un precedente para más guerras semejantes.
El pretexto de “salvar a los kosovares” de un “genocidio” imaginario fue tan falso como el de las “armas de destrucción masiva” para la guerra contra Iraq.
Así, fue separada la histórica provincia serbia de Kosovo, transformándola en un satélite de Estados Unidos, una clara violación del Derecho Internacional.
Una burla clara del imperialismo norteamericano a las provisiones cruciales de la Carta de la ONU que estipulan claramente que “todos los miembros se abstendrán en sus relaciones internacionales de la amenaza o el uso de la fuerza contra la integridad territorial o la independencia política de cualquier Estado, o de cualquier otra manera inconsistente con los propósitos de las Naciones Unidas”.
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