Serie Nacional: Con público en los estadios y pelota en el genoma
especiales
La pelota se respira en esta 61 Serie Nacional de Béisbol de una forma diferente. Dos años en los que se jugó, pero no se vivió de la misma manera. Dos campañas matizadas por el frío de no sentirla al pie del terreno, con el retumbar de las congas ahogado en los protocolos sanitarios, con la pandemia de COVID-19 comportándose como enemiga acérrima del espectáculo.
La afición, además de ser un elemento siempre a favor de los equipos que juegan de home club, es necesaria en nuestros estadios, así como también para calibrar la pegada de un torneo que, si bien ha mermado en su calidad en comparación con otras etapas precedentes, continúa estando en el genoma del cubano.
Y esa, tan importante para pulsar el torneo, para darse cuenta de que en Cuba béisbol y fútbol pueden coexistir sin ser excluyentes, y sin importar considerablemente la diferencia cualitativa entre uno y otro en materia de transmisiones televisivas; por mencionar dos cuestiones que siempre han estado en el ojo del huracán de las comparaciones.
Pueden coexistir, y alimentar los sueños de miles de niños, como también lo hace, en menor medida quizás, el baloncesto. Y lo pude comprobar en la ventana mundialista, con un coliseo de la Ciudad Deportiva que revivió, y que le regaló a su equipo gritos ahogados de ¡Arriba, Cuba!, ¡Sí se puede!, ¡Jasiel, Jasiel! O viendo de nuevo las prácticas con aspiración de convertirse en un jugador o pelotero estrella de pequeños a nivel municipal y provincial. Es cierto, la masividad ni por asomo se asemeja a la de la década del 80 del pasado siglo, cuando inicié este vínculo irreductible con el deporte, pero toca ver el vaso medio lleno...
Y digo alimentar los sueños porque realmente ha sido como si nos devolvieran las alas a millones. Hemos sobrevivido a dos años de cuarentena; la mayoría o casi totalidad de competiciones, supremas o no, se han dado a puertas cerradas, con rigurosísimos protocolos sanitarios para evitar contagios del nuevo coronavirus; en formato burbuja ha transcurrido la vida y preparación de los deportistas, y en el caso de los aficionados, han tenido en los telerreceptores o teléfonos móviles a sus mayores aliados.
Incluso los Juegos Olímpicos y Paralímpicos de Tokio transcurrieron por cauces pandémicos, y ausentes de aforo de público en las instalaciones. Y créanme, en lo personal creo que no hay nada mejor que vivir in situ las grandes emociones que siempre nos depara el deporte.
La pelota se respira diferente, reitero. Esta temporada 61 ha devuelto a los niños a los placeres; lo he visto en Mulgoba, Alamar, los terrenos de la Ciudad Deportiva, las inmediaciones del Parque Lenin, y a la entrada del Cotorro... Niños y jóvenes armando sus pitenes, luego de haber ido al Latino, al Victoria de Girón, o a ese hervidero que siempre se antoja el Guillermón Moncada.
Sigue siendo un termómetro para calibrar el temperamento del cubano, aunque ahora la barra del mercurio adquiera también 40 o más grados de temperatura con el más universal. Me he sorprendido, por cierto, atestiguando grupos de jóvenes que han compartido en una misma jornada ambas pasiones.
El béisbol sigue latiendo, la vida sabe mejor luego de quebrar las barreras del encierro, y retornar a un cúmulo de actividades que por 730 días nos fueron privadas por la dichosa pandemia causada por el virus del Sars-Cov-2. Trabajo, reuniones con amigos, las clases presenciales, el calor de la familia, en muchos casos. Eso de estar aislados no va mucho con la espiritualidad del cubano.
El público le ha devuelto el color a los estadios, con todo y las limitaciones de aforo que cada provincia pueda establecer a tenor de la situación epidemiológica imperante en cada caso. A las personas también les toca ser conscientes, cuidarse, cuidar al prójimo, y velar por la continuidad del espectáculo.
Yo, como muchos, estoy deseoso de regresar a esa olla de presión que se antoja el Latinoamericano al regreso de Industriales de su gira por el Oriente, o de arrollar al compás de la Conga de Los Hoyos en el Guillermón, de sentir la corneta china prácticamente a mi lado. De que el Nelson Fernández apoye con fidelidad total a unos Huracanes de Mayabeque encendidos, lo mismo que ver la grada del Victoria de Girón toda cubierta de rojo.
Porque en Cuba, señores, el béisbol, si es con casa llena, mejor: es sinónimo de sentimiento de país.
- Añadir nuevo comentario
- 1226 lecturas
Comentarios
Zarza
Añadir nuevo comentario