«¡Asesinos!»: Río se alza tras la redada más letal de su historia
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Miles marchan en Río tras la redada que dejó 119 muertos. Denuncian abuso policial, exigen la renuncia de Cláudio Castro y claman justicia. Foto: Reuters
Río de Janeiro vive días de furia. Miles de personas salieron a las calles para denunciar la masacre policial que dejó más de 130 muertos en las favelas de Penha y Alemão, y exigir la renuncia del gobernador Cláudio Castro, aliado del expresidente Jair Bolsonaro. Las protestas, encabezadas por familiares de las víctimas y movimientos sociales, se extendieron frente al Palacio Guanabara entre gritos de “¡asesinos!” y banderas brasileñas manchadas de rojo.
Una ciudad en shock: la indignación toma las calles
La escena frente a la sede del gobierno estatal parecía un clamor colectivo. Cientos de mujeres sostuvieron fotos de sus hijos muertos, mientras grupos de jóvenes marchaban con carteles que decían “No fue enfrentamiento, fue ejecución”. La Defensoría Pública y la Comisión de Derechos Humanos acompañaron las manifestaciones, denunciando el uso desproporcionado de la fuerza.
“Esto fue una masacre. No hay otra palabra”, afirmó Rute Sales, activista comunitaria de 56 años. “Nos tratan como enemigos, como si viviéramos en una zona de guerra”.
Presión sobre el gobernador conservador
El gobernador Cláudio Castro, del Partido Liberal, enfrenta su momento político más tenso desde que asumió el cargo. Las críticas no solo provienen de las calles: también llegaron desde Brasilia, donde el ministro de Justicia, Ricardo Lewandowski, calificó la operación como “extremadamente violenta e incompatible con un Estado democrático de derecho”.
Castro, sin embargo, defendió el operativo, insistiendo en que Río está “en guerra contra el narcoterrorismo”, un discurso que replica el estilo retórico de la ultraderecha bolsonarista. Su declaración fue vista por los manifestantes como una provocación y un intento de justificar el exceso policial.
Condena internacional y voces de alerta
El impacto de la redada traspasó fronteras. La Oficina de Derechos Humanos de la ONU expresó “profunda preocupación” por la magnitud de la violencia y pidió una investigación independiente. Su portavoz, Marta Hurtado, subrayó que Brasil debe “romper el ciclo de brutalidad policial y cumplir los estándares internacionales de uso de la fuerza”.
Desde Colombia, el presidente Gustavo Petro comparó la redada con la Operación Orión de Medellín en 2002 y denunció que “la barbarie es el común denominador de las extremas derechas”. En redes, su mensaje fue replicado por líderes sociales brasileños y organizaciones de derechos humanos.
Una historia repetida en las favelas
Las redadas letales son un patrón histórico en Río de Janeiro. En 2021, una operación similar en Jacarezinho dejó 28 muertos, y en 2005 otras 29 personas fueron asesinadas en la Baixada Fluminense. Pese a la contundencia de las cifras, los resultados en materia de seguridad son mínimos. “Matar a más de 100 personas no debilita al crimen organizado; solo multiplica el odio y el miedo”, advirtió el investigador Roberto Uchôa, del Foro Brasileño de Seguridad Pública.
Entre el dolor y la resistencia
Las protestas se mantuvieron por tercer día consecutivo. Los vecinos improvisaron altares con velas y cruces frente a las plazas donde fueron depositados los cuerpos. Las escuelas continúan cerradas y los comercios trabajan a medias. “Queremos justicia, no venganza”, gritó una mujer desde un altavoz, mientras los manifestantes coreaban el nombre de cada víctima.
“La muerte se volvió rutina en nuestras favelas”, lamentó Elisangela Silva Santos, residente de Penha. “Pero esta vez no vamos a callar”.
Una herida abierta en Brasil
El presidente Luiz Inácio Lula da Silva ordenó al Ministerio de Justicia y a la Policía Federal reunirse con el gobierno de Río para revisar los protocolos de intervención. “Brasil no puede aceptar que la violencia se combata con más violencia”, escribió Lula en X.
En tanto, la fiscalía brasileña exigió preservar los cuerpos y documentar las autopsias para garantizar transparencia en las investigaciones. Mientras tanto, el país entero observa a Río de Janeiro debatirse entre el miedo, la rabia y la esperanza de que esta vez el grito de “¡asesinos!” no se pierda en el eco.












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