A una nariz pegados

A una nariz pegados
Fecha de publicación: 
12 Octubre 2023
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Érase un hombre a una nariz 
pegado, 
érase una nariz superlativa; 
érase una nariz sayón y escriba; 
érase un pez espada 
muy barbado

(Fragmento del soneto A Una Nariz, de Francisco de Quevedo)

No hace falta llevar la tamaña nariz que describe el poeta español en su famoso soneto -dirigido con sátira al apéndice nasal de su coterráneo Góngora-, para reconocer la importancia del sentido del olfato en nuestras vidas.

Claro, al ser tan cotidiano como respirar, muchas veces pasa inadvertido, pero oler, lo cual hacemos todo el tiempo, aporta informaciones imprescindibles a la vez que puede hasta condicionarnos el estado de ánimo. conectándonos con emociones y recuerdos.

Sucede que el olfato es de los sentidos más complejos e interesantes. En el año 2004, los científicos estadounidense, Richard Axel y Linda Buck recibieron el Premio Nobel de Medicina por descifrar el enigma del olfato.

 


Foto: Pixabay

“Hasta que Axel y Buck realizaron sus estudios, el olfato era un misterio”, señaló el comité del Instituto Karolinska de Estocolmo, encargado de conferir tan importante galardón.

Descubrieron que unos mil genes, un 3% del genoma humano, son responsables de la configuración de los receptores olfativos, altamente especializados y capaces de reconocer y memorizar cerca de 10 mil sustancias odoríficas.

Años después, en 2019, científicos del Centro Monell, en Filadelfia, Estados Unidos, concluyeron que los receptores olfativos funcionales, los sensores que detectan los olores, también están presentes en las células del gusto, que se encuentran en la lengua.

"Nuestra investigación puede ayudar a explicar cómo las moléculas de olor modulan la percepción del gusto", indicó el autor principal, Mehmet Hakan Ozdener, biólogo celular. 

El sentido del olfato es de los más desarrollados en los recién nacidos y por él y por los sonidos son capaces de identificar a sus progenitores, y muy especialmente les permite orientarse hacia el seno materno en busca de alimento.

 


Foto: tomada de as.com

De hecho, los fetos pueden saborear y oler en el vientre materno según comprobaron científicos de Reino Unido en la primera prueba directa de la capacidad de respuesta fetal humana a los sabores transferidos a través del consumo materno.

Te huelo

Como mismo los humanos poseemos huellas digitales únicas, también tenemos una huella olfativa que  es solo nuestra y permite identificarnos. No hay persona sin olor, asegura la  neurocientífica Laura López-Mascaraque, del Instituto Cajal, en España.

De ahí que, gracias a la Odorología forense (Identificación Molecular del Olor Humano con Perros), pueda ser rastreada una persona, sobre todo en el caso de la comisión de delitos.

 


Foto: tomada de worlddogfinder.com

Somos olidos y olemos porque el papel de ese sistema sensorial es aportar información sobre las sustancias en el medio ambiente, permitiendo detectar compuestos peligrosos a la vez que igual tributa a la  alimentación, a las relaciones interpersonales y hasta a la salud neurológica.

Las destrezas olfativas varían en función de la edad, el sexo así como de determinadas  enfermedades. El olfato también se modifica, entre otras causas por infecciones respiratorias virales, como ocurrió en la reciente pandemia COVID-19, cuando muchos perdieron ese sentido padeciendo así de anosmia.

 


Entrenamiento olfativo para recuperarse de la anosmia causada por la Covid-19. Foto. tomada de elconfidencial.com

En el presente, científicos estudian el llamado volatiloma, conjunto de moléculas volátiles de una persona, atendiendo a que en este los perros pueden detectar malaria, cáncer, diabetes e incluso párkinson.

Asimismo, la pérdida del olfato puede ser síntoma de alerta para la detección temprana de enfermedades neurodegenerativas como el propio párkinson, alzhéimer, huntington y esclerosis múltiple.

Los olores que más gustan

Los humanos poseemos alrededor de 5 millones de neuronas sensoriales olfativas en la nariz, y cada una contiene varios receptores que permiten identificar millones de olores.

Para conocer de esos tantos olores cuáles son los preferidos, investigadores del instituto Karolinska y la universidad de Oxford, desarrollaron un interesante estudio que evidenció que el olor de la vainilla es el preferido, con independencia de las distintas culturas. 


Foto: Freepik

"Las culturas de todo el mundo clasifican los distintos olores de forma similar, independientemente de su procedencia, pero las preferencias por los olores tienen un componente personal, aunque no cultural", afirma el neurocientífico Artin Arshamian, participante de la indagación.

Entre las preferencias, a la vainilla le sigue el butirato de etilo, que huele a melocotón. 
 


La flor de la vainilla. Foto: tomada de xataka.com

El olor que la mayoría de los participantes consideró menos agradable fue el del ácido isovalérico, que se encuentra en muchos alimentos, como el queso, la leche de soja y el zumo de manzana, pero también en el sudor de los pies.

 


Foto: tomada de yahoo.com

El experto citado refiere que un posible motivo por el que se consideren unos olores más agradables que otro se asocia a que los mismos aumentaron las posibilidades de supervivencia durante la evolución humana.

"Ahora sabemos que existe una percepción universal de los olores que se rige por la estructura molecular y que explica por qué nos gusta o no un determinado olor", concluye el Dr. Arshamian. 

Aunque el olor del mar no quedó entre los mencionados por el estudio, este junto con el olor a tierra mojada después de la lluvia así como el del pan recién horneado y los aros florales igual se ubican entre los considerados más agradables.

 


Foto: tomada de surferrule.com

En cuanto al olor del mar -ese que cada cual cuando llega a la orilla o está ya en sus cercanías, pareciera como si quisiera atraparlo y llenarse de él inspirando hondo, a todo pulmón- Maresía es el nombre de ese aroma de las zonas costeras y tiene su origen en la composición química del océano y de sus habitantes.

En específico, la maresía es debida al azufre, las feromonas sexuales de las algas y el bromofenol, ensamblados en proporciones muy especificas que generan ese inconfundible, evocador olor a mar, para cuyo disfrute, por suerte, no hace falta ningún apéndice nasal desproporcionado como el que recreara Quevedo en su soneto.

 

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