España: ¿El PSOE y el PP, la misma MP?

España: ¿El PSOE y el PP, la misma MP?
Fecha de publicación: 
14 Julio 2012
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Por fin, con la última subida del IVA, la opinión pública española muestra una reacción evidente en contra del Programa de Gobierno realmente ejecutado del PP (Partido Popular). Se trata de “soluciones” que se suponen impuestas por la llamada troika (el Fondo Monetario Internacional, la Comisión Europea y el Banco Central Europeo), para salir de una crisis cuyas bases proceden del propio orden sistémico de esos organismos de hegemonía financiera internacional. Las escandalosas medidas son, concretamente,

a) Reducción del subsidio de paro

b) Aumento del IVA del 18% al 21%

c) Rebaja del número de concejales

d) Supresión de la paga extra de Navidad a funcionarios y cargos públicos.

Nada que afecte, por ejemplo, a la familia Real, o a los propietarios de grandes empresas o de monopolios. Nada que implique un freno, siquiera tibio, a la continua expansión neoliberal que ya se cobra una crisis más alta que la de la Gran Depresión, en 1929. Finaciarización con recortes públicos y recapitalización de instituciones financieras, en sentido general. Era algo que se vislumbraba en el trasfondo no muy oculto de campaña electoral del PP cuando, aún criticando los impopulares recortes aplicados por el PSOE, proclamaba la necesidad de reducir gastos sociales, subsidios y salarios públicos, entre otros costos. Y que dio al traste con la debacle electoral. No importa que el candidato y posteriormente Presidente electo afirmara una y otra vez que no estaba entre sus planes la subida del IVA. Ahora se presenta como maniatado, tal como se presentara en su momento Rodríguez Zapatero. Y los plantones avanzan en tanto la impunidad apenas se debate entre airadas discusiones.

De cualquier modo, la opinión pública española ha reaccionado con fuerza, y ha inundado la Prensa, redes sociales y foros de discusión política de llamados y mentís. En el Congreso, las intervenciones se han mostrado en un tono más declamatorio que predictivo, aun cuando los discursos estén centrados en profecías apocalípticas. No aparecen los planes de medidas concretas capaces de generar un verdadero efecto opositor, y de contener el caos que ha de sobrevenir a la sociedad española en general. Y es incluso difícil que, a estas alturas de las circunstancias críticas de su economía, se consigan movilizaciones populares que detengan, o modifiquen al menos, el paquete de recortes. De hecho, la eliminación de concejales ha servido como válvula de escape para la inconformidad popular y ha canalizado el objetivo último de la indignación. A mi juicio, las movilizaciones populares podrán expresarse, pero no avanzar en resultados concretos, por lo que la política seguirá estando a merced de los Partidos hegemónicos.

Veamos cuáles son los elementos que salen a flote en el universo público de opinión española y que han provocado esta inmediata reacción, más allá de las declamatorias críticas en el Congreso.

1º. Se establecen medidas que no aparecían en el Programa electoral

2º. El PP aplica soluciones que fueron duramente criticadas al PSOE como plataforma de su propia campaña

3º. Estas medidas destruyen el Estado de Bienestar

4º. Rajoy se deja maniatar por la troika

Si se analizan a fondo, ninguno de estos elementos aparece por primera vez.
Ninguno de ellos, tampoco, es ajeno al sistema democrático que rige como ideal, o como modelo al menos, en el panorama político global. Un sistema que se impone como requisito para que los que eligen caminos diferentes se sometan a su norma básica. Las condiciones de la troika para la inyección financiera, en España como en Portugal o Grecia, si bien parecen surgir de las condiciones inmediatas, se constituyen en verdad en un nuevo escalón condicionante de sostén y permanencia del dominio de esas organizaciones financieras. El esquema de control y condicionamiento de desarrollo e inversiones no ha variado.

Cada Partido político, en España o en cualquier otra nación considerada democrática, altera su Programa una vez que accede al poder y recompone el Gabinete de Gobierno. Para lograrlo, apenas necesita conseguir mayorías representativas en los poderes del Estado a los que, de acuerdo con la Constitución, correspondan cada una de las decisiones. Y entre el cabildeo electoral y decisorio y la explosión social, suelen ganar los votos, aun cuando en contadas ocasiones ciertas demandas se retarden, se transformen en determinados puntos, o, más adelante, regresen camufladas. No es pesimismo, es lógica social, que suele ser ignorada, pero que no por ello deja de realizarse diariamente.

El economista español Alberto Garzón Espinosa considera que “España carece de un modelo de crecimiento estable”. Basado en el crédito, y bajo los efectos de “desequilibrios comerciales enormes”, “ahora no tiene cómo volver a crecer y crear empleo”. “Por eso —añade— las necesarias reformas han de ser radicales y han de suponer un proceso de transformación productiva que conlleve, necesariamente por el contexto, la nacionalización de las grandes empresas y de todo el sistema financiero amén de un fuerte proceso de redistribución de la renta y de la riqueza.”

Son medidas radicales, al menos desde el punto de vista del capitalismo de hoy, pues se trataría de asumir, desde el Estado, el control productivo y reproductivo de la riqueza y las finanzas públicas. ¿Pudiera, sin embargo, el Parlamento español, en el hipotético caso de conseguir las requeridas mayorías en las sucesivas votaciones, aplicar estas medidas? Me gustaría equivocarme, pero estoy convencido de que no. La Europa de hoy no es siquiera la América Latina de estos tiempos. Sus gobiernos no están en condiciones de emprender relevantes procesos de nacionalización, sin perecer antes bajo la presión de las grandes compañías y el asedio mediático, cliente de esos mismos monopolios. Las circunstancias actuales de la Unión Europea, luego de convertir al euro en elemento de dominio y estratificación socio-económica, y no en unidad de intercambio mediador, como correspondería a un Estado benefactor capitalista, no permiten siquiera la emergencia de un capitalismo de Estado que retome algunos de los elementos del keynesianismo.

Debe tenerse en cuenta, además, que el Estado de Bienestar se hizo viable no solo gracias a circunstancias económicas, bajo el pacto forzoso entre el Estado y la empresa privada, sino también, y con equilibrada importancia, gracias a la situación histórica concreta que presentaba el entonces desnivelado escenario de la Guerra Fría. El surgimiento de un Estado capitalista protector, que descarga sobre su responsabilidad el costo de un buen número de servicios a la ciudadanía, respondía a un momento importante de confrontación global entre los dos sistemas imperantes. Fue una estrategia política del capitalismo cuyos resultados se han visto ya recompensados, pero que también aceleró el orden cíclico estructural de las crisis del sistema.

 Garzón Espinosa apunta además en su artículo que “la única alternativa técnica que le queda al sistema es una huida hacia delante deprimiendo salarios y llevando a nuestra economía a competir con países de bajos salarios como China o los países del este”, anunciando en alguna medida lo que, por lógica social, pudiera producirse en un plazo relativamente corto. Es decir, el sálvese quien pueda de los sectores más empobrecidos, la depauperación económica de las clases medias, con sus profesionales e intelectuales, al tiempo que florecería la zafra de las minorías apoderadas. Es un problema que atañe, por demás, y en su más profunda esencia, al mundo del trabajo.

Pero también la cuestión del trabajo fue declarada fuera de lugar por la ideología que promueve el neoliberalismo y que, desde la primera hasta la última instancia, rige la dramaturgia de las medidas económicas que se van implementando globalmente. Nótese cómo cada vez que hay medidas de recorte, se aplican en nombre de la creación de empleos en tanto los empleos disminuyen y la tasa de paro sube un poco más, tanto en España, como en Europa en general, y hasta en los Estados Unidos. Urge, por ello, recuperar el debate acerca del tema del trabajo, para reconquistar, al menos, las ideas que esa escaramuza de la no concluida Guerra Fría ha conseguido secuestrar.

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