¿Hay vida después del like?
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Ese “pase de lista” es una práctica muy frecuente. Lance la primera piedra quien no haya vestido la piel del ciberacosador, de investigador de un perfil que interesa por las más diversas e intrincadas razones. Si eres inocente, sigue tu vida: este post no es para ti. De lo contrario, bienvenido: puede que nada vuelva a ser como antes.
Hemos aprendido a segmentar el público en Facebook e Instagram y no precisamente a través de algo tan directo como el etiquetado. En el juego social, generalmente, misterio y expectativa son directamente proporcionales.
El contador público de “me gusta” ha sido parte esencial de los sitios de redes sociales, no simplemente debido a la concepción primaria de sus desarrolladores, sino también por el lugar esencial que le otorgan los usuarios en sus maneras de gestionar comunicación e imaginarios en red.
Por ejemplo, en Facebook el me gusta pasó a convivir con otras cuatro reacciones: me encanta, me divierte, me enoja y me entristece. Así se complejizarían las cargas semánticas, los propios códigos comunicativos de lo que significa reaccionar o no a algo. En dependencia de las prácticas de los usuarios y sus comunidades, interesa en mayor o menor grado el número de likes y quién reacciona.
Para los llamados influencers — o líderes de opinión en Internet — parecía ser, hasta ahora, más notable el cuánto: el me gusta y el usuario como número. Para otros, con alcances menos ambiciosos y llamativos, tiene más relevancia el impacto directo entre sus contactos, como mecanismo de interacción, expresión y aceptación, sin descartar el crecimiento de su red de contactos.
Al propio tiempo, se constata una tendencia llamativa, relacionada con la siempre debatible privacidad en Internet. Asistimos a un desplazamiento hacia escenarios con alcances más controlados o donde los usuarios cuentan con potencialidades de gestión digamos que más explícitas, a partir del perfeccionamiento de los servicios gratuitos de mensajería instantánea, como Whatsapp que — no olvidar — forma parte de Facebook.
Whatsapp lo tiene casi todo: rapidez, bajo consumo de datos, posibilidad de publicar estados, chats grupales, stickers… Pero no tiene me gusta y, hasta ahora, nadie parece necesitarlos porque basta revisar quién ha visto tus estados cuyas respuestas, además, se reciben directamente por privado. Esto es una primera pista. ¿Realmente estamos necesitando los likes?
Ya existe un mundo poslike
Al respecto, están experimentando. En Australia y Vietnam, Facebook no muestra las reacciones. Instagram ocultó el contador público de me gusta y las visualizaciones de video en siete países.
En el debate sobresalen dos razones fundamentales. En primer lugar, ni siquiera para los influencers es imprescindible el contador de reacciones, más allá de demostrar legitimidad a sus seguidores. Existen herramientas para analizar el impacto del contenido. Es decir, ganan peso las impresiones, las interacciones, la capacidad de generar tráfico hacia sitios webs, el número de compartidos. Por otro lado, se habla de que la desaparición del contador público de reacciones, pueda ayudar a disminuir la ansiedad de los usuarios.
De las múltiples interpretaciones que han generado estos anuncios, uno de los aspectos más destacables es que se comprueba el carácter dinámico y adaptable de los entornos digitales en red. Nuestros usos cambian y constituyen un elemento significativo en las propias transformaciones de los sitios de redes sociales, en las jerarquías de sus herramientas, de las relaciones con nuestros contactos.
Tal vez, a estas alturas, solo hay una cosa que podamos afirmar con seguridad: al botón del like no le gusta esto.
Y tú, ¿crees en la vida después el like.
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