Voluntarios contra la Covid-19. Marcos Muñoz Arias: “Yo también tenía miedo, ¡claro!”

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Voluntarios contra la Covid-19. Marcos Muñoz Arias: “Yo también tenía miedo, ¡claro!”
Fecha de publicación: 
8 Mayo 2020
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Cortesía del entrevistado. Marcos en su casa usa nasobuco para proteger a su familia 

Es difícil entenderlo cuando habla porque, aunque en estos momentos está dentro de su casa, tiene casi todo el tiempo puesto un nasobuco. Así será por unos 14 días: tiene que usar un solo vaso, ropa de cama aparte, nada de ventiladores a su alrededor, debe permanecer en casa, bañarse de último y echarle hipoclorito a todo. Esa es la rutina. “Por si acaso; para cuidar a los míos”.

Marcos Muñoz Arias vive con su hermano menor y sus padres en el municipio San Miguel del Padrón, en la capital. A sus 24 años, es Licenciado por la Facultad de Química de la Universidad de La Habana. Allí ejerce como profesor vinculado al departamento de Química Analítica y al Laboratorio de Bioinorgánica, además de formar parte de la dirección de la UJC. Hace algunos meses prepara su maestría. 
Marcos ahora está en su hogar, pero hace pocos días trabajó como voluntario en un centro de aislamiento para sospechosos de portar el Sars-Cov-2.

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Poco tiempo después de que a nivel nacional se suspendieran las clases presenciales, el transporte interprovincial, la mayoría de los vuelos internacionales, se vaciaran las sedes docentes y que se orientara el aislamiento social, la UJC de la Universidad de La Habana, a través de whatsapp, organizó un grupo de estudiantes y profesores para apoyar en labores contra la Covid-19. Específicamente, la dirección de la Universidad brindaría varias de sus residencias estudiantiles (en ese momento casi inoperantes) para ser reformadas como sitios de aislamiento y apoyaría logísticamente. Los voluntarios, divididos por subgrupos, serían ubicados en cada uno de los centros por ciclos de 14 días. 

Marcos tuvo detalles de la misión en la que se alistó gracias a una reunión con la rectora, vicerrectores, personal médico y decenas de voluntarios. En aproximadamente hora y media se aclararon dudas a los interesados, se habló de las condiciones, las tareas a realizar, las medidas de seguridad y el requisito de no estar en ningún grupo de riesgo.

El sábado 11 de abril, después de que se ultimaran mantenimientos constructivos, estudiantes, profesores y directivos, provenientes de varias carreras, llegaron a la residencia estudiantil del reparto Bahía, en Habana del Este. Fue el debut de la Universidad de La Habana en esa faceta. Aunque Marcos inicialmente no estaba contemplado para el primer ciclo y esperaba ser llamado a otro, se le mandó a buscar (a él y a otra persona) porque la dinámica de trabajo demandaba dos colaboradores más.  En la mañana del martes 14 de abril un vehículo de su universidad lo recogió en su casa. Luego fueron a por el otro compañero, que resultó ser -no lo supo hasta entonces- un ex alumno suyo del semestre anterior. Juntos arribaron a su destino.

“El primer día nosotros dos no tuvimos que trabajar. Fue llegar y acomodarnos. Nos dieron una serie de medios de trabajo y protección: guantes, trajes, aseo... El resto de los muchachos en seguida nos recibió. Hubo sonrisas. Nos esperaban desde el balcón. Fue un recibimiento caluroso, aunque sin besos ni abrazos. Ya habíamos hablado varias veces por whatsapp y me habían dicho qué llevar y qué no. A la mayoría los conocía. Ellos nos explicaron los procedimientos, la distribución de las tareas y cómo debía ser el paso a la zona roja cuando fuéramos a limpiar”.

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No quiere que su temporada de voluntario lo haga convertirse en un punto atención. Confiesa que se siente un poco incómodo “al dar entrevistas por algo de esta índole; si fuera sobre Química…”. En su opinión, una determinación como la que tomó semanas atrás está mediada por el apoyo familiar y la tenencia de ciertas condiciones en el hogar. “Puede haber muchos matices. Hay situaciones difíciles en las que algunos pueden querer, pero el escenario en casa no permite. Eso no los hace menos. Pueden ayudar en otros lugares”. Él pensó que, como parte de una familia, debía ser una decisión en conjunto. Reunió a sus padres y al hermano menor y les contó ejemplos de otros jóvenes. “¿Qué creen ustedes?”, les preguntó.

“En mi caso, siento agradecimiento por mi familia, en su extensión, hasta mis tíos. Tenían miedo, pero todos me apoyaron cuando dije lo que quería hacer. Yo también tenía miedo, ¡claro! Siempre es un riesgo. Pero creí que hacía falta ayudar. Solo el esfuerzo colectivo nos sacará adelante. El funcionamiento en sociedad, el aporte de cada uno, es la solución. Además, creía que vivir algo así me haría un poquito mejor persona. Lo ha hecho. Es parte de la lucha interna por ser mejores cada día, de tratar de ser consecuentes con lo que profesamos”.

Una vez dentro limpió, repartió comidas y, como el resto de su equipo, ayudó en lo que hizo falta, pero con un agravante: el material de los guantes reglamentarios le hizo alergia y le produjo llagas en las manos.
El domingo 19 de abril una paciente recibió confirmación positiva de su examen PCR. Era una mujer de unos 40 años que estaba desde el principio. Automáticamente fue trasladada a un hospital. Aunque a Marcos no le había correspondido limpiar el cuarto de ella, se le hizo, igual que al resto del personal de apoyo, una prueba rápida al día siguiente. Todos dieron negativo.

“La noticia de un caso positivo impactó en el grupo. Si a alguien le quedaban dudas de que eso iba en serio, pues mira, ¡iba súper en serio! Los cuidados que habíamos tenido no estaban de más, y había que seguir como hasta ahí o incluso más estrictos. Aún así, nunca abandonamos el trabajo.”

El trabajo enseña; es una experiencia -dice- de la que ha aprendido muchísimo. Intenta explicar con palabras lo que es “estar sudando debajo de un traje, de una máscara, de gafas, doble guantes, botas, pasar calor, sed, y aun así vigilar que tu compañero de al lado no se equivoque, no se vaya a tocar y si se siente agotado, ser solidario”. Pero estas son solo palabras. Hay que estar ahí para sentirlo.
 

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Cortesía del entrevistado. Marcos (primero de izquierda a derecha) y sus compañeros vestidos con traje de protección en el centro de aislamiento

Andar constantemente con cloro puede resultar molesto. Al principio sentir su olor todo el tiempo fue incómodo, pero no podía desistir de echarlo en las concentraciones adecuadas en las manos, los baños, las maniguetas, arriba de las mesas, los tomacorrientes, la colcha y el cubo de limpiar, por ejemplo. De hecho, según testimonio de un compañero suyo, Marcos fue el más exigente en los momentos de limpieza.   
“Tienes que utilizarlo. Te adaptas. El cloro se vuelve tu amigo. Nosotros andábamos con un spray y a donde llegábamos nos echábamos en las manos y en la superficie que íbamos a tocar”.

Aunque la interacción con los pacientes fuera muy poca, “daba tiempo de caracterizar, en cierta medida, su actitud, pero los lazos de afecto no pasaban más allá de una mirada, de alguna frase. Varios trataban de ayudar, y tenía que decir «no, no, quédese ahí tranquilo, siéntese», sobre todo por cuidarlos”. 

Entre universitarios se dedica mucho tiempo al debate. Además de ver alguna película o serie, eso hacían en el centro de aislamiento durante los ratos libres: debatir. Junto a Marcos había jóvenes voluntarios de ciencias y humanidades que teorizaban y buscaban artículos sobre la persistencia del virus en determinadas superficies. Discutían, se reían, conspiraban…
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Marcos y sus colegas de batalla acordaron no sacar los celulares del área donde dormían para prevenir que en ellos no se adhirieran las temidas partículas virales. Por eso, en la llamada zona roja ninguno tomó fotos. Su comunicación con el exterior fue precisamente por el móvil. A través de whatsapp intercambió con sus padres y hermano menor, en casa; su hermana mayor, en Estados Unidos; su primo; su tutora de investigaciones; otros profesores y compañeros. Todos se preocupaban, le preguntaban y muchos lo halagaban, pero, según dice, trataba de saltar a otro tema porque le daba pena ese tratamiento hacia él. “Es complicado. A la misma vez, te da alegría que piensen eso de ti”. 

La noche del 24 de abril, después de diez días de trabajo en la beca del reparto Bahía viajó a otro centro ubicado en el municipio Cotorro. A partir de entonces, los aislados serían él y el resto del team. Desde que se enrolaron sabían que tras culminar su período de colaboración, por precaución, pasarían varios días confinados antes de poder retornar a sus viviendas. 

Al establecimiento del Cotorro va a parar personal sanitario de diversos lugares de la capital. No obstante, hay compartimentación, es decir, cada equipo ocupa un área específica y no existe contacto entre gente de una procedencia y otra. 

De acuerdo con el protocolo, pasados de cuatro a seis días (para más precisión) de la última aparición de un caso positivo en donde el grupo laboró, debía realizársele un examen PCR. De dar negativo todo el equipo (médicos, enfermeros, personal de apoyo), podría ir a casa. Si uno solo resultaba positivo, el resto se consideraría contacto de contagiado y, en consecuencia, cada uno pasaría a ser sospechoso.

Una doctora joven realizó el trabajo molesto. Dos palitos: uno por la nariz, otro en la garganta. “El de la nariz te llega a la vida”. Le tomaron una muestra de cada una de esas mucosas. El exudado para detectar o descartar la presencia del virus es incómodo pero imprescindible para regresar a casa. Bien lo sabe un profesor de Química que mientras espera en el Cotorro los resultados de los PCR de su equipo, aprovecha el tiempo en leer artículos científicos y revisar su proyecto de maestría sobre aplicaciones magnéticas de nanopartículas.

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Cortesía del entrevistado. Marcos (tercero de izquierda a derecha) y su grupo después de acabar las labores de apoyo estuvieron aislados en el Cotorro

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Marcos está ya en su hogar pero no lo está del todo. En su caso, al pretendido distanciamiento social de escala país se le suma, tras los dos anteriores, una suerte de aislamiento intradomiciliario. La prueba PCR suya y de sus compañeros dio negativa y en la tarde del miércoles 29 de abril regresó a su morada. No obstante, tiene indicado, para seguridad mayor de su familia, cumplir ciertas prevenciones epidemiológicas que ninguna autoridad podrá verificar a plenitud, pero que él está practicando a conciencia. Un solo vaso, ropa de cama aparte, nada de ventiladores a su alrededor, permanecer en casa, bañarse de último y echarle hipoclorito a todo. Es la rutina. Así será por unos 14 días.

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