La Revolución es el camino: Díaz-Canel en la clausura del Congreso de la UJC
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Discurso pronunciado por Miguel Mario Díaz-Canel Bermúdez, Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y Presidente de la República, en la clausura del XII Congreso de la Unión de Jóvenes Comunistas, en el Palacio de Convenciones, el 4 de abril de 2024, “Año 66 de la Revolución”.
Compañeros de la Generación Histórica;
Comandantes de la Revolución Ramiro y Guillermo;
Comandante del Ejército Rebelde Machado;
Compañeras y compañeros de la Presidencia;
Queridos jóvenes:
¡Cuánta razón tenía Fidel en creer en los jóvenes! Permítanme comenzar agradeciéndoles la profundidad y la alegría de este Congreso. Creo que la calidad de los debates y de los documentos que los motivaron hacen innecesario un largo discurso, pero al mismo tiempo nos inspiran a sumar algunas valoraciones muy específicas, con el profundo sentimiento de sentirnos parte de ustedes, algo que nos pasa a todos los que militamos y cumplimos tareas de dirección en la Unión de Jóvenes Comunistas en otras épocas.
Ustedes crean felicidad, como se lo han propuesto. Incluso en estos tiempos difíciles y desafiantes, cuando el segmento poblacional que menos crece en nuestra sociedad es el de los menores de 30 años; cuando la niñez y la juventud cubana viven y se desarrollan bajo las duras condiciones de un país cercado, perseguido, castigado, principalmente en la economía, pero también en sus sueños y esperanzas.
Contra la lógica imperial que pretende absorberlos, vaciarlos, rendirlos y hacerlos renegar de su suerte y de su historia, avanzan ustedes en la lógica revolucionaria: analizan, discuten, critican y reconocen, proponen y transforman la realidad más compleja, pero no dejan de cantar, bailar, reír. Ustedes, los que ganaron el derecho a estar en este XII Congreso, son la vanguardia de una juventud alegre y profunda que definió el Che en frase memorable.
Esa vanguardia, imperfecta aún, como la sociedad que construimos, pero también como ella, apasionada y batalladora, es la que tiene la responsabilidad de unir y motivar a las nuevas generaciones.
Y lo han hecho. Hoy podemos decir con sano y legítimo orgullo que los jóvenes cubanos encontraron su Moncada y lo asaltan todos los días (Aplausos).
Lo confirma el resumen del Informe Central al Congreso, que leyó Aylín. No voy a enumerar todas las tareas, apenas nombraré algunas hazañas de estos años recientes, llenos de desafíos, pero también de proezas, casi todas protagonizadas por los jóvenes, aunque las lideraran cubanas y cubanos de otras generaciones.
Ustedes lo han contado y ya es memoria de este Congreso: que son mayoría los jóvenes, como son mayoría las mujeres, en el universo de los investigadores y creadores de las vacunas cubanas y de los protocolos de tratamiento a la COVID-19.
Son muy jóvenes los estudiantes y otros voluntarios que eligieron la zona roja para apoyar el enfrentamiento a la pandemia; los que arriesgaron o perdieron la vida como rescatistas y bomberos en los terribles accidentes del Saratoga y la Base de Supertanqueros de Matanzas; los que se fueron a restañar las heridas de los ciclones en las zonas más apartadas; los que enfrentaron con coraje en las calles la violencia inducida por los adversarios de la Revolución.
Son cientos de miles de jóvenes los que cotidianamente participan en la defensa de la patria; protagonizan procesos productivos en fábricas, industrias y actividades de servicio; los que aportan con su trabajo a la producción de alimentos, a las exportaciones de tabaco, miel y café, entre otras; los desmovilizados del Servicio Militar Activo que se incorporan a labrar la tierra; los que construyen; los que enaltecen la labor pedagógica en las aulas; los que atienden a la población en las instituciones de Salud; los juristas jóvenes que asumen responsabilidades en las fiscalías y tribunales a los diferentes niveles; los que participan en el diseño de las estrategias económicas; los que encabezan la batalla de ideas en las redes sociales; los que libran batallas diplomáticas; los que se desempeñan como delegados en las circunscripciones del Poder Popular; los que con su talento artístico enriquecen la cultura de la nación; los que suman medallas al deporte nacional; los que como médicos del alma se entregan en los barrios al trabajo social; los que desarrollan importantes proyectos de transformación digital, desarrollo local y emprendimientos productivos. ¡Esa es la juventud cubana!
Aquí se ha discutido, sin eufemismos, la dolorosa realidad de una emigración mayormente joven que, entre las dificultades económicas, las carencias materiales y el espejismo de un “capitalismo bueno” –inexistente, como ya se sabe–, cree o siente que la elevada instrucción adquirida en el socialismo cubano no podrá realizarla con éxito personal en su patria.
No vamos a discutir la relatividad de esas aspiraciones ni a renegar de esos hijos de Cuba que eligieron otro destino para el resto de sus vidas, porque hoy es el tiempo para hablar de los que están aquí y ahora, los que sostienen el país, la Revolución y el sueño de lo que hacemos y haremos en el futuro, enfrentando, como todo el pueblo cubano, las necesidades económicas que nos impone, en primer lugar, el bloqueo genocida que un presidente norteamericano decretó hace 62 años y una decena de sucesores ha endurecido sin pausa, con el único propósito de echar abajo la Revolución que nos arrancó las cadenas de la infame neocolonia.
Contra todo el pueblo, pero especialmente contra la juventud que está en la edad de soñar y proyectar el futuro, se orienta el bloqueo de Estados Unidos, con sus terribles consecuencias para el país, incluyendo el estímulo a la emigración, que se ha llevado a tantos amigos y familiares y, con ellos, entrañables pedazos de la nación que somos.
El gran mérito de la juventud cubana que vive, estudia y trabaja aquí, en medio de los problemas del transporte, los apagones, la inflación y otros males asociados a problemas propios de nuestras insuficiencias, es que saltan por encima de todo eso y salen todos los días a pelear por hacer de Cuba un país mejor.
¡Y lo harán! Sabemos que será mejor porque ustedes no permitirán que sea de otra manera, y porque, desde los tiempos de Céspedes hasta nuestros días, los jóvenes cubanos han sabido probarse como los mejores revolucionarios. No solo porque defiendan al Estado cubano o defiendan el legado de Martí, de Fidel, Raúl y de todos los que han derramado su sangre por Cuba, son también revolucionarios porque son buenos ciudadanos, buenas personas, buenos amigos, buenos hijos.
Son revolucionarios porque reconocen las dificultades diarias y se enfrentan a ellas y tratan de cambiarlas, y lo logran muchas veces trabajando, combatiendo y participando.
Son revolucionarios porque se afanan en cumplir con el deber.
Son revolucionarios porque a pesar de todo siguen bailando, sonriendo y amando, porque se aceptan entre sí como son, sin discriminación y sin los viejos prejuicios ya vencidos por la Revolución; porque defendieron el Código de las Familias como algo propio y se comprometen con todas las causas justas, las luchas de los pueblos por su soberanía, como también son las luchas feministas, antirracistas o antihomofóbicas, así como el enfrentamiento a la corrupción y a las adicciones.
Son revolucionarios porque disfrutan al máximo los juegos y las victorias de los equipos cubanos de béisbol y de otros deportes sin negarse el placer de seguir con pasión de fanáticos el fútbol internacional. Siguen disfrutando la música cubana en medio de la ola de consumo de los productos que impone la globalización cultural.
Son revolucionarios porque les dan la bienvenida con los brazos abiertos a los que respetan y quieren a Cuba, pero cierran el puño y empuñan el fusil frente al que intente hacernos daño.
Son revolucionarios porque son buenos seres humanos y quieren el bien para los suyos, para Cuba, para la patria y para la Revolución socialista. ¡Quieren lo que es mejor para todos en Cuba! (Aplausos.)
Y son revolucionarios, en el más amplio sentido de la palabra, porque no les resulta ancho ni ajeno el mundo actual, plagado de incertidumbre y urgido de cambios a favor de la paz, la cooperación y la solidaridad; porque comparten el ideal martiano de que patria es humanidad.
Son revolucionarios, en suma, porque saben que el capitalismo no tiene respuesta para los acuciantes problemas de la humanidad y son capaces de entender y enfrentar con inteligencia y conocimientos la batalla cultural que nos impone esta época.
No ignoran ni subestiman los programas de colonización imperial que, con sus poderosos mecanismos de producción y reproducción simbólica, rinden culto a la mentira, a la banalidad y a la vulgaridad, ocultando nuestras verdades, secuestrando conciencias, imponiendo gustos, negando identidades, aniquilando, poco a poco, la rica diversidad de los pueblos y anulando liderazgos auténticos mediante el asesinato de reputaciones.
Cuando desde esas plataformas se desbordan discursos de odio, discriminación y exclusión; cuando el neomacartismo renace con fuerza en algunos países y las manifestaciones neofascistas aglutinan a crecientes segmentos sociales; cuando la guerra vuelve a ser el pretexto de las élites imperialistas para favorecer al Complejo Militar Industrial, es preciso estar alertas y movilizarse.
Ese momento es ahora, cuando el pueblo palestino, víctima de una guerra de exterminio que dura 75 años, nos convoca, con su heroica resistencia, a detener la barbarie que ejecuta sobre la Franja de Gaza el Gobierno de Israel con la complicidad de otros Estados poderosos. Saludo y comparto por ello la declaración de este Congreso contra la criminal escalada sionista, cínicamente respaldada por el Gobierno norteamericano cada vez que veta la voluntad mayoritaria de los pueblos de poner fin al genocidio.
Para Cuba es ineludible reiterar, en cuanta tribuna sea posible, la más enérgica condena al exterminio que se perpetra contra el pueblo palestino.
Como hemos dicho antes, permanecer en silencio ante la masacre de más de 30 000 civiles en la Franja de Gaza en los últimos seis meses, en su mayoría mujeres y niños, no solo es inaceptable, ¡es incompatible con la dignidad humana!
Queridos jóvenes cubanos:
Raúl, uno de los más jóvenes miembros de la Generación del Centenario, ha recordado muchas veces que los jóvenes se parecen más a su tiempo que a sus padres. La Revolución tiene el enorme desafío de sostener y defender la obra que los padres nos ganaron de pie, al modo y en el estilo de cada generación empeñada en continuarla.
Y ¿por qué la Revolución?, se preguntan algunos que siguen viendo el proceso revolucionario como una meta ya vencida. La Revolución es una inmensa obra y a la vez es el camino, es el medio, es la vía para sostener el ideal de una Cuba con todos y para el bien de todos y para consolidar la alternativa socialista, que no apuesta al dinero por encima de los seres humanos, ni condena a las personas a vivir bajo el mandato del mercado. Incluso en las peores circunstancias, bajo cercos y amenazas, apuesta por el pleno desarrollo de las enormes potencialidades del ser humano y por el camino que conduce al mayor grado de justicia social posible.
Los últimos años y meses han sido una poderosa escuela en ese camino. Cuba ha tenido que enfrentar los colosales desafíos del mundo pandémico y pospandémico con un bloqueo recrudecido de 62 años, 243 medidas adicionales y su inclusión en una lista de países patrocinadores del terrorismo, como freno y muro a todos los esfuerzos.
Por cierto, mientras se preparaba esta reunión, los congresistas que cobran los abultados salarios de Washington por legislar contra Cuba aprobaban nuevas medidas para dañar los posibles ingresos por exportación de servicios del país. Y pocos días antes se sancionaba a otro banco europeo por facilitar créditos a Cuba.
Guerra económica le llamamos y no creo que se necesiten muchas pruebas para calificar así al conjunto de acciones con que pretenden asfixiar al pueblo para generar un estallido social de manera perversa y cada vez menos encubierta. Pero si hiciera falta un criterio académico para sostener nuestra denuncia, me remitiría a un talentoso joven investigador cubano, Elier Ramírez Cañedo, reconocido ya por sus estudios sobre el conflicto Estados Unidos-Cuba.
En un enjundioso artículo publicado en 2017, sobre la guerra cultural contra Cuba, que avanza en paralelo con la agresión económica, Elier revelaba: “Recientemente se dio a conocer un documento de extraordinaria importancia para comprender las estrategias actuales del Gobierno de los Estados Unidos en el campo de la guerra cultural. Se trata del Libro Blanco del comando de operaciones especiales del Ejército de Estados Unidos de marzo de 2015 bajo el título: Apoyo de las Fuerzas de Operaciones Especiales a la guerra política.
“Lo que plantea en esencia este Libro Blanco es que los Estados Unidos deben retomar la idea de George F. Kennan –antiguo experto estadounidense en el tema soviético y arquitecto de la política de ‘contención frente al comunismo’ en el Departamento de Estado–, acerca de la necesidad de superar la limitante del concepto que establece una diferencia básica entre guerra y paz, en un escenario internacional donde existe un ‘perpetuo ritmo de lucha dentro y fuera de la guerra’. Es decir que la guerra es permanente, aunque adopta múltiples facetas y no puede limitarse al uso de los tradicionales recursos militares. De hecho, el documento expresa que existen modos de hacer la guerra mucho más efectivos. Que se puede hacer la guerra sin haberla declarado, e incluso hacer la guerra al tiempo que se declara la paz.
“‘La guerra política es una estrategia apropiada para lograr los objetivos nacionales estadounidenses mediante la reducción de la visibilidad en el ambiente geopolítico internacional y sin comprometer una gran cantidad de fuerzas militares’, destaca esto el documento desde sus primeras páginas. ‘El objetivo final de la guerra política –continúa más adelante– es ganar la guerra de ideas, que no está asociada con las hostilidades’. La guerra política requiere de la cooperación de los servicios armados, diplomacia agresiva, guerra económica y las agencias subversivas en el terreno, en la promoción de tales políticas, medidas o acciones necesarias para irrumpir o fabricar moral”.
Guerra económica, guerra cultural, guerra política. No creo que exista mejor forma de sintetizar y definir el complejo y criminal entramado de acciones hostiles contra un pequeño país que solo aspira a superar los lastres del subdesarrollo, manteniendo su independencia, su soberanía y relaciones de respeto mutuo con su poderoso vecino.
Jóvenes como Elier y como tantos que encontramos continuamente en visitas a provincias e instituciones académicas tienen en sus manos las más formidables armas de esta batalla por la verdad de Cuba y creo que son quienes mejor pueden explicar a sus contemporáneos, por qué la Revolución, por qué el socialismo, y también por qué el bloqueo.
Fundamentalmente, los cuadros de la Unión de Jóvenes Comunistas que hoy tomaron posesión de sus cargos aquí y antes en provincias y municipios, y los representantes de las organizaciones juveniles y estudiantiles están convocados al estudio y a la multiplicación de saberes sobre estos temas cruciales para la defensa de la nación cubana desde la perspectiva de la juventud.
Junto al Servicio Militar Activo, que ha vuelto a crecer con el Servicio Militar Voluntario Femenino, la preparación cultural y política es clave. Los procesos revolucionarios que olvidaron la importancia de la formación integral de sus jóvenes, la solidez del conocimiento y el debate permanente sobre la actualidad del país y el mundo, no sobrevivieron al olvido.
Nadie podrá contar la realidad de su país ni ilustrar la trascendencia de las hazañas inscritas en su historia como los jóvenes que llegan a ellas por el estudio, la investigación y las memorias de personas de otras épocas. Y las cuentan con los lenguajes, la estética, los medios y los modos que mejor conocen porque son los de su época, cada vez más dinámica en su desarrollo.
Alguien me preguntó, en vísperas del Congreso, cómo creo que debe ser la Unión de Jóvenes Comunistas en la actualidad. La respuesta está en todo lo que se ha discutido y consensuado en este Congreso, en el magnífico Informe que describe sin paternalismos ni formalidades la complejidad de la sociedad, de la época y de la propia juventud, y está, sobre todo, en las energías juveniles que desatan las vanguardias al hacer su propia Revolución todos los días.
¡Ser vanguardia es ser los primeros en todo: los primeros en hacer y los primeros en exigir que se haga!
Una organización juvenil de vanguardia, en Cuba, tiene que llevar consigo los símbolos y la historia que los trajo hasta aquí; pero también tiene el deber ineludible de sumar nuevos capítulos a esa historia y nuevos símbolos a la comunicación con sus bases.
Los que salvaron a la patria con sus vacunas, los que entraron en zona roja durante la COVID-19, los héroes del rescate en el Saratoga o el incendio de Matanzas, los jóvenes profesionales de la Salud que fueron a otros países a salvar vidas durante la pandemia, se ganaron un lugar en la historia del país en estos años de resistencia creativa, que nos ha permitido sobrevivir bajo la versión más brutal del bloqueo. ¡Ellos son también nuestros héroes y nuestros nuevos símbolos! (Aplausos.)
En dos años se cumplirán cien del natalicio de Fidel, el más preclaro y victorioso discípulo de Martí y de los grandes próceres cubanos, latinoamericanos y universales.
Cuba y el mundo se preguntarán qué hicieron las nuevas generaciones con el extraordinario legado de heroicidad y entrega de aquellos que asaltaron el Moncada con más sueños de justicia que fusiles. Representar a la vanguardia de la juventud cubana en la respuesta a esa pregunta es un gran reto y entraña una elevada responsabilidad.
Pero no veo tarea más inspiradora y desafiante que proponerse ser dignos herederos del pensamiento y la acción de Fidel, eternamente joven y eternamente rebelde, líder por siempre de la generación que cambió la historia de Cuba y que aún nos acompaña con su poderoso mensaje de unidad.
Con particular emoción el General de Ejército recordaba el primero de enero de este año que de Fidel aprendió: “la importancia decisiva de la unidad; a no perder la serenidad y la confianza en el triunfo por insalvables que parezcan los obstáculos poderosos de los enemigos o grandes los peligros; a aprender y sacar fuerzas de cada revés hasta transformarlo en victoria”.
No olviden nunca esas lecciones. En ellas se encierra la victoriosa historia de 65 años de Revolución socialista a 90 millas del imperio.
¡Felicidades al nuevo Buró de la Unión de Jóvenes Comunistas electo!
¡Los desafíos siguen siendo enormes, pero la Revolución cree en los jóvenes!
¡Hasta la Victoria Siempre!
¡Socialismo o Muerte!
¡Patria o Muerte!
¡Venceremos! (Exclamaciones de: “¡Venceremos!”)
(Ovación.)
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