Para no destrozar las entrevistas

Entrevista, ¿cuántos crímenes se cometen en tu nombre?, escribí en una ocasión, alimentado por la opinión de mi profesor José Antonio Benítez sobre el uso de ese género «...como forma periodística se ha prodigado y se prodiga con excesos, hasta el punto de que uno de los métodos más difíciles y complejos del periodismo se ha hecho fórmula fácil». Muchos años después, recientemente, con ese error no derrotado todavía en nuestros medios, me lo recordó otro profesor, Freddy Moros, al leer su enjundioso libro La entrevista en televisión, publicado por Ediciones en Vivo, del Instituto Cubano de Radio y Televisión.
     
Los periodistas pueden mejorar su quehacer si beben en estas aguas cristalinas, las asimilan y las unen a las propias con sentido dialéctico, lejos de la ceguera de la autosuficiencia y del intento de inventar el pan con azúcar: pueden salar la esencia de la que debe partir la creación. ¿Acaso el estilo de salto alto actual no es la continuidad, con su lógica ruptura, que arrancó de los logros anteriores y ascendió desde allí? El texto de Moros enseña, muestra, arma para ir a la batalla bien pertrechado. No es un teórico trasnochado de buró, ni un lanzador opinando desde el aula sin haber subido al box alguna vez con el encuentro ardiendo.    
   
Ha ejercido y ejerce aún la enseñanza en significativos escenarios, pero su saber no viene solo de los libros: mucho determina en él su bregar en la vida y haber ejercido su labor como un soldado, ganador después de sus grados al calor de los combates y la entrega a la profesión de sus amores. Freddy lo advierte y hay quien no le hace caso metido en la concha de la autoinsuficiencia: «En la televisión se está a cada minuto a un paso de hacer el ridículo: cuando sucede, es muy difícil que el entrevistador vuelva a recuperar su prestigio público». Sucede con la entrevista noticiosa, demasiado utilizada cuando cabe mejor una información, y, sobre todo, en la de personalidad o biográfica.
 
Expresa: «La naturalidad debe ser una constante en el uso adecuado del lenguaje, por ende, se evitarán los tonos demasiado altos, los paréntesis largos y las equivocaciones al hablar». También dice: «afecta la comunicación el lenguaje rebuscado, barroco, lleno de puntos y comas mentales, falto de énfasis cuando se requiere. El entrevistador precisa discernir que lo fundamental y lo realmente importante siempre lo aporta el personaje con el cual se establece el diálogo».

En la obra citada se habla de los gestos y de tener muy en cuenta la expresividad. «De los gestos de asombro, estupor, desconfianza, dolor, alegría, y otros, deriva una atmósfera emotiva que puede ser canalizada al televidente a través de la imagen televisiva». Esto hace más creíble lo dicho por el personaje principal de esta conversación, lo enriquece. Además, nos salva de preguntas tan tontas como abundantes en la pequeña pantalla: ¿Cómo te sientes después de ganar la medalla de oro?, y la aparición de sonrisas y risas golpeadoras de un ambiente triste reinante o al contrario.

Llama a cuidarse de quienes «adoptan posturas y actitudes artísticas y hacen gestos que no son expresión real de lo que sienten y piensan en esos momentos. Es esta una forma de caer bien a la teleaudiencia o tratar de confundirla para eludir respuestas comprometedoras a preguntas intencionadas del entrevistador. Este no puede ser cómplice de dicho ardid con tanto de mentira e irrespeto. Debe saber ingeniárselas para vencerlo».
 
No se queda en la técnica: sabe que el periodismo es mucho más. De un hombre tan ético como Freddy Moros no podía quedar exento lo moral, más trascendente que la importante correcta dicción: «Hay que observar el máximo de objetividad y nunca, bajo ningún concepto, se faltará a la verdad: considerar que el prestigio y la popularidad que entraña el trabajo en televisión no es tan fundamental como el objetivo profesional, la sinceridad y el decoro que evidencia el periodista en la ejecución de su trabajo».