ARCHIVOS PARLANCHINES: El mejor doblador de banderas

ARCHIVOS PARLANCHINES: El mejor doblador de banderas
Fecha de publicación: 
1 Junio 2018
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El ejemplo que nos ofrece don Manuel Pose Vidal, llamado el Guardián de la Fuerza, es único: este hombre se hace famoso por su única y magistral habilidad para doblar los pabellones nacionales sin la más mínima e insignificante arruga. A propósito, mi encuentro con el quisquilloso anciano fue casual. Una tarde estaba revisando en la Biblioteca Nacional José Martí una revista Carteles en busca de algunos datos sobre un célebre naufragio y, de repente, me salió al paso la entrevista «No todo el mundo sabe doblar una bandera», dada a conocer por Jean Cazaubo el 4 de enero de 1948.

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El Guardián de la Fuerza

 

El viejo guerrero nace en la ciudad española de La Coruña en 1868 y llega a Cuba veinte años después con el regimiento Simancas, para acumular una prolija historia en la que se mezclan su hidalguía caballeresca y el ambiente truculento reinante en la Isla. La primera anécdota que le cuenta al cronista da fe de ello:
 

«Imagínese usted que una vez, por saber leer y escribir, me metieron en el calabozo y luego fue dispuesto mi traslado a la Guardia Civil. En Cuba, en esos tiempos, la inmensa mayoría de los guardias civiles eran analfabetos y los oficiales estaban necesitados de gente que supiese escribir. No recuerdo cómo se enteraron de que yo tenía alguna instrucción; pero como no era posible darme la baja de un cuerpo para entrar a otro por prohibirlo las ordenanzas, un día me encerraron en el calabozo acusado de haber dirigido a los superiores una carta en la cual decía que en la Guardia Civil estaba uno mejor que en el ejército.
 

«Yo no escribí esta carta. Todo era una patraña. Cuando me soltaron con la licencia en la mano, un sargento me dijo: “¿No quería usted pasarse a la Guardia Civil? ¡Pues… ahora tiene usted la oportunidad…!”. Claro, no me iba a morir de hambre, me alisté en la Guardia Civil (…). Ya ve usted, algunas veces es mejor no escribir…».
 

Durante su interrogatorio, Cazaubo indaga sobre la relación que mantiene Pose Vidal con los fantasmas durante sus años de soldado y, sin imaginarlo, se introduce en un mundo que nos hace recordar la cuentística de Onelio Jorge Cardoso, cultor de la mitología del campesino.
 

«Parece que ellos no quieren migas conmigo… una vez, allá en Cascarro, uno de los compañeros me dijo que tuviera cuidado, pues ruidos extraños se estaban haciendo oír durante toda la noche. Efectivamente, a los cinco minutos pude escuchar algo parecido a alguna persona que se arrastraba en la manigua. Avancé y pude observar que se trataba de un enorme majá… disparé varias veces contra el animal, pero, al parecer, no pude herirlo.
 

«A la mañana siguiente, una ancianita de los alrededores se paró en el cuartel diciendo que el majá estaba “amaestrado” y que todas las noches iba por leche a su bohío (…). ¡Imagínese usted!».
 

Según Carlos Villanueva, director interino de la Biblioteca Nacional en la década del cuarenta, años atrás, cuando esa entidad radicaba en los altos de la antigua Maestranza de Artillería, Pose Vidal se presenta allí para realizar trabajos ocasionales y, poco a poco, se hace de la familia. Es más, sus múltiples quehaceres lo hacen imprescindible. «Alcanza categoría de don —le enfatiza Villanueva a Jean Cazaubo—, es decir, don Manuel por aquí, don Manuel por allá; nuestro día no tenía el toque anecdótico, si no lo veíamos. Se ganó el respeto, el cariño y la simpatía de los directivos, de sus compañeros y del público».
 

En 1938 la principal casa de los libros en Cuba regresa al Castillo de la Real Fuerza —allí nació en 1901—, y Pose Vidal asume la responsabilidad por la que siempre será distinguido: a partir de ese momento doblará, en el mejor estilo de los militares más expertos, la bandera cubana izada en los días de fiestas oficiales en la importante fortificación. Y que conste, la tarea no es sencilla: hay que tener una memoria de elefante para recordar el número exacto de dobleces necesarios, la tela no debe tener más tarde arrugas ofensivas y el bulto final no puede ser muy grande.
 

Según el peninsular, amante de varias mujeronas del trópico en su juventud, «una enseña patria no es un trapo cualquiera tirado en un rincón. Las banderas se honran siempre, son un símbolo, aunque no se estén usando. Yo, en el ejército y aquí en la Biblioteca, aprendí a tratarlas como se debe: con amor y decoro».

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El Castillo de la Real Fuerza se convirtió en la casa de nuestro protagonista

 

Pose Vidal usa una peregrina y quijotesca «gorra» cuartelaria y, además de sus obligaciones habituales, tiene en La Fuerza otra curiosa labor: la de buscar los túneles de las almas venturosas, una misión que le encomienda el historiador Manuel Pérez Beato, sin tener en cuenta que ni el historial del lugar ni sus planos señalan la existencia segura de parajes subterráneos o aljibes.

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Buscando los túneles de las almas venturosas

 

Por ello, el abuelo, un cubano adoptivo que vive orgulloso de nuestro gentilicio, recorre palmo a palmo el castillo durante las noches, cuando cesan el ruido y el trajín de la ciudad, para golpear con un palo en diferentes lugares donde «suena a hueco». Igualmente custodia de manera perenne el lugar sin cobrar ni exigir nada, más allá de lo que algunos le regalan. De ahí su mote de Guardián de la Fuerza.

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