Cubanos habladores y sentipensantes (II)

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Cubanos habladores y sentipensantes (II)
Fecha de publicación: 
28 Abril 2019
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                                       “El lenguaje que dice la verdad es el lenguaje sentipensante.
                                               El que es capaz de pensar sintiendo y sentir pensando.”
                                                                                                       Eduardo Galeano

Por eso, no es difícil identificar a un cubano cuando su voz se escucha en un contexto que no es su Isla. Tal identificación lleva signos positivos y también negativos.

Si bien el ser uno de los países con mayor tasa de escolarización de todo el mundo, unido al carácter gratuito y universal de esta enseñanza, encuentra como tendencia indudable traducción en el contenido de lo que dicen los cubanos, también este decir va acompañado no pocas veces de chabacanerías y falta de originalidad.

Pero a la doctora Marlén Domínguez Hernández, profesora de la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana y miembro de la Academia Cubana de la Lengua no le gusta ese punto de vista: “A mí no me gusta la manera en la que se enfoca el fenómeno desde el empobrecimiento, la chabacanería, las malas palabras... y todo viene como en un paquete. Yo prefiero concentrarme en la importancia del desarrollo del pensamiento, de los horizontes de las personas, y de su mayor o menor disponibilidad de la lengua”.

A propósito de tan interesante arista, en una Mesa Redonda sobre la Lengua Española realizada en 2013, la estudiosa había agregado: “en el uso de la lengua son muy necesarias también las habilidades para articular un discurso coherentemente y se observa con no poca frecuencia que hay personas a quienes les faltan piezas para armar el rompecabezas y hay quien tiene las piezas pero no sabe dónde van. Por eso también es valioso insistir en la necesidad de la coherencia de los textos, de las ideas que se expresan”.

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Quien redacta estas líneas hizo un pequeño experimento para acercarse al tema de la originalidad en el hablar de los cubanos. Preguntó al azar a una veintena de alumnos de Primaria entre 4to. y 6to. grados si les gustaba el Español. Todos, absolutamente todos, respondieron que era una asignatura, y mayoritariamente comentaron que era bonita o que era importante. No más. Ni uno solo se refirió al Español como su lengua materna.

Situaciones semejantes, de falta de creatividad, amplitud de miras y de criterio propio en las respuestas, han podido constatarse en espacios televisivos donde se han encuestado o entrevistado a varios niños al azar, y también a adultos.

¿Palabras malas? Malísimas

Al hablante cubano también le identifican la gestualidad y el volumen de su decir. Probablemente seamos más habladores que otros hispanoparlantes y también más gritones.

Grita la vecina avisándole a la del 8vo. piso que llegó el pollo, grita la maestra mientras explica o regaña y así se le escucha cada día por la ventana de la escuela que da a la calle, grita el marido a la mujer, la madre al hijo, el jefe al subordinado...

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Pero se ha hecho algo natural y cotidiano en el día a día del cubano la gritería, no solo para ser escuchados por un destinatario lejano sino también intentando imponer criterios, como si gritando se tuviera más razón.

El ensayista avileño Reynaldo González, miembro de la Academia Cubana de la Lengua, Premio Nacional de Literatura 2003 y Premio Nacional de Periodismo Cultural 2007, aseguraba que “El tono al hablar se nos ha vuelto expansivo por los decibeles que desplegamos. La voz altisonante es un grito -disimulado o explícito-, una imposición” y “si el otro se acoge al mismo recurso, el diálogo se nos vuelve una disputa”.

Algunos justifican el hablar alto asociándolo al carácter desenfadado, apasionado del cubano, pero en realidad educación y pasión no van reñidas. Gritar es, sencillamente, una falta de educación, de las normas elementales de urbanidad.

Igual sucede con la gestualidad. Resulta difícil imaginar cuánta información pierde un ciego o un débil visual durante cualquier conversación porque, en Cuba, las manos, el rostro y el cuerpo todo hablan tanto o a veces más que las palabras. Es como si coloreáramos cada frase con ese lenguaje extra verbal que, cuando se hace excesivo puede llegar a volverse molesto y evidenciar falta de cortesía.

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Y si esos excesos no pintan bien, qué decir de las groserías que se han ido abriendo sitio en el diálogo cotidiano. Hoy es muy usual escuchar lo mismo a muchachitas de Secundaria que a hombres bien adultos aderezando sus conversaciones con palabras que dos décadas atrás sonrojarían o indignarían a más de uno.

El “pecado” no está en la palabra en sí, sino en la intención con que se dice. Al escuchar a estos hablantes pareciera muchas veces que tienen tan, pero tan poco que decirse, que llenan sus vacíos con esas palabras.

En otras oportunidades, aunque tienen algo que comunicarse, no saben bien cómo hacerlo porque les faltan en su arsenal de palabras los verbos, los sustantivos o adjetivos que necesitarían. Entonces, apelan al vocablo soez, y, para colmo, casi siempre usan el mismo, igual para decir que algo está muy bueno o que está muy malo.

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Más que pobreza de lenguaje, echar mano constantemente a tanta grosería evidencia una preocupante pobreza de pensamiento. Habría que estudiar desde las ciencias afines y con urgencia ese fenómeno.

Algunos pocos se han atrevido a insinuar que apelar a esas groserías es otra manera de “estar a la moda”. En realidad, es solo otra manera de ser aburrido y poco original.

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