Violencias ¿de telenovela?

La violencia contra la mujer es un problema global que trasciende culturas y contextos socioeconómicos, existe a pesar de las leyes y la ciencia. Aun donde ha sido condenada por decreto, ella permanece instalada como una especie de troyano que se alimenta del machismo, el cual, a su vez, subsiste arropado por el patriarcado; en fin, es una parte lamentable de realidad y la ficción la reproduce, con más o menos compromiso.

La telenovela cubana que se transmite actualmente en horario estelar tiene varios ejemplos de mujeres violentadas. Los más evidentes son, por supuesto, Aitana y Lilian. La primera, golpeada y humillada por su esposo, y la segunda, abusada sexualmente por su primo expresidiario.

Ellas corresponden a la imagen más comúnmente asociada a este fenómeno, que es la violencia física, por lo tanto, reciben dentro de la trama la solidaridad y el apoyo, y sus maltratadores resultan condenados, aunque quizás no con la fuerza que merecen, pero así sucede a menudo en «la vida real», donde no siempre la violencia intrafamiliar se denuncia ante la justicia, bien por presiones emocionales o por falta de herramientas para hacerlo.

Tampoco se trata aquí de escribir otro audiovisual, pero no puedo evitar preguntarme: ¿la solución para una joven madre maltratada por su esposo es irse a otra provincia, hacerse llamar por otro nombre y tratar de rehacer su vida? Siempre reconozco que la telenovela no es un producto educativo, pero no estoy segura de que eso explique el manejo superficial de temas tan profundos. Al menos en el caso de Aitana ya hay un proceso de divorcio en curso, supongo que la trama enderece también el de Lilian. 

Sin embargo, hasta aquí solo hemos visibilizado las violencias más obvias, pero el tema es mucho más complejo, abarca una amplia gama de agresiones que afectan la integridad física, psicológica, sexual y económica de las mujeres. La propia relación de Aitana y Luis Manuel ha transitado al campo simbólico en intentos de control, manipulación, amenazas, chantajes emocionales, que no son menos lacerantes que el más duro golpe físico.

De este tipo, hay mucha más violencia en Renacer. Sobre la historia de la maestra Rosa se sabe poco, pero ya podemos intuir que algún chantaje la alejó de su hijo en el pasado y, en el presente, debe soportar el menosprecio constante de su sobrino. 

Y qué decir de las muchachas de Mamonal, constantemente presionadas por la tía para encontrar «un buen marido», obligadas a cumplir sus deseos en nombre de una deuda moral porque las acogió en su casa. Es triste, pero es cierto: a veces nos convertimos en verdugo de nuestro propio género. En definitiva, la filosofía de Iris se ha vuelto en su contra, pues se consiguió el peor marido posible y está siendo ahora ella misma víctima de una violencia similar: debe estar al servicio de su «bizcocho», para no perderlo.

En la relación insana entre Belkis y su prima Roxana hay mucho de violencia maquillada, el doble en sus complots contra Aitana, Sofía y Magda. Las dos últimas, aparentemente empoderadas a su modo, se disputan el deber de hacer y servir desayuno, almuerzo y comida en la casa familiar que comparten, un hogar donde se insiste desde el principio en la necesidad de una mujer, como si tres hombres adultos no fueran suficientes para realizar las labores domésticas, o sea, el guion da por sentado que «son cosas de mujeres».

Aunque no siempre lo haga desde una perspectiva crítica y profunda, puede ser útil que un espacio tan popular como la telenovela muestre este flagelo y nos permita observarlo y pensarlo. Al mismo tiempo, la ligereza entraña el peligro de normalizar o reforzar violencias, sobre todo las que ocurren en el plano simbólico, esas que pasan frente a nuestras narices diariamente sin que atinemos a plantarles cara. 

Una verdad habría que aprender de memoria: no hay violencias menores, ni aceptables.