Madame du Barry ante la guillotina de la gran pantalla
especiales
Escena del filme Jeanne du Barry
El filme Jeanne du Barry es una obra que refleja las intrigas de una época ya ida: la de la aristocracia absolutista de la transición entre el medioevo y la modernidad plena. Como cinta que aborda la historia, el rigor en los personajes, el ambiente de época y demás detalles son partes de la propuesta y están plenamente logrados. Ahora bien, existe una tesis que subyace y que es destacable, ya que su directora, Maïweeen Aurelia Nedjma, no quería hacer cualquier tipo de película. Su inspiración proviene del clásico del cine de Stanley Kubrick Barry Lyndon. La intención de tratar un asunto plenamente barroco en cuanto a la filosofía, la música, el vestuario, la arquitectura y el trasfondo dramático es llevada hasta el paroxismo. La propia Madame du Barry de la vida real era una mujer barroca, atrapada entre el abigarramiento de la corte y sus orígenes humildes, entre el deseo y la culpa, entre la moral y el placer. Los extremos facturan al personaje y lo hacen atractivo. Para Maïweeen, quien interpreta el protagónico en esta cinta, no había un conflicto más completo y era un sueño que acariciaba hacer desde el año 2006. Solo que no aparecía el actor exacto para interpretar al rey Luis XV.
En la historia, Madame du Barry llegó a ser una influyente amante del monarca, al punto de marcar pautas en la corte en cuanto a modas e ideas. No solo por la vestimenta, que era algo trascendente para la manera de pensar de aquel siglo, sino porque rompió moldes y protocolos. La muchacha proveniente de lo más humilde de la sociedad logró codearse con princesas y nobles y ello era de hecho un símbolo de cuánto estaba ya resquebrajado en la casta gobernante, quiebre que daría paso luego a la Revolución Francesa. Por lo cual la historia de la du Barry es el pretexto perfecto para evaluar a la luz de la actualidad lo que fuera un periodo definitorio para toda la humanidad, ese en el cual cayeron de forma estruendosa las testas coronadas. De ahí que no solo sea interesante el personaje interpretado por Maïweeen, sino un Johnny Depp que tuvo un magistral desempeño como el rey Luis XV. Casi sin diálogos, el actor establece un lenguaje de señas y de gestos de su rostro en el cual se construye la figura de autoridad del jefe del Estado, sin que por ello quede deshumanizado. Luis se nos revela como una persona agobiada por el peso de su propia condición. Un matiz en la construcción dramática que le aporta lucidez a la película, por quedar retratado el dolor que produce el poder en la propia persona que lo detenta. No hay en esto ninguna superficialidad. Si bien el rey habla varias veces, su centralidad está descrita en claves humanas imperfectas a través de las cuales la Historia se adentra en la trama de manera orgánica y no forzada. Un gran logro del filme es que no posee un discurso doctrinario ni una declamación filosófica grandilocuente, sino que se acude a un drama repleto de matices en el cual un monarca y una muchacha construyen una relación incluso de amor/odio a partir de las infidelidades de Luis.
¿Cuál es la ganancia histórica del filme? La cinta no carece de ideología, si bien está descrita en claves sutiles. Hay una crítica a la monarquía como forma de gobierno que es capaz de enajenar las emociones. En una de las secuencias más célebres, en la cual Jeanne está aprendiendo los modales de la corte, el mayordomo de palacio la reprende con una frase: no se deben mostrar los sentimientos en este sitio. Un lugar frío en el cual se mueven intereses disfrazados de amor y de relaciones filiales, uno en el cual se decide si las grandes potencias estarán en guerra o en paz, uno en donde existe más crispación que en cualquier campo de batalla. Esa era la vida de Madame du Barry, quien debió casarse en matrimonio arreglado para acceder al título de condesa. Realmente, no hay un personaje que tenga mayor cantidad de contradicciones, uno en el cual la época se refleje mejor. Proveniente de las capas más bajas, la mujer termina siendo percibida por los revolucionarios de 1789 como una más de la casta de parásitos y por ende guillotinada. Pero el camino hasta ese punto, que es puesto en la picota por el filme, es el de un ser humano que soñaba con el amor y la sabiduría. En un mundo duro, de falsedades, de oropel, el talento de la du Barry solo era reducido a sus pasiones eróticas. Uno de sus amantes le dice que solo será una puta toda la vida, a pesar de que lea libros complicados e intente comprender a los filósofos. La Ilustración como movimiento de las capas intelectuales queda retratado en la película a partir del empuje de du Barry en la corte hacia las bellas artes y las ciencias.
Pero hay más, ¿es o no esta película una verdadera historia sobre el empoderamiento y la fragilidad de la condición femenina en aquel siglo? El amor visto como una carrera profesional y el cuerpo como un territorio en el cual se deciden cuestiones de poder; tales son las temáticas que se derivan de un análisis del filme. De estas fauces ni siquiera el rey podía escaparse, llevado de mujer en mujer sin nunca ver satisfecho su ego ni su vacío espiritual. Pero más allá de ello, Madame du Barry se ve superada en sus artes de seducción y su caída en desgracia tiene que ver con lo volátil que es el mundo de una muchacha en medio de estos fuegos cruzados. Luis moribundo decide pedir perdón a la iglesia y ella es apartada. Pero aun así el amor más genuino o más cercano a lo real que conocieron fue ese. El mundo no está dispuesto a ver cómo se saltan las barreras del absolutismo y de la construcción del poder. La sociedad ha hecho que las personas les pongan un precio a sus pasiones y, por ende, nada de lo que se haga entre un rey y una amante será tenido como serio, aceptable o moral. Y así vemos cómo una cinta que se construye sobre la base de intrigas palaciegas va derivando hacia una guerra entre poderes que se nos torna interesante e ilustradora.
Jeanne du Barry es un filme barroco. Toda la música transcurre en esa gran época del arte en el cual lo importante era lo sublime, lo bello en exceso, el no dejar espacios en blanco en la vida cotidiana. El propio rey debe atravesar todo el día por complicadas ceremonias en las cuales están presentes los nobles, su familia, los ministros, el clero; toda una retahíla de personas que acompaña al poder. En ese complicado universo hay poco tiempo para lo sencillo, lo realmente genuino, lo que sale de las pasiones humanas. La falsedad del oropel contrasta con la manera diáfana en la cual Madame du Barry decide comportarse en palacio. No solo no usa pelucas, sino que se suelta el pelo, toma vestimentas de varón y establece cánones más liberales para las mujeres. Su confrontación con una joven María Antonieta es un guiño a una Historia mayor, la de la Francia que antecede a la Revolución, en la cual ya se fraguaban los cambios más impresionantes, los más profundos y tremendos para todos. Du Barry es así un símbolo de la libertad humana encarcelada en una jaula de oro, que al final termina por dañarla y destruirla. Nada de lo que se diga podrá opacar la grandeza de este drama de sutilezas en el cual hay cualquier cosa menos un tratamiento mediocre de la figura de la Historia. Maïweeen ha creado una obra maestra en la cual los diálogos poseen la potencia necesaria y son el contrapunto sobrio al ambiente de excesos y barroquismo.
Sobre el abordaje de la Historia hay que decir, no obstante, que faltaron algunos matices importantes que dibujaran la figura del rey y de la propia nobleza. Aunque es un acierto que el lujo, el derroche de riquezas y la frivolidad son elementos que nos exponen la miseria de una clase social parasitaria; hubiera sido necesario que con algunas pinceladas más se nos expusiera la propia historicidad de la monarquía como forma de gobierno en crisis. El personaje del Delfín (el futuro Luis XVI guillotinado en la Revolución) carece de matices y es retratado como un muchacho sin peso dentro de la trama, cuando se sabe de la importancia de esta figura. María Antonieta, que sí gana en relevancia dentro de las intrigas palaciegas, no solo equivalía a un tratado de paz con Austria, sino que era la garantía de un sistema de gobierno con huellas de caducidad. El conflicto que una heredera al trono extranjera generaba en la corte tampoco aparece. Y es un aspecto que en la Historia tuvo su correlato trascendente. Pero no hay que pedirle a Maïweeen una clase de ciencias políticas, ya que como obra de arte su propuesta es totalmente funcional y posee una belleza poética como pocas.
El filme no transita por el sobresalto de una película bélica, ni de una donde haya importantes sucesos de violencia. Al contrario, se trata de una pieza en la cual, a partir de un ritmo grácil, incluso juguetón, se nos va entregando el drama más bien construido que se haya hecho sobre este personaje. La du Barry es una mujer interesante, que tiene mucho que decirnos sobre una era de poder absoluto de la aristocracia y que hace de estos juicios una vigencia perenne. No solo se trata de representar la diferencia social y de clase, sino de la denuncia hacia el sistema de valores que les pone precio a los sentimientos y que de esta forma niega la esencia humana. Es una historia de enajenación de la naturaleza del amor y de búsqueda del amor mismo. Un naufragio de las pasiones en medio del oropel y de la pompa de la más ampulosa de las cortes, la de los reyes borbones de la Francia anterior a 1789. Pero el filme además realiza todo esto con el donaire de las grandes producciones y con la elegancia de quien sabe narrar e imprimirle poesía a la Historia para convertirla en la gran aventura del arte.
Hay que ir a ver Jeanne du Barry, no solo porque trata un tema universal de manera coherente y brillante, sino porque el cine es también en gran medida un hermoso divertimento que nos coloca en las encrucijadas de las bellas creaciones y nos devuelve un juicio totalmente lúcido sobre nosotros mismos. Se trata de ver en la cinta la huella de la Humanidad en su decurso más cotidiano y de no idealizar periodos del pasado, sino verlos en su realidad concreta. Quizás porque no hay escenarios perfectos, sino maneras sencillas y poderosas de abordar nuestra condición más frágil, quizás porque este acierto de la directora, que interpreta a la du Barry con pasión y precisión, está en fijar su mirada en lo particular para universalizarlo y llevarlo a su expresión más acabada en los predios de un arte como el cine.
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