¿Por qué mató James Holmes? (Un artículo de Juan Gelman)
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Es la pregunta que se hacen millones de personas, sobre todo en EE.UU., y la respuesta no es simple. Está loco, se podrá decir, pero el frío asesino de 12 personas en un cine de Aurora, Colorado, tiene un currículum universitario brillante: criado en una familia de clase media de San Diego, se ganó una beca en la Universidad de California, Riverside, donde se distinguió en el estudio de las neurociencias. Interrogado al día siguiente de la matanza, el rector Timothy P. White señaló que Holmes demostraba “una obvia capacidad intelectual” y era “el top de los tops” de la casa de estudios (www.ibtimes.com, 21-7-12).
¿Entonces? ¿Fue una ráfaga momentánea de locura? No parece. Las armas que compró a lo largo de meses, el sistema explosivo que instaló en su departamento para guay del que intentase entrar, el disfraz de Guasón en el estreno de una película de Batman hablan de una deliberada y prolija preparación del acto. Un vecino contó que Holmes tenía dificultades para encontrar empleo y terminó laborando en un McDonald’s: “Sentía tanta lástima por él, estudiaba tanto”, señaló Tom Mai (www.mercurynews.com, 21-7-12). ¿La desocupación primero y luego un trabajo tan disímil de sus capacidades deprimieron a Holmes hasta el punto de tornarlo violento?
Hay quienes lo piensan y no faltarían razones: la tasa de desempleo de los jóvenes fue del 19,1 por ciento en el 2011, según datos del Economic Policy Institute, duplicando con creces el promedio nacional (www.epi.org, 3-5-12). Un estudio reciente de National Institutes of Health señala que “la desocupación juvenil está asociada a una creciente vulnerabilidad al desorden piquiátrico” (www.ncbi.nlm.nib.gov). El suicido se ha convertido en EE.UU. en la tercera causa de la muerte de niños y jóvenes de 10 a 24 años (www.cdc.org, 11-7-11). Pero días antes de la matanza, Holmes instaló su perfil en un sitio pornográfico que inició con la siguiente pregunta: “¿Me visitarán en la prisión?” (www.tmz.com, 20-7-12). No se pensaba suicidar.
Otros subrayan que la razón de esa sinrazón es la libre venta de armas, largas incluso, en 38 estados de país. Hace 30 años, sólo en ocho. Adam Gadahn, miembro estadounidense de al Qaida y el primero desde 1952 en ser culpado de traición a la patria, lo dijo con pasmosa tranquilidad: “...EE.UU. está inundado de armas de fuego fáciles de conseguir. Se puede ir a una exposición de armas en un centro local y volver con un fusil de asalto automático sin que investiguen los antecedentes del comprador y hasta sin mostrar una identificación” (//bilmoyers.com, 20-712). Una de las armas que Holmes portaba era un AK-47, cuya venta pública fue prohibida en 1994. Las presiones de la industria de guerra y de la Asociación Nacional del Rifle lograron que la medida se anulara diez años después.
Se estima que 270 millones de armas de fuego están en manos de civiles, que cada año mueren a tiros 30.000 personas y que el número de asaltos a mano armada asciende a 300.000. En realidad, el fenómeno tiene raíces históricas, económicas, políticas, sociales y culturales de larga data. El territorio de EE.UU. fue creciendo gracias a la persecución y muerte de los pueblos indios originarios y a la apropiación de más de la mitad de México a punta de fusil: el territorio robado es el 119 por ciento de la actual superficie de este país.
Las guerras que EE.UU. ha desatado o en las que participó durante los siglos XIX, XX y XXI han contribuido a una mentalidad que el destacado periodista estadounidense Bill Moyers definió así: “La violencia es nuestro alter ego, inscrita está en nuestro cerebro de la Edad de Piedra, sus erupciones tóxicas son tan intrínsecas que ya no perturban, excepto, y momentáneamente, cuando oímos hablar de un acribillamiento masivo cono el de Colorado”. Que después se olvida. Hay más de 22 millones de veteranos estadounidenses de distintas guerras, sólo los de Irak y Afganistán son dos millones (//abce.news.go.com, 11-11-11).
La idea de que Holmes fue impulsado por la voluntad de ser un superhéroe, alimentada por las películas y los episodios cada vez más violentos y cada vez más copiosos que se proyectan en salas cinematográficas y en la televisión, tiene su peso: una joven sobreviviente de la matanza declaró que el tiroteo “parecía una película” y otros creyeron que formaba parte del estreno.
Roger Ebert, crítico de cine del Chicago Sun-Times, agrega otro elemento, el del vínculo violencia/información televisiva: “Cuando tiene lugar una tragedia como ésta... la TV repite una y otra vez el mismo fragmento filmado del tirador. En alguna parte, de noche, entre los que miran, no faltará el solitario lleno de ira y agraviado en quien se incuba la violencia... No sé si a James Holmes le importaba mucho Batman. Sospecho que le importaba más verse en los noticiarios” (www.nytimes.com, 21-7-12).
Sólo que nadie recuerda el nombre del que mató a 32 estudiantes e hirió a otros 17 en el campus del Tech de Virgina en abril del 2007 o el del asesino de seis asistentes a un mitin político que se realizaba en Tucson, Arizona, el 8 de enero del 2011. Quizá tampoco esas matanzas se recuerden, como sugiere Bill Moyers. En la primera audiencia del juicio, James Holmes lucía abatido, cerraba los ojos cada vez que el juez le leía uno de los cargos. Tal vez revisaba las razones de su acto atroz.
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PATRICIA CHÁVEZ MONTALVO
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