Ecos ensordecedores de un tornado cruel (+VIDEOS)
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En la noche del lunes viví la travesía más larga, oscura y sombría que pude haber experimentado de regreso a mi casa. El tornado del domingo pasó. Fueron 16 minutos de un hambre voraz, con vientos de 300 kilómetros que semejaron el Apocalipsis para muchos, pero sus huellas de destrucción están latentes, al tiempo que constituyen la fuerza de querer resurgir para muchos, más allá del profundo dolor y la desolación.
No recuerdo haber experimentado tal sensación en 37 años de vida.
En mi andar rumbo a la casa de mi buen amigo Fernando, presto a brindarle mi ayuda, -lo menos que podía hacer ante tamaño desastre- pude pulsar de cerca la realidad de varias familias.
Justo en la calzada de 10 de octubre, en las inmediaciones del hospital de Coco y Rabí me senté a consolar a una señora que aún parecía anonadada. Caridad es su nombre, de su casa solo quedaron algunas paredes y columnas, un pedazo de placa en la parte posterior de una habitación, además del llanto y pesar:
“En mis 68 años nunca había vivido algo semejante. El cielo se puso negro, comenzó un ruido como de 100 turbinas de esas que bombean agua en el campo. Fue cuestión de segundos. Estaba acá en el portal y entré a refugiarme junto a uno de mis nietos.
Gracias a Dios él estaba acá conmigo y me protegió, me cubrió con dos colchas y unas almohadas, pero no le dio tiempo a separar todo lo que pudo del cuarto y guardar las cosas más importantes bajo la placa. Sin darnos cuenta casi ya el viento nos había golpeado, se llevó el techo desde el comedor hacia adelante, rajó la placa, a su paso cargó con muebles, el televisor, todo…
Cuando pasó la furia que mi nieto salió a ver, parecía como si nos hubiesen bombardeado. Afortunadamente solo sentí estruendos y una cazuela que me golpeó de refilón, pero nada serio. Al menos no sufrí ningún daño a mi salud.
No sé qué pasará, cómo podré, no solo yo, sino el resto de los perjudicados por ese tornado, recuperarnos. Es cierto que desde la mañana se han movilizado fuerzas para recoger escombros, evaluar los daños y arrancar con las tareas de recuperación.
Yo me he pasado buena parte del día en el portal, con el alma en el suelo. A mi edad, sin recursos, solo con la ayuda que me brinda mi hijo y mi nieto bendito, es difícil pensar en recuperación. Sé que tendré que albergarme, pues el tornado se llevó prácticamente toda mi casa. Nunca he estado en una situación como esta, la verdad… Espero tener fuerzas y vida para superarla.
La historia de Rosa no es única, se repite en localidades de Luyanó y Santo Suárez, en el municipio de 10 de Octubre; en Regla, parte de San Miguel del Padrón y Guanabacoa.
Rayson Almeida es un conocido de años. Vive en las inmediaciones de Coco y Rabí, por las calles San Benigno y San Indalecio, justo la franja que sufrió con mayor crudeza los azotes del tornado. El encuentro fue fortuito, en medio de la vorágine de recogida de escombros y la higienización más inmediata. Estuve en su piel, pues el hijo de Rayson tiene cuatro años y medio y estas fueron sus palabras:
“Tuve que cargar al niño a mi lado en el cuarto. Al oír el ruido del viento, como aviones caza volando rasante comenzó a gritar y a decirme que tenía miedo. Por suerte todo fue rápido, pero nunca habíamos vivido algo igual.
Nuestra casa no sufrió tantos daños, pero la terraza y el patio prácticamente los barrió. Una teja quedó incrustada en el portón. Parecía una explosión. Otro pedazo desbarató una de las ventanas de cristal del comedor. Toda la familia se refugió en una misma habitación. Fue rápido, pero te aseguro que ha sido un recuerdo negro, imborrable, para toda la vida.
He visto acá en el barrio otras familias que lo han perdido todo, carros volcados, tanques de asbesto-cemento y objetos que volaron más de dos cuadras, inexplicable… Mi dolor ha sido el de ellos. Necesitaremos de toda esa fuerza que poseemos los cubanos para recuperarnos”.
Así, con el pecho estrujado llegué a casa de mi hermano Fernando, un hermano que la vida me dio. Era deber y obligación acudir en su ayuda.
En los alrededores de su casa, la secundaria José María Heredia, un círculo infantil, la primaria conocida como Aguayo, el mencionado hospital de Coco y Rabí… objetos sociales todos seriamente dañados. Y es que a su paso, el tornado no estableció diferencia alguna, solo se limitó con sus ráfagas de 300 km/h a cargar con todo a su antojo:
“Mi hermano, nunca había vivido algo como eso en mis 37 años. Los pedazos de piedras, tejas, objetos eran como proyectiles que se incrustaron en todos los cristales, me desenterró todos los postes de la terraza (de hierro y dos pulgadas de diámetro). No quedó una teja viva.
Fabio, (su pequeño de seis años) gritaba y me decía que tenía mucho miedo. Tristán, (el perro), golpeaba la puerta y parecía como loco. Entre la oscuridad y el ruido de los objetos impactando, de los techos levantados. Te digo que nunca había experimentado nada semejante”.
El espíritu de solidaridad del cubano es incuestionable, en medio de desastres naturales y catástrofes de tamaña magnitud se pone a prueba, como también la capacidad del gobierno para rectorar e impulsar las labores de recuperación.
Con esa idea quise marchar de regreso a casa, sumido en dolor y la oscuridad del camino, pues San Miguel, Guanabacoa, justo donde la conocida Rotonda de la Shell marcaba el desvío del tránsito por la Vía Blanca, debido a los cuantiosos daños y la imposibilidad de circular por esa arteria, Regla… solo recibían como iluminación, las luces de los vehículos, guaguas…
Toda una ciudad vestía la casaca del tornado, una de eco ensordecedor, de lamentos y esperanza, de historias y preocupación, de curiosidad y empuje…
Un extenso corredor sombrío, al final del cual, apostando a la fe y las convicciones, me gustaría ver la luz de la resurrección y la recuperación.
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