Nicolás Miranda convierte el Museo de Cera en una protesta
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El artista chileno Nicolás Miranda irrumpe en el Museo de Cera de Madrid con esculturas grotescas que denuncian el poder, la guerra y la decadencia política.
El artista chileno Nicolás Miranda volvió a sacudir la escena cultural madrileña con una acción que combina escultura, provocación y crítica política.
En una intervención sin permiso en el Museo de Cera de Madrid, Miranda instaló una serie de figuras grotescas de animales con los rostros de varios líderes conservadores.
Comienza la lista, Isabel Díaz Ayuso y José Luis Martínez-Almeida convertidos en ratas, Santiago Abascal y Javier Milei fusionados con un perro, y un Chucky con la cara del primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, todos situados frente a la figura de Donald Trump y Melania en la reproducción del Despacho Oval.
La escena, cuidadosamente pensada y simbólicamente orquestada, permaneció apenas 20 minutos antes de ser retirada, pero ese tiempo bastó para que las imágenes recorrieran las redes sociales y los medios.
El artista explicó que su proyecto, titulado Child’s Play, alude a la famosa película del muñeco diabólico y pretende “retratar la decadencia occidental contemporánea”, marcada por líderes que “contemplan pasivamente el genocidio en Gaza”.
El Museo de Cera se desmarcó del acto y aclaró que la intervención se realizó sin consentimiento, recordando que su línea expositiva se centra en figuras históricas y del entretenimiento, “sin vínculos con controversias políticas”.
Sin embargo, más allá de la anécdota, el gesto de Miranda tiene un profundo sentido simbólico. Su obra no busca el escándalo gratuito, sino el despertar de una conciencia dormida frente al horror y la banalización de la violencia.
“Mi trabajo parte del cuerpo como territorio político”, ha dicho en otras ocasiones el escultor, que usa materiales y figuras hiperrealistas para trasladar lo monstruoso del poder a una forma visible y tangible.
En Child’s Play, Miranda transforma a los políticos en animales no por burla sino por metáfora del instinto, del impulso salvaje que sustituye la razón humanitaria en tiempos de guerra y populismo. Es, según sus propias palabras, una alegoría sobre “la ferocidad que se impone cuando el arte, la ética y la empatía retroceden”.
No es la primera vez que el artista genera debate en Madrid. En 2023, colocó en la Puerta del Sol una escultura del rey emérito Juan Carlos I apuntando con una escopeta al Oso y el Madroño, en alusión a su afición por la caza. Aquella acción también fue efímera, pero dejó huella en la memoria pública.
Invitado por el colectivo estadounidense Uncommissioned, dedicado al arte público no autorizado, Miranda llevó a cabo esta nueva acción tras ser rechazado por proponer una figura de Netanyahu.
“Cuando dijeron que no, supe que debía hacerlo”, explicó. La intervención fue planificada con precisión: una visita previa para estudiar las cámaras, una mochila con cada figura cuidadosamente envuelta, y una ejecución rápida que convirtió al Museo de Cera en un escenario de arte político efímero.
En un tiempo en que los discursos populistas y la indiferencia hacia la violencia ganan terreno, Nicolás Miranda reconfigura el espacio público como un espejo incómodo.
Su obra es grotesca, sí, pero también profundamente humana: una fábula visual sobre el poder, la deshumanización y la urgencia de no mirar hacia otro lado.
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