ENTREVISTA: Evaristo Aparicio, el Pícaro de la rumba
especiales

Lo conocí en Atarés, en casa de mi inolvidable amigo Chavalonga. Allí mismo nos citamos para conversar al otro día. «Es mi primera entrevista», dijo con sencillez. Llegó puntual a la cita. Con parsimonia sacó de un estuche de cartón amarillento, fotos de actuaciones y comenzó a hablar como movido por una fuerza interior. «Mira, eso fue en Pueblo Nuevo; me provocaron y salí a bailar una columbia. ¡Qué juventud!», expresó con el sabor de la añoranza.
-Vivíamos los grandes rumbones que se formaban con un poco de ron, unos cajones de bacalao y las ganas de tirar buenos pasillos. Mis amigos de entonces eran Silvestre y Eulogio Méndez, Manguín, Roberto Maza... Por un momento quedó con la vista fija y los labios sellados; luego, los recuerdos solo dejaron escapar una reflexión: «Los barrios eran distintos...»
Frente a mí, Evaristo Aparicio El Pícaro, rumbero de pura cepa, autor de un número realmente clásico: Xiomara, interpretado por Irakere y creador del ritmo papacuncún, de gran aceptación en el panorama musical cubano.
- La rumba le dio sentido a la vida de los pobres, de los marginados, de los que nada tenían: con poco podíamos divertirnos, olvidar penas, nuestra sonrisa triste, porque los ricos hasta los sueños nos secuestraban; la rumba fue una manera de decir: «Estamos aquí». En cada barriada florecían los rumberos, gente que hacía música sin siquiera conocer el pentagrama.
- La rumba es de cuando la colonia, y es tan cierto como ese sol que nos alumbra; incluso ese guaguancó tan conocido Tú ve, yo no lloro, tú ve... se cantaba en época de los mambises. Los africanos trajeron esa música que luego evolucionó. Nuestros antepasados pusieron el fundamento. Siempre fueron muy discriminados, y sus instrumentos también, porque los gobiernos no querían ni eso para los negros. Es que los tambores tienen un lenguaje muy particular, tanto, que en las guerras se mandaban mensajes con ellos, y en su interior se guardaban armas. Lo que sí sé es que hasta los más sagrados se prohibieron, y hubo un tiempo que las casas santorales fueron asaltadas, pero al final todo volvió a su lugar.
De la rumba a la milonga
-Pasé mi infancia en Jesús María. El contacto con los rumberos más destacados dejó mucha música en mí, y todo eso brotó en ritmos; a los diez años compuse mi primer guaguancó: Cuando yo llego a la rumba/ los rumberos me coronan y me elogian/ como si yo fuera un rey. Cuando me pongo a cantar, / canto con el corazón, / tengo bonitas trovadas/ y una dulce inspiración.
-Mi niñez fue muy pobre; además, la familia numerosa. Un día en un solar, otro en otro, y siempre con el susto del desahucio. Recuerdo que antes los circos instalaban sus carpas viejas en las barriadas, eso para mí era como una fiesta; me pasaba el día deambulando, tratando de conocer a los que allí actuaban: desde el payaso a la mujer sin cabeza. Sentía admiración por el domador de leones, y el corazón se me subía a la garganta cuando veía a los trapecistas jugando a la muerte como si tal cosa. Me atraía y siempre buscaba unos kilos para ir a las funciones. Cuando no aparecía el dinero, me colaba como lo hacía Canillitas, burlando la vigilancia del portero; el caso era estar adentro, viendo aquello, que se me antojaba la maravilla del mundo. Así un día, no sé cómo me vi trabajando en uno de esos circos convertido en artista; fui cantador de milongas, de tangos plañideros. El éxito de mi repertorio fue Juan Simón. Luego bailé casi todos los ritmos; tuve varias parejas; me presentaba en teatros, en los cines, y en pequeños clubes de Marianao.
-De aquella etapa no olvido a Chori, la figura principal de aquellos bares de noctámbulos. Chori era pailero y se anunciaba garabateando su nombre dondequiera; lo mismo en una guagua, que en cualquier pared. No había espectáculo como el del viejo que tenía la noche y el día metido en los ojos, y con una creatividad increíble. Nadie como él para llenar de sonidos la playa con sus botellas verdes y amarillas, sus pailas y esa sonrisa que adornaba su cara, y ese grito que salía de los pulmones y sorprendía a la gente.
El Pícaro también trabajó como percusionista en varios cabarets y en teatros.
-Marianao me dio experiencia para el arte; también las academias de baile, aunque no eran ambientes de progreso. Por varios años continué en las playas; ganaba poco, pero no había otra forma de ir «tirando».
¿Y el Papacuncún?, indago para hacerlo huir de esa mala borrasca que aún lo acecha.
-Vivía en mi cabeza un ritmo que me sonaba sabroso, y un día con unos amigos me puse a tararearlo; les gustó y me dijeron: «Tienes que componer un número y registrarlo». Todo comienza cuando la tumbadora hace una pregunta a la batería, que responde con un sonido que suena papacuncún; otras dos tumbadoras adornan el diálogo; luego, nació el grupo musical de ese nombre.
El repertorio de Los Papacuncún está muy dentro de la raíz folclórica, con diferentes golpes africanos. La pieza más popular se titula La ventana; es aquella que dice A Cachita le da la gana, de cuyo estribillo, se adueñaron las congas de los carnavales.
Por Puchilán, otro rumbero famoso que integró la agrupación, pude conocer la nómina de Los Papacuncún. La formaban Fredy González, Enrique Barrios, Jeny René Pérez, Bobby Carcassés, Miguel Álvarez, Modesto Fusté, David Pluma, Orlando Peña y Evaristo Aparicio, como director.
Populares grabaciones
Las composiciones de El Pícaro han sido llevadas al disco por valiosos cantantes y agrupaciones de Cuba y el extranjero: Cañonazos o Sonaron Los Cañonazos fue grabada por la Sonora Matancera, Pete Rodríguez con Johnny Pacheco, Dimensión Latina con Oscar D’León, Laíto y su Sonora; Sarará: Los Papines y Sonora Matancera; Al mirarte a ti: Ismael Miranda y Celio González con la Sonora Matancera; El Kirikiki, Conjunto Estrellas de Chocolate, Chamaco Ramírez y Ray Pérez; Xiomara, Irakere y Los Muñequitos de Matanzas; La china linda, grupo de Alberto Zayas y Los Papines; La bola de humo, Los Van Van; Si a una mamita, Los Van Van y Batacumbele; Amor de nylon, Conjunto Caney; La envolvente, Francisca, La ventana, Los Papacuncun.
Me despedí del cantante, compositor y percusionista, mientras recordaba esta cuarteta: Oigo, Aparicio, tu canto/como clave que suspira/en cada ensueño la lira/vivo tambor resonando.
Nacido el 28 de enero de 1925, falleció a los sesenta años, en su querida Habana.
Al músico, su amigo el compositor Raúl de la Caridad Lali, le dedicó el ingenioso número Popurrí Picaresco.
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