Sencillez y grandeza de Zenaida Armenteros
especiales
Foto: Anabel Díaz
Llevar nueve décadas de vida entre pecho y espalda, de pies a cabeza, con la mirada limpia y el deseo de entregar, más que recibir, anima la estatura artística y humana de Zenaida Armenteros, atenta a lo que sucede en la escena cubana, al cultivo de las raíces, al desempeño de las nuevas generaciones en una de las zonas más fértiles de la cultura nacional.
Fundadora del Conjunto Folclórico Nacional, los títulos de la jerarquía que allí ocupa hablan por sí mismos –primera bailarina, primera cantante, primera actriz–, pero no lo dicen todo, como tampoco sus muy merecidas investidura con el Premio Nacional de la Danza en 2005 y la condición de Artista de Mérito de la Uneac.
Habría que rastrear la ardua y venturosa ascensión de la muchachita que nació el 10 de enero de 1931 en la barriada habanera de Carraguao, en el seno de una familia humilde; el paso por la escuela pública de escasos recursos, pero con maestras que le inculcaron el amor por Martí y Maceo; el descubrimiento de la vocación por el canto popular; los trabajos, al tratar de vivir por y para la música en tiempos difíciles, y la oportunidad de realización muy bien aprovechada, a partir de la creación del Folclórico Nacional; las enseñanzas de Rogelio Martínez Furé, Rodolfo Reyes y Ramiro Guerra, y los ejemplos inspiradores de sus compañeros de labor.
Valió, en su crecimiento, no solo sus notables aptitudes para el canto, sino la memoria de las tradiciones aprendidas desde la cuna, tanto las de origen africano como las que se fraguaron en el proceso de transculturación que ha ido definiendo el curso identitario de la nación.
De modo que, desde las primeras funciones de la compañía, cantó y bailó los ciclos yoruba y congo, las comparsas y las danzas populares, y sacó a flote guarachas y habaneras, sones y criollas.
Entendió y proyectó a plenitud lo que Ramiro Guerra llamó la teatralización del folclor en obras como Alafín de Oyó y Palenque, en las que vertebró sus saberes y talentos múltiples para devenir en uno de los íconos de la cultura popular llevada a la escena, aplaudida en más de 50 países de todos los continentes.
Enseñar ha sido otra de sus misiones: dar clases, orientar, inspirar. Nunca ha dejado de hacerlo, como ahora que comparte experiencias con los alumnos de la Academia de Canto Mariana de Gonitch.
Sencilla en su grandeza, Zenaida Armenteros va por la vida y no se detiene.
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