“Yo me la juego” Asesinatos selectivos en Colombia
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Por supuesto, nada asombra al leer el título, porque es ya algo tan corriente, que sucede con tanta frecuencia, que se han puesto tristemente de moda pulóveres con la leyenda “Yo me la juego”, llevados por desafiantes seres que luchan por la paz en Colombia. O sea, ponen su vida en peligro, sin contar con defensa oficial alguna, ante criminales que gozan de la cómplice impunidad del gobierno de turno, cada vez peor que el anterior.
Los asesinatos de activistas sociales, sindicales, por los derechos humanos, campesinos, etc., no es nada nuevo, pero sí el incremento luego del Acuerdo de Paz firmado por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia y el gobierno de Juan Manuel Santos, quien apenas lo cumplió en algunos pocos aspectos, y cuyo sucesor, Iván Duque, está haciendo todo lo posible para que no prospere, al tiempo que dice “No estoy obligado”, así como con otro coloquio del mismo tema en el que interviene el todavía activo Ejército de Liberación Nacional (ELN).
Los asesinatos selectivos pueden ser los favoritos de los malos gobiernos colombianos que tratan de burlar todo intento pacífico no sólo en lo individual, sino también en lo colectivo, como, por ejemplo, la matanza realizada por paramilitares en Villa Echeverry.
Antes, había llegado un aviso, y así lo cuenta el periódico colombiano El Espectador:
“Eran las 6 de la tarde y el sol comenzaba a diluirse en el horizonte de Villa Echeverry; a pesar de ello un calor asfixiante de 36º, lo impregnaba todo. William Castillo, quien se había reunido en el consistorio municipal con el alcalde, para discutir el Plan de Desarrollo de las Comunidades de los Campos de Desplazados, se dirigió a una de las cantinas que frecuentaba, la de ‘Los Galvanos’, una de las pocas disponibles en el campo de desplazados de Villa Echeverry en el municipio de El Bagre (Antioquia). Mientras tomaba un refresco irrumpió un grupo de hombres fuertemente armados y le dispararon primero en la cara y después en el pecho ocasionándole la muerte de manera instantánea.
“A tan solo unos metros se ubica una de las más potentes bases del Ejército en la región, en un municipio controlado por los paramilitares. Nadie fue detenido y tampoco se registró ningún movimiento especial en dicha base”.
El activista ya había sufrido un atentado en el 2011 y retenido en el 2014 por la policía municipal, quien le hostigaba por presunta colaboración con la guerrilla. La realidad es que era fundador de AHERAMIGUA (Asociación de Hermandades Agroecológicas y Mineras de Guamocó), una organización civil que agrupa a mineros artesanales, campesinos y comunidades cristianas de la región de Guamocó; también coordinaba el sindicato de moto taxistas y era integrante del Movimiento Político y Social Marcha Patriótica. William Castillo se unía a una larga lista que con el paso de los años no para de crecer, la de los líderes sociales asesinados en Colombia. A los pocos días, la villa sufría también el asesinato de algunos de sus habitantes.
CIFRAS ESCANDALOSAS…
… e incompletas, como cuando se habla de fosas comunes, de cuantas hay y cuántos seres fueron torturados y arrojados allí, sin que se trate de esclarecer el delito, todo envuelto en la mayor impunidad, palabra que prevalece en Colombia y que rivaliza con lo que ocurre aún en México.
Colombia es el país con la tasa más alta de líderes sociales asesinados. Más de centenar y medio se reconoció el pasado año –sin contar con los desaparecidos- y que ya en este 2019 se puede pensar que será mayor.
Todo esto a pesar de que el país ha registrado su tasa de homicidio más baja en cuatro décadas, la de 12 000 asesinatos en el 2016, lo que acentúa más que bajan los crímenes por delincuencia común, pero se disparan los políticos.
El Alto Comisionado de la ONU por los Derechos Humanos ha reconocido que todo ello aumentó desde que las FARC se retiraron de los territorios que controlaba hacia zonas de concentración, que los lugares abandonados fueron ocupados rápidamente, y que el mal hecho proceso de paz ubicó en esos lugares elementos criminales al servicio de las fuerzas armadas controladas por las multinacionales y terratenientes, y que son los principales nutrientes de los grupos paramilitares.
De ahí que cada activista por la paz ”se la juega” las 24 horas del día, sin cesar en un empeño tan loable como peligroso.
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