ARCHIVOS PARLANCHINES: Andarín Carbajal salva a nuestro primer aviador
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André Bellot
En febrero de 1910 los capitalinos se ruborizaron al observar, por primera vez, un avión auténtico en los portales del Palacio de Lombillo, en la Plaza de la Catedral de La Habana. Este hecho, inaudito para la época, hizo las delicias de las personas amantes de los sucesos noveleros y estimuló una chismografía interminable.
El ejemplar, un Blériot XI de última hora, fue adquirido en Francia por Ricardo Dolz Arango (futuro presidente senatorial en Cuba), Manuel María Coronado Alvarado, excoronel del Ejército Libertador y magnate del periódico La Discusión, y Mario Díaz Irizar, quienes, de inmediato contrataron como piloto a Enmanuel Hellen, un galo con residencia en La Habana, donde representa a una firma de automóviles.
Aunque, la máquina, lamentablemente, no despega jamás, porque se hizo difícil alinearla por la falta de frenos y se quedó en exhibición como un trofeo que estimula los egos de los aventureros dispuestos a volar “como sea”.
Mejor fortuna corrió el también francés André Bellot, quien el 7 de mayo de este mismo año levantó vuelo en un Voisin como parte de un viaje de prueba que se realizó en los terrenos del hipódromo del reparto Almendares, actual municipio Playa, demolido en 1913.
La nave, modelo 1907, era un biplano monoplaza con un motor trasero marca Buchet, de 20 HP de potencia, tenía el timón-elevador delante y el de dirección detrás.
Reseñas del suceso indican que unas 60 personas, entre las que se encontraban periodistas, políticos, banqueros y veteranos de la Guerra de Independencia, presenciaron el vuelo de aquel artefacto.
Al principio, la aeronave, de cañabrava, con algunos elementos de hierro para soportar el motor, y forrada con un lienzo fuerte, se zarandeó y cortó el aire como una saeta durante unos dos minutos, pero, cuando se elevó hasta una altura de unos escasos 30 metros (los soñadores aseguraron que sobrepasó la altura de dos palmas), fue sorprendida por una racha de viento muy fuerte y tuvo que hacer un aterrizaje forzoso en las inmediaciones de Monte Barreto ante un público temeroso y, a la vez, efusivo.
El Voisin se hizo trizas y su dueño salvó de milagro la vida con varios golpes y rasguños para el recuerdo. El periodista Víctor Muñoz cuenta que el pobre hombre fue rescatado por un grupo de espectadores con el legendario Andarín Carvajal a la cabeza.
Según el cronista José Antonio Quintana García, el día 22 del mismo mes, Bellot, todavía convaleciente de los golpes recibidos y cansado por el esfuerzo de recomponer el maltrecho aeroplano, intentó volar nuevamente en el mismo escenario en presencia de numerosas personalidades habaneras.
En una reseña del Diario de la Marina se lee:
“La concurrencia miraba con ansiedad, pero el francés bajó del biplano Voisin y se retiró. El gentío protestaba. Muchos pasaron por taquilla para que les devolvieran el dinero. Y el aviador, molesto, retomó el mando de la nave. Recorrió la pista, amagó con volar, pero no lo hizo”.
Unos días después André Bellot recibió otro disgusto. Como era su costumbre, en julio de 1910 salió de la posada La Francia, ubicada en calle Teniente Rey, donde se hospedaba, y al llegar al hipódromo del Almendares casi le da un infartó: le habían robado su aeroplano.
De inmediato, hizo la denuncia en la Policía Secreta y la nave apareció, perfectamente empaquetada, en los muelles del puerto habanero. Al sujeto Glues Everet Blanck lo acusaron como autor del hecho, pero no sabemos si lo metieron en la cárcel o todo fue una colosal broma.
Antes del vuelo de francés, quien llegó a La Habana con el mecánico Belledín, ya se habían realizado vuelos en México —también con un avión Voisin— y Argentina, ambos en 1910, pero antes de mayo.
Los biógrafos de André Bellot han asegurado que el piloto, quien es herido y condecorado durante la Primera Guerra Mundial, regresó a nuestra patria en 1924 acompañando a Charles Nungesser, uno de los históricos de la aviación francesa, y al suizo Maurice Weiss.
Los tres hicieron exhibiciones aéreas en el campo de Columbia, en Marianao, con aviones galos del tipo Nieuport, que estremecieron a la ciudadanía.
El camino iniciado por André Bellot fue seguido unos pocos años después por Agustín Parla y Domingo Rosillo del Toro, dos navegantes de leyenda que, en viajes distintos, protagonizaron vuelos entre Cayo Hueso y La Habana repletos de peripecias y emociones fuertes.
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