Broselianda, doña Leonor
especiales
Tal vez sus admiradores no lo consideren uno de los papeles más sobresalientes de su carrera. Tampoco figura entre las actuaciones femeninas más recordadas del cine cubano. Pero el retrato que Broselianda Hernández nos dejó de doña Leonor Pérez, madre de José Martí, en la película de Fernando Pérez, José Martí: el ojo del canario, queda como una de las más sublimes representaciones del amor materno que nos ha entregado nuestra cinematografía.
Por alguna razón he querido volver a ver esta película tras el deceso de la actriz, más allá de los valores del filme. Era la necesidad de reencontrarme con su personaje y constatar de nuevo la línea rectora que guía su caracterización, que comienza a ganar relieve sobre todo en la segunda mitad de la película. Era la curiosidad de comprobar una vez más si, como recordaba, su ejercicio actoral era capaz de desembarazarse del peso de un personaje histórico, para devolvérnoslo, sin ampulosidades ni encartonamientos, con la sencillez y naturalidad de un contemporáneo nuestro.
Entre el “cerrero” don Mariano y el no menos indócil Pepe, entre el padre peninsular y el hijo insular, la doña Leonor de Broselianda es el puente aglutinador y estabilizador de la familia, pero es también el símbolo del desgarramiento de una época que “está pariendo un corazón” en un momento crucial de la historia de un país, un pueblo y una identidad nacional. Diríase que es una suerte de Lucía hecha madre.
Porque madre es por encima de ideas y circunstancias políticas, e incluso de orgullos y obediencias, y si bien madre de otras siete hembras, es en especial la de ese hijo varón, José Julián, con el que sostuvo una intensa relación no obstante los pocos años que compartieron juntos, ese hijo que lamenta haber nacido de ella “con una vida que ama el sacrificio” y que le confiesa tenerla siempre presente “en mi creciente y necesaria agonía”.
Madre, en fin, en cuya personificación obviamente concurrieron un proceso de investigación biográfica, un trabajo de mesa previo a la filmación, las indicaciones del director y el talento histriónico de la actriz; pero que al margen de todos esos requerimientos y recursos profesionales se nos antoja medularmente inspirada en los conocidos versos martianos que Broselianda Hernández supo incorporar a su rostro y a su andar, a sus lágrimas y súplicas, y a ese reiterado ruego de “¡Hazlo por mí!”, que como toda madre doña Leonor implora a un hijo que el destino inexorablemente le roba:
Mírame, madre, y por tu amor no llores
Si esclavo de mi edad y mis doctrinas
Tu mártir corazón llené de espinas
Piensa que nacen entre espinas flores.
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