La grandeza de «lo pequeño»

La grandeza de «lo pequeño»
Fecha de publicación: 
24 Septiembre 2019
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Fíjese que un par de comillas flanquean en el título a lo pequeño. Sucede que eso de grandezas y pequeñeces resulta relativo para todos los casos, y en el que ocupa estas líneas, creo que es particularmente notable.

Porque este texto es para hablar de lo que Whitman, el poeta, llamaba «el pueblo, la chusma, la multitud, la masa» y no en sentido peyorativo. Él decía ser todo eso y se enorgullecía de serlo.

También casualmente otro poeta, Bertolt Brecht, dejó en sus versos alusiones bien hermosas al pueblo:

¿Quién construyó Tebas,
la de las Siete Puertas?

En los libros figuran
sólo los nombres de reyes.
¿Acaso arrastraron ellos
bloques de piedra?

Vienen al caso estas evocaciones -que podrían ser muchas, muchísimas más- porque por estos días de complicaciones con la energía que vive Cuba, especialmente se ha evidenciado cuánto puede y vale el pueblo.

Desde que comenzara el mandato del presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez -dando continuidad a toda una práctica de gobierno que le antecedió- se puso de manifiesto la importancia de la ciudadanía en la construcción de esta sociedad.

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Lo mismo al enfrentar estragos causados por huracanes y tornados, que al votar del lado de la justeza, que al repudiar y denunciar conductas negligentes o corruptas, que al enfrentar las más recientes restricciones impuestas a esta Isla por el gobierno de Trump.

Cada vez que en uno de sus mensajes Díaz-Canel recuerda que «Somos Cuba», lo mismo en las redes sociales que en sus discursos y otros pronunciamientos públicos, el Presidente está corroborando cuánto valemos todos y cada uno de los habitantes de este país.

No por gusto el doctor en Filosofía, Profesor Titular y estudioso del Centro Nacional de Investigaciones Científicas de la Universidad de La Habana, Carlos Jesús Delgado Díaz, en su ensayo La importancia política de las pequeñas cosas primero precisaba que en no pocos contextos del pensamiento político social se consideraba lo pequeño como «lo que se menosprecia, a lo que no se presta atención por considerarlo insignificante, casual o residual; lo pequeño como aquello que permanece en la sombra de lo oculto, lo invisible, lo que no se ve, lo que para la ciencia social no existe».

Y más adelante agregaba el investigador «Si algo caracteriza las producciones de la ciencia política dominante en el mundo hoy, es su incapacidad para distinguir y lidiar con la diversidad, que se suprime constantemente como pequeñez».

Por eso, a veces resulta contraproducente cuando alguien con cargo de directivo, ya sea en una brigada, una empresa, un ministerio o en una organización de masas o política, habla de «bajar al pueblo» o de las «orientaciones que nos bajaron».

Como si ese pueblo, esa masa, fuera una multitud amorfa cuyos nombres propios e historias personales poco importaran.

Como si quien orienta o dirige estuviese en un peldaño superior, entre constelaciones adonde no llegan el polvo ni el calor. Olvidan que ocupan una responsabilidad, justamente porque esa masa lo quiere y lo permite.

Por suerte, cada vez se escuchan menos esas expresiones, que por lo general  constituyen ecos de estereotipos y frases hechas. Pero para quienes todavía las emplean, estos días de ahorro y de juntar hombros han ratificado, una vez más, que nada hay menos amorfo y anónimo en este país que la masa, el pueblo.

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