BALONMANO FEMENINO: Dos hermanas sin suspensión
especiales
Cuentan que jamás han cambiado de identidad. En principio porque lo que para muchos es una similitud inobjetable para Diancy y Dianny González Romero entraña un mar de diferencias.
No obstante, con solo hablar con su entrenador y verlo errar en nombres y atributos entre una y otra, mientras las hermanas ríen cómplices, uno se da cuenta que trabajar con jugadoras idénticas o muy parecidas en una disciplina de tanta dinámica es un reto enorme.
Diancy y Dianny nacieron no hace mucho en el municipio Martí, en la occidental provincia de Matanzas; específicamente en el pueblo de La Angelina.
Allí desde los 10 años, ayudadas por su talla, fortaleza y habilidades empezaron a jugar baloncesto en la cancha del barrio. Y a partir de ahí, por las mismas condiciones, comenzó su progresión hasta ingresar a la Escuela de Iniciación Deportiva (EIDE) de la provincia, en la que, una circunstancia las arrastró al balonmano.
Según su preparador Octavio Mastrana González, director técnico de la selección matancera de mayores, el hecho de que Diancy y Dianny arribaran a la categoría juvenil y no hubiera equipo de baloncesto fue para él una excelente oportunidad de hacerse con los servicios de ambas atletas.
“Fue su rendimiento en el baloncesto y la similitud entre los dos deportes lo que nos hizo fijarnos en ellas –explica Mastrana. Conversamos con las dos, sus entrenadores y los padres y se nos dio la posibilidad de que hicieran la matrícula con nosotros. No nos equivocamos y lo han hecho bien al punto que llevan más de seis años conmigo y una ya está en la convocatoria de la selección nacional.”
Del otro lado, Dianncy describe el proceso como un trance complejo en su aún corta vida. “Al principio fue muy complicado porque no es lo mismo. El balonmano es un deporte de mucho más contacto físico que el baloncesto y era extraño ya que es otra la forma de defender, de moverse.”
Mientras, Dianny valora las ventajas que les trajo el cambio de disciplina, sobre todo en el manejo del balón. “Por esa parte fue mejor porque en el baloncesto la circunferencia de la pelota es más grande y pesa más, mientras en el balonmano es más manuable y tiene mayor agarre, así que nos adaptamos más rápido acá.”
Definitivamente verlas jugar en la cancha es una delicia. Casi lo hacen por instinto y solo con mirarse se agrupan o separan con movimientos naturales que dan la impresión de salirse del guión trazado por los técnicos para caer en la parte de "lo hago, porque sé lo que ella va a hacer".
Dianncy describe ese proceso como algo natural. “En sí la defensa es en equipo, ella está en el centro y yo en un extremo, y entre todas las demás nos ayudamos para que el contrario no nos haga gol. Claro, siempre hay sus cositas.”
Por su parte Dianny explica cómo es hacia dentro lo que se observa desde fuera del tabloncillo. “Entre nosotras dos siempre ha existido buena coordinación, nos miramos y sabemos qué hacer. Pero eso no tiene nada del otro mundo porque venimos juntas desde siempre, entrenamos juntas, estamos adaptadas ya al balonmano, y nos preparamos bien.”
Provenientes de una familia en la que la parte paterna ama al deporte, incluso con un tío que militó en el equipo Henequeneros, y con una contraparte materna no dada a la actividad del músculo, aunque ya más colaborativa, Dianncy y Dianny, tienen su vista puesta en la conclusión de la licenciatura en Deportes, a lo que la primera incorpora seguir los pasos de su hermana hacia el equipo nacional.
Así son las jimaguas de Matanzas. Sencillas y comprometidas con el deporte, atentas y observadoras, si bien no muy dadas al diálogo, porque por lo general con cruzar la vista ya saben lo que quieren. Pero en lo que si no escatiman es en el agradecimiento de todos los profesores que las ayudaron a llegar hasta aquí sin suspensión alguna.
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