Al mundo le duele la barriga… del hambre
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Robots humanoides ya atienden en carpetas de hoteles y sirven platillos de la gastronomía molecular, cierto multimillonario proyecta colonizar el planeta Marte, inauguran sofisticados spa para mascotas y hay quien enciende sus cigarrillos usando fosforeras con tanto oro y zafiros que cuestan más que un Ferrari … mientras, el hambre en el mundo alcanza los niveles de la más absoluta vergüenza.
Así lo ratifica el último Informe sobre el estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo (SOFI), publicado a finales de julio por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
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Ocurre que esa “Hambre Cero”, concebida dentro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) para el 2030, apunta a resultar una lejana utopía. Tanto es así, que cada día 733 millones de personas se acuestan con hambre, y ello equivale a un 36% más que hace una década; ello a la vez que, desde hace tres años, prevalece a escala global la inseguridad alimentaria moderada o grave.
Más de un tercio de la población mundial, unos 2 800 millones de personas, no puede permitirse una dieta saludable, el equivalente a decir que, aunque consuman las suficientes calorías, no obtienen los nutrientes necesarios, a veces hasta para sobrevivir. La mayoría de esas personas, el 71,5%, se concentra, obviamente, en los países de bajos ingresos.
Así indica el citado informe cuyas estadísticas y consideraciones ratifican que los temas del hambre, la inseguridad alimentaria y la malnutrición –más que temas son un dolor, una angustia- continúan dramáticamente estancado.
Los datos recogidos en el informe de la FAO revelan que el hambre y sus males aledaños siguen aumentando, sobre todo en las zonas rurales donde se enseñorea la pobreza extrema.
En particular las mujeres, los jóvenes y los pueblos indígenas, se ven afectados de manera desproporcionada y vaya paradoja cuando en estos grupos debieran ser, potencialmente, fuentes de creación, de generación y respeto a la mejor vida.
Pero ahí andan asomando su oreja peluda los numeritos, las inferencias: a fines del decenio, padecerán subalimentación crónica 582 millones de personas, más de la mitad de ellas en África. La prevalencia mundial del bajo peso al nacer y el sobrepeso infantil igual se ha estancado a la vez que aumentó la anemia entre las mujeres de 15 a 49 años.
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Entre tanto mal número, se convierte en un breve resplandor el saber que América Latina América y El Caribe es de las regiones que contrarresta la tendencia mundial. En esta área, en 2023, el hambre disminuyó por segundo año consecutivo y unos 4.3 millones de personas que dejaron de padecerla.
No obstante, aclaran los expertos, el progreso en la región fue desigual y la inseguridad alimentaria sigue siendo elevada, al punto que 41 millones continúan padeciendo hambre y la malnutrición sigue afectando a millones.
Imagen: tomada del Informe sobre el estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo
En América Latina y el Caribe se observó un avance, con una reducción de 4.3 millones de personas que dejaron de padecer hambre, pero estos avances no son uniformes ni suficientes.
Aún persisten 41 millones que sufren hambre en la región, y la malnutrición continúa siendo un problema grave que afecta a millones.
Entre los principales motivos para que al mundo le duela la barriga -solo como tendencia porque los hay muy bien y sanamente alimentados- la dependencia de la ONU señala a los conflictos, la variabilidad del clima y los fenómenos climáticos extremos, así como a desaceleraciones y recesiones económicas.
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Menciona, sin ubicarla entre los primeros lugares, “la desigualdad alta y persistente”, y junto a ella enumera la existencia de entornos alimentarios poco saludables.
Pero esta vez el resumen anual de la FAO se concentra sobre todo en los por qué las políticas e inversiones necesarias para transformar los sistemas agroalimentarios no se han puesto en práctica según lo proyectado.
Señalan como motivo central de esa tan significativa omisión la financiación y la inclusión financiera, que constituyen, dicen, “uno de los medios de consecución de los ODS y requieren un compromiso político más constante”.
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A nadie asombra que, por tanto, los países donde se registran los mayores niveles de inseguridad alimentaria y formas de malnutrición, sean precisamente los que tienen menor acceso a la financiación.
El propio documento declara que no hay claridad en cuanto a qué financiación haría falta, pero el déficit “podría ascender a varios billones de USD” y, de no resolverse, las consecuencias serán inmensas y exigirán, a su vez, de “varios billones de dólares” para dar solución a lo que se desencadenaría en lo referido a consecuencias sociales, económicas y medioambientales. Como una serpiente que se muerde la cola.
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A seis años para que se cumpla el plazo del cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, y dentro de ellos el de “Hambre Cero”, el propósito de poner fin al hambre, a la inseguridad alimentaria y a todas las formas de malnutrición continúa en pie y apenas sin avances. Pero, por l vida, merece la pena seguir insistiendo, y la FAO lo hace esta vez convocando a una perspectiva más integral, multidisciplinaria, en el enfoque financiero del asunto.
Como complemento a este enfoque, el subdirector general y representante regional para América Latina y el Caribe de la FAO, Mario Lubetkin, declaraba en entrevista concedida a Prensa Latina que “es urgente adoptar políticas públicas integrales y prácticas que promuevan una alimentación saludable y el bienestar desde una edad temprana, para evitar mayores consecuencias a largo plazo y consolidar sistemas agroalimentarios más eficientes, inclusivos, resilientes y sostenibles”.
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De seguro existen otras alternativas, más allá de las competencias de la FAO, tocaría a los humanos con vergüenza intentar ponerlas en práctica, además de las arriba enumeradas, porque, como bien dice la FAO, “Un mundo sin hambre, sin inseguridad alimentaria y sin malnutrición es un mundo que merece la pena salvar…”
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