DE CUBA, SU GENTE: Su extraña luz le brota de sí misma

DE CUBA, SU GENTE: Su extraña luz le brota de sí misma
Fecha de publicación: 
20 Abril 2016
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Me la encontré de casualidad, mientras hurgaba —mea culpa— en los bordes del actual Salón Colonial de la casa, una habitación sellada, cuya entrada, prohibida para todo público, conserva algunos muebles, esculturas y un piano que pertenecieron a esa autora de tanta prosa poética imperecedera que fue Dulce María.

Presentada en bandeja de plata la ocasión (sin moros en la costa de los jardines de la casa), entré a husmear y a respirar el aire de la clase media alta de mediados del siglo XX que reinaba en la habitación. Y ahí, en un recodo, agazapada, me encontré con Yisel.

En las madrugadas Yisel se entretiene tatuando corazones diminutos en los capiteles de las columnas interiores de la casa. Lo poco que duerme lo hace, sigilosa, encerrada en el baño de los hombres, ese que queda justo a la izquierda del actual Departamento de Creación Literaria del Centro. Otros de sus escondites preferidos: el águila en la entrada principal; el reverso de la escalera, que queda al final de la hilera —desfile— de balaustres de la casa.

No puedo evitar preguntarle a Yisel de quién o de qué se esconde. Me asegura, con ese desenfado casual que da la eternidad de sus 17 años, que de nada. Solo, define con agilidad, es alguien que aprovechó el momento y la oportunidad.

—Yo estaba en la calle G, como suelo hacer para desconectar… y vine a este lugar a pedir fuego para fumar. Me atendió una muchacha homo que trabaja aquí de custodio. Como yo soy neutra, enseguida tuvimos tema de conversación…

—Disculpa que te interrumpa… ¿neutra?

Yisel asume mi ignorancia con actitud condescendiente.

—Sí… quiere decir que he probado ser lesbiana, pero no me ha gustado y he regresado a la heterosexualidad.

Según me cuenta Yisel, conversó con la chica que custodiaba esa noche hasta que esta se quedó dormida, en algún momento de la madrugada… Entonces, en un arrebato impulsivo, nada más para ver si era posible hacerlo, como si de un juego pueril se tratase, se escondió en el segundo piso de la institución.

—Y he estado viviendo escondida desde ese momento. ¡Ha sido la cosa más fácil del mundo! ¡Después de las dos de la tarde aquí no hay nadie! La gente llega tarde y se va temprano… y nadie se imagina que estoy aquí…

Habla con tal euforia, que no puedo sino darme cuenta: Yisel es una niña de luz que anda rota por la ciudad; es un alba lenta que tiene sabor a muerte y cuyo perro sin amo ladra a las ruinas. Es una niña cuyos padres, en algún sitio, quién sabe en qué parte de la ciudad, locos de desesperación, maldicen en las oscuridades y fulgen guadañas…

—¿Por qué haces esto? ¿Qué ganas viviendo escondida en un centro de trabajo? —casi le riño.

—Primero, quiero tener algo interesante que contarle a mis futuros hijos algún día… segundo: soy rockera.

—¿Eh? —no me esperaba esas razones.

—En el Submarino Amarillo están tocando muy buenos grupos últimamente.

—¿Y? —mi sorpresa me acusa, quizás demasiado: ya pasó el tiempo de mis propias imprudencias adolescentes…

—Que el Submarino me queda muy cerca de aquí. No tengo que coger guaguas para regresar cuando terminan los conciertos de rock, a las dos de la mañana. Hoy, por ejemplo, está el grupo cubano Luces Verdes, que canta canciones de Lenny Kravits y de Los Beatles…

—Disculpa… —la interrumpo de nuevo—. ¿Llevas dos días durmiendo en un baño por estar más cerca de conciertos de rock?

—¿Qué pensabas?, ¿que yo era una loca que se había metido aquí a dormir sin razón? ¡No estoy loca! ¡Solo me gusta el rock!

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