Opinión: Nada santo
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El arrebato y posterior contaminación de tierras paraguayas por la transnacional Monsanto sin que el gobierno golpista haga algo al respecto, trae a colación la impunidad con que actúan los depredadores del medioambiente en su afán por obtener ganancias a toda costa.
Poco importa a las ilegítimas autoridades las protestas campesinas y la campaña que entidades progresistas se encuentran desarrollando para detener el cultivo y producción de alimentos transgénicos sin cumplir requisitos que pudieran impedirle causar daños por fertilizantes de fuerte acción química.
En este contexto, diversos medios recuerdan las ganancias por más de 10 000 millones de dólares de Monsanto en el 2010, cifra cinco veces inferior a la que obtuvo por ser la empresa que asumió el principal papel en la defoliación de vasto territorio en Vietnam y el envenenamiento y posterior daño causado a sus pobladores, en el curso de la guerra de liberación contra el imperialismo norteamericano.
Cuando hace unos años recorrí por segunda vez la provincia vietnamita de Tay Ninh y contemplé extensas áreas que permanecían defoliadas, vinieron a mi mente la suerte de los casi cinco millones de personas que sufrieron hace más de cuatro décadas los primeros ataques con la toxina denominada Agente Naranja.
Todos conocemos los resultados del fracaso militar imperialista, aunque el Agente Naranja causó miles de muertes y millones de malformaciones, además de multiplicar los casos de cáncer, entre otras enfermedades. Ni Estados Unidos se ha disculpado por su crimen, ni ha indemnizado a las víctimas.
Monsanto llevó la voz cantante en la fabricación del Agente Naranja, en la que también intervinieron las multinacionales Down Chemical, Uniroyal, Hercules, Diamond Shamrock, Thompson chemical, TH.
Específicamente en el caso de Monsanto, sus actividades, como las que realiza hoy en Paraguay, siguen afectando al ser humano, aunque los medios de comunicación hagan todo posible para silenciarlo.
Sigue fabricando herbicidas, como el Roundup, que utilizan como arma química en Colombia, con la excusa de la lucha contra la droga. Como el Agente Naranja, está acusado de producir linfomas a bajas dosis.
Desde los años 30 ha contaminado hasta el Polo con los bifenilos policlorados (PCBs), cancerígenos, que alteran el sistema endocrino y los neurológicos e inmunológicos. Son tóxicos persistentes que se prohibieron (en los 70), cuando ya era demasiado tarde y se siguen acumulando en las cadenas alimenticias.
Es el principal productor de cultivos transgénicos que están contaminando en todo el planeta a los cultivos que no lo son. Como, por ejemplo, además del daño que hace en Paraguay, lo realiza al maíz en la cuna del maíz: México. De esta forma la lucha de los ecologistas por el etiquetado de los transgénicos quedó obsoleta.
Fabrica hormonas de síntesis adictivas para las vacas que pasan a la leche, con lo cual favorecen el cáncer en las personas. Y, por supuesto, también elabora medicamentos con los mismos criterios. Monsanto se ha asociado y ha absorbido a algunas de las empresas farmacéuticas más lucrativas. Por ejemplo Pharmacia, Searle, American Home Products, las cuales son también compañías de dudosa reputación, acusadas y procesadas por actividades delictivas y criminales.
En 1985, Monsanto compró Searle, fabricante de la primera hormona y del aspartamo, un edulcorante adictivo y neurotóxico. El aspartamo es vendido bajo los nombres comerciales de Nutrasweet y Equal y se oculta bajo la denominación de E 951 o, en el caso de algunos industriales (como Coca Cola), bajo la equívoca denominación de "contiene una fuente de fenilalanina". que forma el 50% del aspartamo.
Se encuentra en miles de productos, especialmente los Light, considerados ingenuamente como más sanos por los consumidores desinformados y, lo que es más grave, en muchos para niños.
Y esto es solo una muestra del daño que las multinacionales protegidas por el capitalismo salvaje que implanta Estados Unidos hacen a la humanidad. Monsanto, que no tiene nada de santo, es tan solo un ejemplo.
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