Chávez renace, mientras luchan y renacen nuestros pueblos
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Decía que nació por azar, en una noche muy lluviosa, “noche de fiero chubasco/ por la enlutada llanura”. Era una noche de invierno, según contaba su madre y de la medianoche hacia el día - como dicen por aquellos llanos - vería la luz en Sabaneta, en la casa de su abuela Rosa Inés, cuando ya los dolores de su progenitora de apenas 20 años, eran inaguantables. No había entonces luz eléctrica permanente, sí mucha agua, mucha lluvia. “No había luna, no había gallo; era una noche oscura”.
Ese 28 de julio de 1954, quince meses después de uno de sus hermanos, bajo el signo Leo en el horóscopo occidental - como Simón Bolívar y Fidel Castro - y bajo el signo del caballo según la tradición china, el mundo abriría los brazos al ser inmenso que fue Hugo Chávez, con una “mezcla divina para los que creen en la astrología”, según afirmaría lo describiría el escritor español Ignacio Ramonet en su libro “Mi primera Vida”.
El, sin embargo, decía que no creía en predestinaciones, ni que el curso de la vida estuviese trazado al nacer por un signo, ni por astros. Pero a la vez reconocía que en aquellos llanos en que vino al mundo, había una fuerte vibra, una presencia de la naturaleza, casi salvaje, pero variada y autentica, resistente a los hombres que han pretendido dominarla y por eso en él, y en cada llanero de aquellas tierras, en su personalidad y en su cultura, estaba impregnado el desafío por lo grande, por metas y objetivos, por infinitas guerras, por magia, por leyendas.
“Ser llanero es también una cultura: la música, el arpa, la poesía, la copla… Una forma de aproximarse a la existencia, al trabajo, a la naturaleza, al amor, a la grandeza del viaje…Este es un país de Quijotes”, decía.
Para él, la llanura era bella y terrible a la vez, y en ella cabían hermosa vida y muerte atroz. Ser llanero, además, era ser poeta, aunque algunos lo desarrollaban, otros lo llevaban en el alma, lo manifiestan en forma de canciones o en estilo de vida.
Resumía así las circunstancias de su nacimiento: “es como una semilla. Lanzas una semilla en un pedregal o en un arenal, y las probabilidades de que retoñe son escasas. En cambio, pareciera que nací en terreno abonado para que retoñara algo. No un hombre nada mas, sino un tiempo histórico y para que participara en él”.
Eso ha sido Chávez desde entonces: más un tiempo histórico, un manto que va de lo terrenal a lo divino de forma constante y nos hace volver a él una y otra vez, pues renace y nos demuestra cuanta falta nos hace cada día. Es menester entonces beber de su savia imperecedera, andar con él llanos y montañas, ciudades y barrios pobres, oírlo hablar en las más disimiles tribunas o abrazado a un joven de pueblo que encuentra en su camino.
Chávez ha estado y esta, como nunca antes, en el espíritu llanero de su pueblo venezolano, en la hidalguía de los que no se rinden y luchan en cualquier rincón de Nuestras América y en la poesía que emerge de de decimas, canciones, festejos religiosos tradicionales y hasta en grandes discursos políticos en los que se desafíe la ignominia y se defienda lo mejor del ser humano.
Eso es él, desde la propia madrugada lluviosa, oscura y rebelde en que nació: es espíritu de lucha, es dignidad, es historia, es esencia de la Nación que ayudo a recuperar y transformar y que hoy se erige combatiente y revolucionaria a pesar de los peligros y amenazas más inimaginables. Está en su pueblo y en esa sabiduría sencilla y guerrera que les hace no rendirse ante ninguna adversidad.
Sí, nació en tierra abonada y en su corta pero eterna existencia, hizo del pedregal, del lodazal de la Venezuela nuestra, de la patria nuestramericana, un lugar mejor para vivir, regando su semilla entre todos, por todos, para renacer – no cada 200 años – sino todos los días, mientras luchan y renacen los pueblos.
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