La que no podía faltar
especiales
Hay medallas que valen doble o triple por el valor de quien las obtiene y las expectativas que arrastraba antes de la competencia por su condición de claro favorito. Es el caso de la dorada alcanzada por el luchador del estilo grecorromano Mijaín López, el abanderado de la delegación cubana a los Juegos Olímpicos de Londres-2012.
Al contrario de otras veces, el título se decidió bien temprano, cuando Mijaín enfrentó al turco Riza Kayaalp en semifinales, porque ese era su gran rival en esta cita.
Los dos cayeron en el mismo lado del organigrama, y por el otro fueron perdiendo inesperadamente los principales favoritos a llegar a la discusión del trono: el ruso Khassan Baroev y el armenio Yury Patrikeev. Patrikeev derrotó a Baroev y luego perdió con el iraní Bashir Asgari Babajanzadeh, y ninguno de los dos pudo regresar al podio donde estuvieron en Beijing-2008.
Por la parte del cubano todo iba sobre rieles hasta el tope con el turco, con morbo adicional porque el de la tierra de los otomanos había doblegado con bastante claridad al caribeño en la final del pasado Campeonato Mundial, disputado ante su público en Estambul.
Sin embargo, en suelo neutral las cosas volvieron a su sitio, y con un desbalance en el primer tiempo y una excelente defensa en el segundo, como mismo derrotó a Baroev por el oro cuatro años atrás, Mijaín se convirtió en el segundo bicampeón olímpico de la lucha cubana.
Esta vez el turco no pudo aplicar la turca, aunque lo intentó. Ahora sí el gigantón de ébano logró mantener lo suficientemente erguida su cabeza como para contrarrestar el halón de su contrario, que logró despegarlo del colchón, pero no concretar la proyección.
Vuelve a tocar la gloria el supercompleto caribeño, y se cuela de lleno en el grupo de los grandes de este deporte. Ya es el mejor luchador cubano de todos los tiempos, y un nuevo cetro en Río de Janeiro-2016, con 34 años, lo pondría en el Olimpo de los Dioses en la lucha. De momento ya dijo que quiere seguir, y no lo dude, en Río volverá a ser el hombre a derrotar.
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