Groenlandia: ¿Capricho fugaz de Trump?

Groenlandia: ¿Capricho fugaz de Trump?
Fecha de publicación: 
20 Agosto 2019
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Donald Trump quiere comprar Groenlandia. Ha sido el titular que ha recorrido las redes en los últimos días, acompañado de reacciones de uno y otro lado del Atlántico y la respuesta contundente de Dinamarca y las autoridades de la isla: no está en venta.

En un inicio desde Groenlandia la noticia se interpretó como una broma, luego fuentes anónimas del gobierno estadounidense corroboraron a AP que el mandatario había hablado enfáticamente con asesores y aliados sobre el particular.

Más allá de bromas, ironías y respuestas, lo que algunos han calificado de "capricho fugaz" de Trump no es incoherente con la visión imperial de Estados Unidos y menos con la actual disputa de poderes entre las grandes potencias, que tiene en la isla y en el Ártico todo, la verdadera manzana de la discordia.

La intención de Estados Unidos no es nada nueva y encaja con su omnipresente política de Destino Manifiesto: ya desde mediados de la década de 1860 intentó comprarla, infructuosamente, y luego de la Segunda Guerra Mundial, le hizo una oferta a Dinamarca por 100 millones de dólares.

Groenlandia, ubicada en la zona nororiental de América del Norte, entre el océano Atlántico y el océano Glacial Ártico, es una región autónoma semigestionada por el Reino de Dinamarca, con más del 77 % de su superficie cubierta de hielo. Se le considera como la mayor isla del mundo.

"Es rica en recursos valiosos como minerales, el agua y el hielo más puros, reservas de pescado, mariscos, energía renovable y es una nueva frontera para el turismo de aventura", ha precisado en estos días el Ministerio de Asuntos Exteriores danés a través de un comunicado.

Pero hay riquezas, si se quiere, más apetecibles: entre los cuantiosos recursos naturales que atesora se encuentran el carbón y el uranio, y cobija una de las mayores reservas mundiales de petróleo. No es de extrañar entonces que el territorio, casi virgen, sea objeto de codicia en medio de un escenario de agotamiento de materias primas para el capitalismo internacional y para Estados Unidos en particular.

Existe también una razón militar. Estados Unidos posee en ese territorio una gran base: Thule, que tiene alcance hasta territorio ruso, uno de sus rivales directos, y puede alertar de lanzamiento de misiles balísticos.

Pero todos esos caminos conducen a una explicación de fondo: Groenlandia es un privilegiado punto de avanzada de la verdadera disputa geopolítica y estratégica que tiene lugar en el Ártico.

Más al Norte "cuecen habas"

El Ártico, una región de más de 30 millones de kilómetros cuadrados e históricamente considerada de interés estratégico vital, alberga el 13 por ciento del petróleo (90 mil millones de barriles) de los recursos convencionales no descubiertos y el 30 por ciento de sus recursos de gas natural, según una evaluación realizada en el 2012 por el Instituto Geológico de EE.UU. A ello se suman importantes depósitos minerales de oro, platino y diamantes, así como bancos de peces y una gran fauna de importante valor comercial.

Si tenemos en cuenta que estudios como el del Centro Nacional de Investigación Atmosférica (NCAR) de la Universidad de Washington y de la Universidad McGill advierten que, para el año 2040, la capa de hielo que cubre el Ártico puede haber desaparecido producto del cambio climático muchos de esos recursos inexplorados podrían quedar al descubierto al tiempo que se abrirían nuevas rutas marítimas y posibilidades de explotación.

Por eso muchos expertos y analistas políticos afirman que la importancia geoestratégica del Ártico crece a mayor velocidad que el deshielo de la zona.

Rusia, Estados Unidos (Alaska), Canadá, Finlandia, Dinamarca (Groenlandia), Noruega, Islandia y Suecia, son los países que se dividen la soberanía del Océano Ártico, sin embargo, este territorio está bajo el control de la Organización de Naciones Unidas (ONU) y el Consejo Ártico el cual está compuesto por las mismas naciones que lo disputan, detalló recientemente un reportaje de TeleSur.

El espacio marítimo, sin embargo, aún no ha sido delimitado a pesar de que las fronteras terrestres sí lo están. De acuerdo con la Convención de Naciones Unidas del Derecho del Mar, a los países limítrofes les pertenecen los recursos naturales del fondo marino y su subsuelo, hasta 200 millas desde sus costas e incluso pueden solicitar su ampliación hasta 350 millas, siempre y cuando comprueben que esa extensión forma parte de su plataforma continental.

Pero cada quien ajusta la norma internacional a sus propios intereses y por ejemplo, en una futura ruta marítima que se pudiera abrir en la costa septentrional norteamericana, que conecta el océano Atlántico y el Pacífico, lo que para Estados Unidos son territorios abiertos a la libre navegación internacional, Canadá los ve como sus aguas interiores.

El Ártico es entonces un tablero de ajedrez y uno de los puntos donde se decide hoy el reacomodo de poderes a nivel internacional. Cada potencia o país interesado va jugando sus posiciones, y uno en especial preocupa a Estados Unidos: China, que no tiene fronteras directas con el Polo Norte, pero que ya ha entrado en la región por intermedio de su apoyo a Rusia. La guerra comercial por el liderazgo económico que Estados Unidos y China protagonizan, vive en el Ártico una nueva dimensión, a corto, mediano y largo plazo.

En medio de toda esa disputa, que se incentiva cada día, es bueno recordar un dato: se trata de un área cubierta en gran parte por las aguas del océano, pero que también abarca enormes extensiones de tierra firme donde viven unas 4 millones de personas de más de 30 pueblos indígenas. Los verdaderos dueños, que nadie al parecer ha tomado en cuenta.

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